Epílogo.

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Hacía un cierto tiempo, Jeon Jungkook afirmó odiar aquellos rayos de Sol que, desde su perspectiva, solo hacían más que traerle problema tras problema. Para él, el día siempre le había estorbado pues, ¿quién desea algo tan doloroso como saber que cada día de tu vida es una terrible batalla? En este caso, Jungkook odiaba aquello. Odiaba ver como avanzaban los días aún sabiendo que no podría salir del hospital en el que estaba internado.

Y claro que desde un principio supo que él era alguien enfermizo, un niño que nunca podría jugar en el patio de la escuela junto a sus amigos, un niño tan cargante que ni siquiera sus padres pudieron soportar la presión y fue por eso que, con un inmenso rencor hacia el mundo, lo pagó con esa enorme y amarilla esfera de luz.

En cambio, él decía amar los rayos Lunares, le fascinaban como algo tan insignificante a simple vista de un humano corriente, fuera tan inmenso para él. Amaba el silencio y paz que le otorgaba la noche, tan misteriosa que lo atraía un poco más cada noche. Ella lo tranquilizaba, le susurraba un amoroso buenas noches que sus padres nunca fueron capaces de decir y le hacía poder reencontrarse con ellos.

La Luna le ayudaba a poder vivir a través de sus sueños todo aquello que no podía por culpa de estar ahí sin ninguna salida salvo su infantil imaginación.

Sin embargo, él había crecido y junto a él, su perspectiva del mundo.

― Hyung. ― Le llamó, volteándose otra vez para poder presenciar por primera vez la puesta de sol. ― ¿No es hermoso YoonGi hyung?

Sonrió y apretó aún más el agarre que tenía en sus delgadas rodillas. Un nudo se formó en su garganta cuando se preguntó a sí mismo el por qué nunca fue capaz de apreciar tal obra de arte que había creado la naturaleza.

Sintió el cuerpo de Min YoonGi a su lado, quien ahora se había sentado a su lado y poder ver lo mismo que él observaba con tanto detenimiento. Aquello le hizo sonreír, pues se hallaba con las dos personas que más amaba en este mundo.

Min YoonGi, aquel doctor que siempre quiso como a un padre, y Tsuki Izanami, esa amiga especial que amaría más que a su vida misma.

Apoyó su peso en el hombro del hombre y cerró los ojos con una calmosa sonrisa.

― YoonGi hyung. ― Nombró aun si le empezaba a costar formular simples oraciones. ― En los días de tormenta ahora seré yo quien te proteja, no tu a mí. Cuando caigas al suelo, seré yo quien te levante y cure tus heridas, no tu a mí. Ahora, YoonGi hyung, seré yo quien te proteja a ti. A partir de ahora seré yo quien se haga cargo de ti, te lo prometo, así que gracias por todo. ― Suspiró con pesadez, le resultaba casi imposible respirar.

Creyó escuchar la voz de YoonGi, esa fría y relajada voz que siempre tenía cuando hablaba con él aun si llegaba a rozar la impertinencia algunos días. Pero ahora era lejana y muy alterada, como si hubiera sucedido una terrible tragedia. Por tanto, para tranquilizarlo, le brindó una diminuta sonrisa.

Le regaló su última sonrisa, la única que pudo llegar a hacer.

No volvió a abrir más sus grandes ojos que, para YoonGi eran la definición de pura inocencia, pues quería recordar por siglos aquella imagen que pudo ver con ellos. Poder ver por primera y última vez el amanecer del Sol, aquella cosa que tanto odió y que ahora amaba con toda su alma, mientras era abrazado por YoonGi.

― Jungkook, aún debo enseñarte una ultima cosa. ― Le habló Izanami detrás de él, con un fino hilo de voz que hizo que sonriera.

Todo aquello no era la gran cosa, no debían preocuparse, iba a ser feliz allá donde fuese. Seguro.

Se levantó de su sitio, viéndolo todo muy ajeno a él y caminó hasta esa niña de ojos miel. Tomó su manita y entrelazó sus dedos por ultima vez antes de cruzar las luminosas puertas de la azotea.

Sin embargo, su lado curioso lo traicionó y volteó hacia a aquel al que consideraba a un padre, no de sangre, pero sí de corazón, y sintió como si un puñal atravesara su pecho. Le dolió ver a Min YoonGi llorar mientras abrazaba su menudo cuerpo ya inerte.

― Será más doloroso si haces eso. ― Le advirtió la niña.

Volteó su rostro al frente y, aun si quería que todo fuera sencillo y feliz, no lo fue.

Dolió escuchar por ultima vez el incesante llanto de YoonGi mientras era acompañado por Izanami, la Diosa de la muerte, a su final feliz. Quemó todo su interior saber que nunca jamás podría volver a escuchar una risa de él, poder ver los rayos de luz iluminar su habitación y ser despertado por su doctor favorito.

Todo eso dolió, pues las despedidas siempre lo habían sido para él, difíciles y duras. Pero aún con todo, fue lo más plácido que pudo llegar a pedir.

En su último alarido, ser acompañado por los rayos de sol hasta su final mientras era abrazado con un inmenso amor, fue lo más hermoso que pudo desear.

― Te llevaré siempre dentro de mi corazón, Min YoonGi.

Izanami ➵ BTS;; jeon jungkook [BD #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora