Los niños

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La fría noche había sido testigo de sus confesiones y la calidez de las sábanas fue evidencia de su entrega. Pero nada es eterno, mucho menos la vida nocturna. Envueltos en un extraño abrazo recibían al nuevo día con la compañía del otro.

Souichi pestañeaba ante el evidente calor que sentía. Poco a poco se dio cuenta que el cuerpo que descansaba a su lado irradiaba calidez. Sobre su mano sentía unos suaves pálpitos, la curiosidad hizo que abriera aún más sus ojos; descubrió que la tenía sobre el pecho de Morinaga. Continuó ese escrutinio perezoso entre parpadeos, como si estuviera armando las piezas del rompecabezas de anoche.

Encontró a un Morinaga totalmente dormido, con la boca levemente abierta. Instintivamente movió su mano para volverla a su cómoda posición.

Notó un semblante tan sereno que le infundo paz; como siempre, algún mechón de cabello invadía la frente de aquel tipo. Sintió de cerca la parsimoniosa respiración, se deleitó el subir y bajar de su pecho desnudo. Solo en ese momento cayó en cuenta que él también estaba así. Sus pieles se rozaban sin censura y sin premura.

Poco a poco fue recordando lo que pasó en esa pequeña cama, miró sus manos como prueba de los hechos anteriores. Se sintió abrumado por los acontecimientos ocurridos, ya que jamás en la vida hubiera pensado en tocar de esa forma a otro hombre. 

Sin embargo, sus pensamientos estaban divididos. Aquellos pensamientos que le dicen que lo ocurrido fue espectacular y que lo más placentero fue llevar el control. Por otro lado están sus pensamientos moralistas que le dictan a su conciencia que todo lo ocurrido fue un desastre total, que lo ocurrido fue antinatural, que lo ocurrido fue una aberración.

Pero su memoria es astuta y le recordó las imágenes placenteras de anoche. Rememorando cada palabra, jadeo y gemido que provocó con sus manos a Morinaga. Su entrepierna también tiene memoria, pues solo es cuestión de evocarlos para que despierte gustosamente.

En medio de la vergüenza Souichi sintió unas enormes ganas de matarlo. Pero al mirarlo no pudo pasar por alto los aún existentes moretones de su caída.

La ternura y la empatía muchas veces han sido la mejor aliada para combatir sus tintes moralistas. Solo fue cuestión de ver las condiciones físicas del chico para tomarse el atrevimiento y acariciar su mejilla enverdecida.

Sin olvidar los otros golpes que aún persisten en otras partes del cuerpo. Souichi no sería capaz de infringirle un daño de esa naturaleza. No puede. No podría.

El objeto de su estadía es para cuidarlo de cerca. Porque simplemente no estaría tranquilo ni en paz al no saber su condición real de salud.

Seguía con los pensamientos nublados pero escuchar un leve ronquido de Morinaga lo tranquilizó. Cosa extraña porque antes odiaba cada gesto y movimiento de él. Ahora es tan natural y hasta pacífico tenerlo así.

Envuelto en esas reflexiones decidió abandonar ese espacio pequeño para prepararse a la sorpresa.

Cuando abandonó la cama de forma lenta Morinaga sintió su ausencia buscándolo de forma soñolienta con la mano. Souichi al ver esto se acercó a susurrarle que tendría que tomar un baño, como consuelo le regaló una suave caricia en la mejilla herida. Como respuesta obtuvo una sonrisa de Morinaga, dormilona por supuesto.

Después de la ducha consideró si era necesario despertar a Morinaga. Decidió que levantarlo sería perjudicarle, más tarde lo haría. Hizo un destacable esfuerzo por realizar un desayuno decente para tres personas. Por el momento tomaría un café y se tomaría un tiempo para pensar seriamente en esa oferta de trabajo.

Nagoya está bien, no hay problema. Pero en su mente sigue retumbando las palabras del profesor Fukushima "Estás muy cómodo" y "Aquí te vas a estancar" situaciones muy reales. Pero lo que más le inquietaba era saber que sería en Shizuoka. El destino es bastante azaroso.

Destino Boukun*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora