El director, un hombre de mediana edad llamado Francisco, me pregunta qué ha pasado para que tenga tan mala cara desde tan pronto, así que termino soltándole todo lo sucedido. No solo porque estoy tan taquicárdica que apenas puedo controlar lo que sale de mi boca, sino porque tengo la sensación de que si me lo guardo terminaré explotando aún más y será peor.
Me tiemblan las manos con las que sujeto el vaso de cristal, pero una vez cuento todo lo que se me pasa por la cabeza siento que estoy más tranquila, y que parte de la ansiedad que iba creciendo en mi pecho a medida que pasaban los minutos ha desaparecido como por arte de magia.
El hombre me recomienda que me quede allí el resto de la mañana, mientras habla con las dos secretarias y las jefas de estudios sobre el tema. Cuando vuelve al despacho, iluminado por una bombilla encajada en el techo, me informa de que intentarán por todos los medios encontrar al culpable, y que lamenta que haya pasado lo sucedido.
—Hablaré con los chicos encargados de la revista para ver si me pueden decir quién les ha enviado la información, y les mandaré deshacerse de los ejemplares que queden de la edición de esta semana —asegura, con voz firme. Recuerdo que cuando llegué nueva, el primer año de instituto, me daba miedo el tono que usaba siempre. Ahora lo agradezco, porque me hace pensar que todo va bien, aun cuando todo está viniéndose abajo—. Respecto a los corchos y los baños, ya me he encargado de informar a los de limpieza para que se hagan cargo de ello. Pero, lamentablemente no puedo hacer nada con los alumnos, Luna. —Me mira con algo de tristeza, posando su mano en mi hombro—. Espero que entiendas que no puedo revisar los móviles de cada uno para eliminar cualquier prueba. Y, aunque pudiese hacerlo, los dos sabemos que de nada serviría: el rumor ya estará corriendo por ahí.
Sé que no es su intención, pero noto sus palabras apuñalándome el corazón, aunque una parte de mí no quiere admitir que tiene razón: aun sin esas cartas rondando por los rincones del instituto, el boca a boca hace mucho daño, quizás más que las pruebas físicas. Al fin y al cabo, cada persona cuenta su versión de la historia, y al final el resultado está tan alterado que no tiene ni un atisbo de realidad.
No sé qué es lo que más miedo me da: si enfrentarme a las miradas acusatorias y las risas delatoras de las demás personas del instituto... o la incertidumbre de no saber cuál va a ser la reacción de Jeongin.
¿Estará tan tranquilo como siempre y se limitará a sonreír de forma tímida? ¿Ignorará el tema y no le dará más vueltas, siguiendo a lo suyo? ¿Me dirá algo en español que no sea estás bien? ¿O pensará, como Marcos inicialmente, que soy una fan loca?
Francisco vuelve a abandonar la habitación, esta vez sin decirme a dónde va, y aprovecho para sacar el móvil de mi mochila y encenderlo, decidiendo enfrentarme a todo. Una vez lo hago e introduzco el pin, me conecto al wifi del instituto, y al instante me saltan tantas notificaciones y menciones en Instagram que por un momento el teléfono se queda bloqueado.
Las palabras del director, aquellas que me negaba a creer, se vuelven más reales en ese momento: las cartas ya están recorriendo la red social, y tanto perfiles públicos como privados nos están etiquetando en posts tanto a Jeongin como a mí.
Si no se ha enterado ya por los rumores en clase o por sus compañeros de banda, lo hará en cuanto coja el móvil, lo cual será en... cinco minutos. Cinco minutos, porque son los que faltan para que la clase termine y empiece la siguiente. Y son los que me quedan para pensar en una estrategia fácil y eficiente.
Pero tengo la mente en blanco.
¿Debería fingir que no es mi letra y que alguien me ha hecho una encerrona? Termino desechando esa idea rápidamente porque tiene una desventaja: cualquiera podría coger mis apuntes y comparar la letra de ambas hojas. Entonces, no quedaría solo como una fan loca, sino también como una mentirosa. Así que supongo que tengo que enfrentarme a la única alternativa viable, aunque sea la que menos me apetece realizar: aceptar lo que ha sucedido y aguantar hasta que surja otro rumor que opaque mi repentina popularidad.
El señor de mediana edad vuelve media hora después, esta vez acompañado de la orientadora escolar, Sara: alta, pelo negro y largo, pecas en la nariz y ojos verdes claros. Es joven, de unos veintiocho años, y una de las docentes más conocidas del instituto, tanto para los de la ESO como para los de bachillerato, ya que es muy agradable y siempre está dispuesta a escuchar. Da consejos, pero sin intentar cambiar tu forma de pensar.
—Vayamos a mi despacho mejor —habla, su tono de voz dulce aliviando la tensión estática que hay en el aire. Me levanto, cojo la mochila y la llevo enfrente del pecho, caminando rápido por el pasillo e intentando acoplarme a su paso enérgico—. Me acaba de contar Francisco todo lo que ha sucedido, pero antes de todo, ¿estás bien? —quiere saber en el momento en el que llegamos a la puerta.
—Y-yo... —tartamudeo, notando la lengua pesada y adormilada. Pienso antes de responder—: La verdad es que ahora estoy algo mejor, pero si me hubieses preguntado hace una hora, sin duda habría respondido que no.
—¿Crees que serás capaz de enfrentar las tres últimas horas?
Me siento en una de las dos sillas que hay enfrente a su mesa, de caoba, y respondo una vez me acomodo.
—Creo que sí, pero me gustaría irme a casa. —Al ver su ceño fruncido, añado—: Me da miedo lo que puedan llegar a decir, y sé que es algo a lo que tendré que enfrentarme tarde o temprano... Pero mejor que sea más tarde que temprano —sonrío, algo triste.
—Si quieres, podemos llamar a tu madre para que venga a recogerte o te dé el visto bueno para que puedas irte sola. —Cuando dice eso, me doy cuenta de que eso es algo difícil: mamá entra en el trabajo a las ocho, y no toca el teléfono hasta su descanso para comer. Así que será imposible contactarla.
—Creo... Creo que me quedaré —pronuncio, ante su sorpresa—. No es algo a lo que quiera enfrentarme ahora, pero no creo que responda. Está en el trabajo y no lo cogerá.
—Cualquier cosa ya sabes que puedes volver —propone la mujer, esbozando una sonrisa dulce. Sus ojos verdes brillan por la ternura—. Entonces, ¿quieres ir a la siguiente clase?
—Será lo mejor, sí —asiento, poco convencida.
Justo en el momento en el que termino la frase, suena la sirena, indicando el cambio de hora. El pecho se me hincha de los nervios, y las manos empiezan a temblarme de tal manera que casi no puedo controlarlas. Cojo mi mochila, sintiendo los dedos entumecidos, y me la coloco sobre los hombros, intentando respirar con lentitud.
Cuando salgo del despacho no hay ningún profesor ni ningún alumno en el pasillo, y cuando me dirijo al aula de artes, que está en el patio, tampoco me encuentro a nadie.
Todo, en cambio, da un giro de 180 grados en el momento en el que abro la puerta de la clase y todos los compañeros que están dentro se dan la vuelta al unísono, clavando sus ojos en mí tan fijamente que el corazón me va aún más rápido. Es como lo de esta mañana, pero mucho peor, porque ahora sé a qué se debe.
Siento que estoy hiperventilando tanto que la vista se me nubla y las rodillas me tiemblan en exceso. La pierna izquierda me da tal calambrazo que me desestabilizo, tropezando conmigo misma delante de todos.
Estoy a punto de pegarme un golpe contra una pared cuando un brazo se posa en mi hombro, antes de que siquiera mi piel roce el gotelé. Antes de que pueda reaccionar, una voz nasal y tierna, acompañada de un acento que resulta extraño a mis oídos, habla.
—Tranquilízate, ttodo va a ir bien. —Giro la cabeza hacia la derecha y me encuentro con un dulce Jeongin, que tiene una sonrisa escueta, pero sincera, en la boca. Su tono es algo tembloroso, como si estuviese más nervioso que yo, cosa que me resulta curiosa—. Sé lo de las cartas —susurra, en un tono más bajo, para que nadie más nos escuche. Los demás parecen demasiado atentos ante nuestros movimientos.
Abro los ojos como platos, tomada desprevenida, y cuando voy a murmurar cualquier excusa o respuesta entra el profesor a clase, haciendo que nos separemos de golpe y vayamos corriendo a nuestros sitios.
Me sonríe una última vez, y con un gesto me hace saber que luego quiere hablar conmigo.
Una vez más, el corazón se me sube a la garganta y siento que me voy a desmayar.
Menudo día.

ESTÁS LEYENDO
Insomnia | Jeongin
Fanfiction«Me dicen muchas veces que debo perseguir mis sueños, arriesgar todo para que se hagan realidad. Pero, ¿cómo puedo hacerlo cuando no soy capaz de dormir más de dos horas seguidas?» Luna es conocida por ser la chica más introvertida de su clase, y pu...