Decimosexta parte.

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—Para los gustos, Lisa, están los colores —dijo, con furia incómoda, tratando de no elevar su voz para no lastimarla.

—Pues para el color del ego está Jennie —repuso, arrojando su bolso sobre suelo—. Todo tiene su límite y tú sobrepasaste los míos —gruñó, oh, Lisa estaba furiosa, por primera vez furiosa.

— ¡Ah! ¡Eso es entonces! ¿Qué carajo tiene de malo que te de un puto detalle, Lalisa? Por Dios.

— ¡¿Llamas a eso un puto detalle?! —repuso, elevándole el tono a Jennie.

—Licenciada Manoban, no me grite que yo no le estoy gritando —murmuró, haciendo un gesto con su mano para intentar calmarla; orgullo oficialmente herido.

— ¡Ah! ¡Y de repente soy "licenciada Manoban"! ¡Y me pide que no le grite! ¡Joder, qué descaro! —gritó, como para que todo el edificio escuchara, para que todo Manhattan se diera cuenta que estaba gritándole a Jennie.

—Lisa, por favor... no me grites, te lo suplico —murmuró, intentando no llorar. No quería victimizarse, pero le dolía mucho, las palabras de Lisa eran como una muerte lenta y dolorosa, como una tortura.

— ¡No me pidas que no te grite! ¡¿No ves que estoy con el diablo adentro y es por tu culpa?!

—Creí que sería una bonita sorpresa, Lisa... no tenía idea de que no te gustaría —se encogió de hombros, hundiendo su cabeza entre ellos e intentando no llorar; las únicas veces que alguien quien amaba mucho le gritó, fueron las veces que su papá le había pegado; gritar y pegar iban de la mano.

—Cuando dije que yo no quería ir a Roma, creo que implícitamente dije que ¡no! quería que mamá viniera, ¡¿en qué puto mundo vives, Jennie?! ¡¿A caso no tienes la glándula del respeto en ese cerebro?!

—Perdóname, no sabía que estaba cruzando la línea... ¿qué puedo hacer para compensártelo? Haré lo que sea, Lisa, por favor —susurró, en un tono de voz de dolor, de tener heridas por todos lados, una voz quebrada, llena de tristeza.

— ¡Jennie, comprende que no quiero que hagas algo, no quiero que me compres algo para compensármelo! ¡Yo no soy un árbol de navidad al que puedes adornar a tu gusto! —oh, Lisa se estaba pasando también, ya no encontraba la forma de frenar su enojo, de frenar y quedarse sus palabras para ella sola—. Vete... ahorita no quiero verte...ni mañana... no quiero verte...

Jennie asintió en silencio y, llena de sumisión confundida con sometimiento, salió de aquel infierno en vida, de aquella hoguera que había quemado más allá que su piel. Cerró la puerta detrás de ella y, sin dar un paso más, estalló en lágrimas, en las lágrimas más emocionales, las que dejaban ver su estado; sus heridas. Lisa también estalló en lágrimas y se sintió demasiado mal en cuanto escuchó el primer sollozo de Jennie que se deseó la muerte en ese momento, no sabía qué demonios la había poseído en ese momento.

En cuestión de segundos, Lisa había recapacitado lo que no había podido recapacitar durante toda la cena, llena de enojo porque Jennie había llegado a su apartamento con la mejor de las sorpresas; Camilla, su mamá. Era una bonita sorpresa, pero no era la obligación de Jennie, ¿agh, Jennie, cuándo vas a entender? Y lo peor de todo, según Lisa, era que Jennie había pagado no sólo su estadía por un par de días en Manhattan, sino que tenía el servicio de auto cubierto, y había cubierto el viaje a Houston, todo lo había planeado con las mejores de las intenciones, pero era demasiado, Lisa se sentía mal, barata.

¿Y ver la química que tenía su mamá con Jennie? Era excepcional, habían hablado casi toda la cena sobre la Sapienza, de lo que había cambiado y de lo que debería cambiar. Camilla estaba maravillada con la elocuencia de Jennie, la hacía reír y, muy en el fondo, sabía que Jennie pondría el mundo a los pies de Lisa con tal de tenerla, pero ya la tenía y sin tantas cosas.

Arquitectura  → jenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora