Decimoctava parte.

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Lisa se despertó por el frío y por la soledad en la cama de Jennie. Buscó a Jennie entre las sábanas frías y no la encontró, se estiró, rozando el nogal del respaldo de la cama, sintiéndolo igual de frío que las sábanas. Se sentó y se sintió como si estuviera ebria, la habitación le daba vueltas aún en lo oscuro. Puso sus pies y sintió fría hasta la alfombra y, en la oscuridad, buscó algo para ponerse encima, su camisa de botones, apenas abotonada era suficiente. Salió de la habitación de Jennie y se dirigió a la cocina a buscarla para no encontrarla, sólo había un lugar en el que podía estar. Contempló, desde la cocina, mientras se servía un vaso con agua, cómo caía la nieve a plenas dos de la madrugada, inundando Nueva York de algo frío, pero mágico para muchos. Le preparó a Jennie un vaso con fresas, miel y Pellegrino, y le arrojó una rodaja de lima. Se paró enfrente de la habitación aquella, en donde estaba el piano y, concentrándose, logró ver el rayo de luz que salía por debajo de la puerta. Empujó la puerta para luego halarla y ver a Jennie tocando el piano, quien la volvió a ver con una sonrisa.

— ¿Te desperté? —preguntó, haciéndose a un lado en su banquillo para que Lisa se sentara. Lisa, un poco más despierta ya, negó con la cabeza.

— ¿Te sientes bien? —le alcanzó su vaso.

—Sí, ¿por qué? —sonrió, abrazándola por los hombros con su brazo derecho.

—No estás durmiendo —rio, apoyando su cabeza en el hombro de Jennie.

—No quise despertarte, te veías demasiado linda durmiendo... y, pues... después de un rato de estarte viendo dormir, me catalogué como una acosadora y me vine a tocar un rato, tal vez así me daría sueño.

— ¿Me estuviste viendo dormir? —Lisa se sonrojó, abrazándose para no ceder al frío a pesar de la calefacción.

—Sí, pero sólo un rato... me gusta verte dormir —se sonrojó, bebiendo un poco de su Pellegrino—. ¿Sabes...? Pellegrino es la estafa más grande del mundo.

—Cuéntame... —murmuró Lisa, cerrando sus ojos aunque intentaba no ceder.

—Es simplemente agua de grifo, que la ponen en una botella un tanto elegante y te la venden como si viene de la saliva de algún Santo... lo mismo Evian... son estafas.

— ¿Por qué la tomas entonces?

—Porque tiene mucho gas, mi amor, y no tiene sabor como la mayoría de las naturales... además, toda mi vida tomé agua de grifo —rio un tanto en silencio—. ¿Quieres que regresemos a la cama?

—No, no, ahorita... tócame algo, ¿sí? —murmuró, todavía con los ojos cerrados.

Y Jennie, siempre complaciendo a Lisa, decidió tocarle la primera pieza que aprendió a tocar sin partitura; una melodía repetitiva, pero suave, con notas complementariamente suaves y dulces, quizás no trataba sobre amor, pues no sabía exactamente de qué trataba, pero, guiándose por la melodía, Lisa comprendió que ese era el objetivo de Jennie, como si estuvieran flotando, sin preocupaciones, sólo ellas dos. Lisa sentía el brazo de Jennie moverse con rapidez, igual que su izquierdo aunque no lo estuviera tocando, y, lo mejor de todo, era que Jennie tarareaba la melodía al compás del piano, como si le trajera buenos recuerdos; porque le traía buenos recuerdos y la utilizaba para empacar los mejores recuerdos, como su himno de felicidad.

—Songs without words de Mendelssohn —murmuró Jennie, notando que Lisa estaba casi dormida.

—Es hermosa... —balbuceó en aquella voz casi vencida.

—Ven, vamos a meterte en la cama —y Jennie se olvidó por completo de su piano, levantó a Lisa, era casi peso muerto, y, con un poco de esfuerzo, apagó la luz y la guio hasta su cama, en donde la acostó suavemente y la acobijó con su pecho y las sábanas, abrazándola y dándole besos en su cabello—. Estoy más viva desde que me enamoré de ti... —susurró Jennie a su dormida novia, que la abrazaba por el abdomen y reposaba su cabeza en su pecho.

Arquitectura  → jenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora