Capítulo 28

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Y entonces todo pasó. Era martes, hacia frió porque era invierno y las carreteras se volvían más peligrosas debido a las lluvias.  Había neblina y era de noche, pero no lo suficiente para que la autopista estuviera vacía. Escuchamos las sirenas a lo lejos y abroché mi cinturón de seguridad, Castiel piso con fuerza el acelerador. 

Creían que era un secuestro, o al menos eso les hizo creer papá según lo que escuchamos en las noticias. Castiel aceleraba y esquivaba los autos mientras las sirenas se oían más cercanas. Yo me abrazaba a mi asiento, no podía decir nada, ni siquiera pensar, ni siquiera rezar. Solo podía mirarlo, una y otra vez. Su boca, sus ojos, su largo cabello cayendo sobre sus mejillas. Castiel se había vuelto todo y lamentaba con mi vida haberlo puesto en esta situación. 

—Quizás deberíamos parar, Castiel. No es una buena idea —Estaba al borde de las lagrimas, con la voz rota, con el corazón encogido.  

—¿Estás loca? —sonrió. —Si ya estamos huyendo de la policía, hagamos que valga la pena. 

Lo amaba.




Corazón de melón: cuándo y cómo lo perdimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora