my rules; cold eyes

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Mientras las pequeñas gotas comenzaban a llenar el viejo balde olvidado en una de las esquinas del almacén, Liam miraba a Harry con dureza. No le gustaba como ese niñito hacía las cosas y él no iba a trabajar sin ver la pasta primero.

─Ya te lo dije; si no veo el dinero no hay trabajo.

Declaró con facciones tensas, pero Harry no se fijaba en eso. Harry Styles trabajaba de una sola forma y nadie le llevaba la contraria.

─Y yo te dije a ti que no te pagaré ni un solo centavo hasta que completes lo que te ordené. En Londres esto ni se tenía que discutir.

El mayor apretó sus puños, frustrado.

─Las cosas no funcionan así, maldito riquitillo. La paga siempre viene antes del acuerdo.

Soltó dando un paso al frente con la clara intención de intimidarlo, pero otra vez, Harry Styles es...él. Así que sonríe y también da un paso; la diferencia de altura y masa muscular comenzó a notarse más mientras más se acercaba hasta sólo estar a un pie de distancia.

─Pues no sé con quienes más has trabajado, pero ¿quién mierda me garantiza a mi que no huirás con mi dinero en cuanto lo tengas?

Una seca sonrisa se plasmó en el rostro de Payne. El hecho de que ese forastero insinuara que su palabra y confiabilidad no tenían peso, sólo demostraba que lo peor que te podría pasar, o lo peor con lo que te podrías encontrar mientras haces negocios es, efectivamente, con un extranjero. Ellos no entendían nada.

─Esto no es Londres, cariño. Aquí la palabra vale y pesa lo mismo que cualquier papel o amenaza. El trabajo no se hace si no hay ingresos previos, tampoco se hace con la mísera información de ❝haz esto y ya❞, y mucho menos si hablamos de coca que por lo visto, no disfrazarás.

Harry estaba irritado otra vez, o quizás seguía irritado desde que salió de la escuela. Tuvo que controlarse para no gruñirle. Odiaba cuando no le obedecían y todo se estaba yendo por un camino muy diferente del que había tenido previsto desde que le exigió a su papá que le dejara encargarse de las negociaciones. Esto simplemente no se suponía que fuera así, no para un Styles. Nadie podía hablarle así.

Aún así maldijo en su mente el día en el que su estúpido y calentón viejo se enchuló de aquella mujer que le hizo hasta querer mudar el negocio familiar de país. Y ahora estaban en ese hoyo, y él estaba allí, en ese almacén de mala muerte, ❝negociando❞ inútilmente con un hombre que parecía que no le conocía, y aunque era obvio, él simplemente decidió ofenderse.

Todos deberían ya conocer a los Styles.

─Te pagaré una ridícula cantidad de euros para que simplemente saques esto de Belfast hasta Dublín y lo dejes a las afueras de la mina roja. ¿Necesitas más explicación? ¿O eres estúpido de nacimiento?

La sangre de Payne hirvió. Era el colmo. Nadie nunca le había insultado tanto en su vida, definitivamente nunca cambiaría a su jefe.

Así que decidió que no le aguantaría más a ese niñito; conocía chicos más jóvenes con mucho más intelecto.

─Veo que al menos conoces nuestras capitales ¿no?─soltó cruzándose de brazos mientras el ruloso luchaba por entender su comentario─.
Sé que crees que porque estamos bajo el poder de tu gobiernito puedes venir aquí y exigir como si fueras el maldito rey, pero te informo una cosa, chiquillo─se acercó a él con una aura espeluznante, no dándole tiempo a Harry de retroceder, aunque, vamos, él no lo haría, su orgullo no le dejaría─. Este no es tu Londres, donde puedes exigir y hacer lo que te da la gana. Tenemos nuestras reglas aquí, y temo informarte que tenemos un dueño también.

¿Dueño? Nadie le informó al pobre Harry de ello.

─Nadie los quiere aquí. En cuanto firmen la ley, ustedes no podrán venir más a humillarnos como si fuéramos unos simples peones. Irlanda se unirá otra vez y ustedes tendrán que temernos.

─¿Qué mierda significa eso?

─Que no hay trato, Styles.

Harry no podía creer eso.

La ira intentaba desesperadamente escapar por sus poros, haciendo así que sus fosas nasales se abrieran un poco.

¿Quién se creía que era ese maldito bastardo? Tratándolo como si fuera un estúpido.

Nadie podía negarle nada.

No, no aceptaría eso. No le daría la razón a su viejo. Él se encargaría del negocio.

Así que decidió que era culpa de su viejo por no informarle bien de la situación. Claramente no era un simple trabajo.

Ah, necesitaba un masaje y fumar algo urgentemente

Pero ¿cómo arreglaría eso? Pensó rápidamente, aún cuando el hecho de que lo estuviera haciendo, sólo demostraba que, en teoría, estaba aceptando que había sido su error y se estaba acoplando a las necesidades del otro.

Asco.

─¿Quién es tu jefe?

Soltó después de unos segundos.

─Él no tiene tiempo para alguien como tú.

Escupió él antes de darse la vuelta y dejarlo parado ahí como un imbécil.

Sus nudillos se pusieron blancos.

Odiaba las aceitunas, la coliflor, el hígado, el maíz, el tráfico, el olor a basura, a los estúpidos, a los perdedores, y ahora odiaba a este maldito país y a sus habitantes de mierda.

Sus dedos ya se encontraban jugando con su navaja distraídamente cuando ya se encontraba de camino a su nueva casa, donde seguro le esperaban el viejo y su nueva conquista.

─Déjame aquí.

Escupió y cuando puso un pie en las húmedas y solitarias calles, se encontró sonriendo.

Al final decidió que conocería a ese supuesto dueño que Payne había mencionado y se deshacería de él. Tenía claro que no podría expandir allí con él de por medio.

Y cuando consiguiera eso, juró que mataría a ese irritante castaño. Lo habría hecho en ese momento, sin embargo, la cantidad de autos que había fuera del almacén le dejaron claro que no estaba sólo.

Y ese día no tenía ganas de una masacre.

Tiró al húmedo asfalto su quinto cigarrillo cuando ya se encontraba rodeado de gente en una de las partes más peligrosas y bajas del pueblo, con una chica apretada a su espalda y sus nudillos en el acelerador de una moto que había tomado prestada.

Su cuerpo se llenaba más de adrenalina con cada acelerón que le daba, dejando al otro chico peli rojo admirando su luz trasera.

Pero fue cuando estaba a varios metros de la meta que vio esos fríos ojos de nuevo, que su mano simplemente aflojó y sintió al peli rojo rebasarlo por un lado.

Al bajarse e ignorar a la castaña, fue a buscarlos.

Pero, no los encontraba.

¿Dónde mierda estaban?

Ya no era ese día, sino que era mañana cuando estampó su puño contra el muro.

La irritación no abandonaba su cuerpo.


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