El teléfono de Lisa sonó, hacienda que ambas se retorcieran de un dolor de desvelo entre aquellas sábanas tibias. Continuó sonando mientras Lisa y Jennie buscaban a ciegas ese iPhone, Lisa molesta, Jennie molesta, pero divertida porque la canción era totalmente acertada.
— ¡Lo tengo! —gritó Jennie, levantando aquel teléfono como si fuera trofeo o invención.
—Perdón, arquitecta —murmuró Lisa, abrazando a Jennie; estaba tibia, perfecta para las manos de Lisa.
—Si esa cosa no suena, creo que no me despierto, licenciada —rio Jennie, recostándose de nuevo, tratando de ganar tiempo—. Dios mío, y tan solo es martes... —suspiró, vencida y cansada, tal vez era ese pequeño malestar de esa mini resaca de Dom Perignon.
—Son las cinco y media de la mañana, te puedo prestar ropa si quieres; ropa que todavía no me han visto en el estudio... y te bañas aquí... conmigo... y te compenso lo de anoche —murmuró Lisa, tomando a Jennie de la mano, entrelazando sus dedos y besándolos; uno por uno.
—Tentadora propuesta, pero creo que tus pantalones no me quedan, tus blusas tampoco; eres mucho más alta que yo —rio, peinando a Lisa todavía en la oscuridad—. Pasaré comprando algo camino al trabajo.
—Momento, ¿comprarás ropa?
—Es correcto, mi amor. Ahora, ¿dónde están esos labios? —preguntó Jennie, con hambre de Lisa, sólo quería quedarse ahí así, no quería ir a ver a Segrate; con quien iba a revisar el plano de la cocina de los Hatcher.
—Aquí —susurró Lisa, llevando la mano de Jennie a su entrepierna. Y le dio sus labios, tanto sus labios vaginales como sus labios bucales.
Jennie se volvió un poco hacia Lisa, poniéndose sobre su costado, besando sus labios mientras jugaba con sus labios mayores con sus dedos. A Jennie le costaba concentrarse; era el olor de Lisa, un olor a L'Air de Nina Ricci con un poco de sueño, el sabor de sus labios, la textura de su vulva, era demasiado para sus sentidos. Lisa abrió sus piernas para los dedos de Jennie, que la recorrían desde su vagina hasta su clítoris; presionando su vagina, pero no introduciéndose para luego recorrer aquella cavidad húmeda hasta su clítoris, separando sus dedos para acariciarlo a cada lado y presionarlo entre ellos.
—Hazme tuya... demuéstrame que quieres hacerme lo que quieras —murmuró Lisa entre besos y gemidos suaves.
—Súbete —ordenó Jennie, dejando a Lisa sin saber qué hacer—. Quiero ese clítoris aquí —dijo, señalando con su mano por encima de su cabeza para tocar sus labios.
— ¿Estás segura? —preguntó Lisa, extrañada.
Jennie asintió y se recostó sobre su espalda, quitando un par de almohadas para no quedar muy arriba y que Lisa se pudiera hincar sobre su cabeza. Con su clítoris sobre los labios de Jennie, sus muslos abrazando su cabeza y sus manos apoyadas sólo con la punta de sus dedos de la pared que había tras el respaldo de la cama. Jennie abrazó a Lisa por sus muslos y la haló un poco hacia abajo para no tener que esforzarse mucho; después de todo, eran las cinco y media de la mañana y la pereza era parte del proceso. ¿Lo excitante para Lisa? Era sencillo; ver la cara de Jennie mientras se la comía toda, ver cómo le clavaba la mirada en la suya como queriendo decir "¿ves lo que te hago?" y escuchar, de primera mano, aquellos ahogos de Jennie, esos ahogos sensuales que sonaban más bien a gemidos.
Jennie, sin tener experiencia alguna más que la del fin de semana, usó cada uno de los componentes de su boca; sus labios, sus dientes y su lengua, para lograr que su Lisa se "corriera" o se "viniera", verbos que Lisa utilizaba y que a Jennie le parecían un tanto obscenos y a veces grotescos, pero que tenían cierto aire sensual y juguetón. La lengua de Jennie era especial, un tanto larga y ancha, y aun así, lograba tener la forma óptima para lamer desde la vagina de Lisa hasta su clítoris. Primero lamió por encima, sólo sus labios mayores, hinchándolos a su paso, humedeciéndolos con la mezcla de su saliva y sus jugos, que esa mañana en particular sabían al mejor desayuno para la pizca de resaca que había en Jennie. Con sus manos jugaba con el trasero de Lisa, lo apretaba suavemente, lo separaba y rozaba su ranura, sólo apenas, para subir por ahí y acariciar su espalda y bajar por sus caderas hasta sus muslos y de nuevo.
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Arquitectura → jenlisa
RomanceEra hermosa, diferente a Jennie, pero hermosa. © EllaJ.