4- DIFERENTE AL RESTO

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¿Quieren saber por qué Katia me gustaba tanto? Pues, básicamente porque ella era el paquete completo de lo que podía pedir en una mujer. Era divertida, lista, adicta a la lectura y al cine, eso sin contar que cumplía con los estándares físicos que pido. Sin duda una joya. Desgraciadamente alguien con esas características estaba fuera del alcance de una persona como yo, por lo que se volvió mi «amor platónico», pues la idea de tener algo con ella parecía más una fantasía que una meta a lograr. Luego de Katia conocí a varias chicas, pero ninguna como ella, nadie podría remplazarla y estaba seguro de que siempre la llevaría en el corazón.

—¿Entonces no vas a salir en vacaciones? —pregunto luego de que culmina su relato sobre lo que hará durante este mes sin escuela.

Fácilmente llevamos una hora platicando, hora que se ha sentido como un par de minutos. Hablar con ella, ya sea en persona, por mensaje o llamada, es una de las cosas que más alegra mi día. Si por mí fuera me quedaría al teléfono todo el día. Y creo que a ella le pasa algo parecido, o eso espero. Ambos tenemos el día libre después de todo, digo, yo tengo algunas cosas que hacer pero nada que me quite demasiado tiempo. Katia, por lo que he oído de fondo en todo este tiempo, está en casa cuidando a su hermana, así que nuestros impedimentos no son muchos. Ah, por cierto, Katia tiene una hermana de nueve años llamada Wendy; la niña es su copia exacta, si no hubiera casi diez años de diferencia entre sus edades se podría decir que son gemelas. En todo el rato que llevamos hablando me di cuenta de que Wendy está con Katia viendo una serie infantil, la misma que Marian estaba viendo cuando me llamó.

—No —me responde luego de lo que parecieron horas— me quedaré en casa con mi frazada viendo películas. ¿Y tú?

—No lo sé. Hay tanto que hacer y tan  poco tiempo. Probablemente vaya al cine de vez en cuando, hable con personas hasta tarde o vea películas todo el día; lo mismo que tú, prácticamente.

"Eso obviamente sin contar las escapadas nocturnas que voy a darme para ir a escribir un libro"; pienso, divirtiéndome a mí mismo.  Existe la posibilidad de que en realidad no sea necesario irme todas las noches a pasear con Marian, pero mientras organizo todo en mi mente no me queda de otra que seguir haciéndolo.

—Así que ambos estamos bajo arresto domiciliario —comenta ella a modo de broma.

—Eh, sí. Se podría decir que sí. Claro está, podemos salir un día de estos; yo que sé, ir al parque, al cine, por un helado, al restaurante...

—¿Cómo una cita?

Eso me toma por sorpresa y tengo que admitirlo. Si está tratando de volverme loco, dejenme decirles que lo está haciendo bastante bien.

—Que conste que no lo he dicho yo —aclaro, por alguna razón.

Ella se ríe entre dientes dándome a entender que estaba bromeando.

—Sí, claro.

—No, pero ya en serio, hay que salir un día tú y yo. Creo que nos hace falta.

Hay un silencio que atribuyo a que está pensando algo para decirme, pero de inmediato mi lado pesimista me hace pensar que en realidad está buscando el modo más sutil de rechazarme.

—Sí, está bien. Sólo dime cuando para pedir permiso.

Una frase así más y juro que voy a enloquecer, ¿Quién es esta chica y que ha hecho con mi Katia?

—¿De verdad? Pues... No sé. No creí que fueras a decir que sí.

—¿Por qué no? —está sonriendo mientras dice eso, puedo oírlo.

—No sé. ¿Quizás porque algo así va en contra de todas las leyes de la física? Pero bueno, deja me organizo y te digo.

Después de eso pasa media hora más en la que hablamos sobre cuanto nos gustaría tener una mascota a ambos, un perro para ser más exactos.

MAPA DE UN DESAMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora