capítulo 11

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La paz reinaba en la casa hacía tres semanas, desde aquella noche, bueno más bien mañana en la que una rubia y otra morena entraban por la puerta de la casa a las siete de la mañana de puntillas para no hacer ruido. Inma y Antonio no sabían que había pasado, pero estaba claro que sus dos hijas cambiaron esa noche y que su plan, al fin de cuentas, había salido a la perfección, no sabían cómo, porque cada vez que les preguntaban a sus hijas que había pasado, ambas se escaqueaban de la conversación con alguna risa o algún comentario que era de todo, menos creíble.
Mentiría si dijera que en esas tres semanas todo había sido color de rosas, pero por lo menos no era todo tan negro como lo fue al principio. Ana y Mimi habían guardado las distancias, sí, pero no fue tan fácil como se pensaban, a veces, y no pocas, a la rubia se le escapaba algún que otro comentario amistoso que Ana, lejos de achantarse, contestaba con mucho gusto y poca vergüenza, porque ya sí, se había acostumbrado a la forma de ser de su hermana. Otro de los cambios que sin ninguna dura, Ana era la que había salido beneficiada, era que ya podía entrar sin miedo aquella habitación llena de espejos que le cautivó aquella mañana, no hacía falta ni que llamara, directamente entraba y se sentaba en el sitio de siempre, mirando como su hermana se entregaba en cuerpo alma y sudor a la canción, era una obra de arte, pero la realidad era que aunque Ana pensara que era ella la que salía ganando con ese cambio, no era del todo así, porque la rubia se sentía tan bien cuando veía a su hermana mirándole con esos ojos de asombro y admiración que cuando esta le aplaudía pidiéndole con una sonrisa que bailara otra, por muy cansada que estuviera, nunca le decía que no.

Ana llevaba allí ya casi dos meses, y aunque no fue hasta este último, había cogido bastante confianza con el grupo de amigos de Mimi, bueno sobre todo con Miriam, que aunque eso no sea nada nuevo, he de admitir que las dos se habían hecho uña y carne, realmente eso si que era un hermanamiento, y a decir verdad no sabía quien estaba más contenta, si Miriam que de la nada tenía una persona en la que confiar, si Ana que nunca había tenido esa relación tan fuerte de amistad con nadie, o Mimi que siempre le comentaba orgullosa a Ricky que se alegraba mucho de que su hermana haya hecho tan buenas migas con alguien como Miriam. A parte de Miriam y su grupillo de siempre, Ana había llegado como un torrente a todas las fiestas en las que por novedad o porque era realmente guapa, o simplemente una mezcla de las dos, tenía a todo el mundo metido en el bote, realmente había perdido la cuenta de cuantos chicos y chicas le habían tirado la caña.

Pero como ya he dicho no todo es color de rosa, pues el problema venía cuando ambas se tumbaban en la cama, se asomaban por el enorme ventanal que tenían sus lujosas habitaciones y veían como la luna se reflejaba en el mar, todo había cambiado y no podían admitirlo, Mimi había vuelto a calmar su vida desenfrenada de fiestas sexo y alcohol, porque sí, la ultima persona a la que besó fue a Ana en esa eterna despedida, pues cada vez que tenía a alguien en el bote se le venía su imagen, dormida en su pecho y arropada cual bebé por las dos mantas que compró y era  incapaz de hacer nada, y se odiaba, porque nadie nunca había conseguido eso, odiaba que esa sensación le dominase, odiaba no ser libre, odiaba ser con ella o no ser. Y a Ana que no le costaba en absoluto negarle a todo el mundo que le entraba, porque como siempre decía, no era de esas personas de rollo de una noche, odiaba que hubiera algo dentro de ella que hiciera que de todas las miradas en una fiesta siempre buscase la de ella, odiaba la sensación de tenerla cerca, al igual que la de tenerla lejos. Odiaba que Miriam le dijera que su hermana había quedado con una chica, pero odiaba aún más que no se la follara.

A ambas se le venía a la cabeza las imágenes de aquella noche en el que las dos se hicieron una, puta noche, puta Mimi, puta Ana.  Pero tenían que cambiar, porque, aunque ninguna de las dos lo exteriorizaba, eso les estaba comiendo por dentro y no cesaba, iba a más y no se lo podían permitir, porque al fin y al cabo era algo que nunca podía volver a pasar.





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