Tres

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Esta es probablemente la clase más aburrida que he presenciado en toda mi vida escolar: David, el profesor, dedica casi toda la hora a explicar todos los tipos de perspectivas y sus diferencias, y cuando levanta la nariz del libro que sujeta en sus manos solo lo hace para acallar a la gente que está hablando, lo que supone el noventa y ocho por ciento de los alumnos de clase y una pérdida considerable del tiempo.

Los minutos pasan tan lentos que parecen arrastrados por un carro de caracoles, y en los últimos quince minutos de clase doy tantas cabezadas que no sería capaz de contarlas ni con mis manos ni con las de todos mis compañeros.

Cuando suena la sirena, indicando el principio del recreo, siento una marea de sentimientos, aunque son dos los que predominan: miedo, por si Jeongin decide que ahora es el momento propicio de hablar, y alivio, por saber que no voy a seguir oyendo la verborrea de David y sus perspectivas.

En efecto, cuando salgo de la clase con la mochila a cuestas y con el corazón latiendo a mil otra vez, veo que Jeongin está en la puerta, y que en las manos sujeta por lo menos tres folios, escritos por delante y por detrás. La letra a lo lejos parece apresurada, urgente, inestable.

Hey —saluda, con la voz entrecortada. Tiene las orejas rojas, y no puedo atribuírselo al frío invernal porque estamos en marzo y el calor está cada día que pasa más presente—. ¿Estás libre ahora, o tienes... algo más que hacer?

—Estoy libre —respondo, después de dudar un poco. 

Normalmente no estoy sola en el patio, ya que me quedo con mis mejores amigos, Sebastián y Nuria, que además son pareja. Aprovechamos ese tiempo ya que la hora del recreo y de francés son las dos únicas en las que podemos estar juntos, ya que ellos decidieron estudiar la rama de ciencias, en vez de la de humanidades como yo.

No creo que les importe que por un día no esté con ellos, es más: estoy segura de que agradecerán tener media hora de contacto físico y para liberar estrés, después de tres clases intensas, ya que suelen controlarse cuando estoy delante para no incomodarme.

Con un movimiento simple de cabeza, Jeongin me indica que le siga, y yo lo hago con las piernas y manos temblorosas. Al principio no sé a dónde me está llevando, pero cuando subimos las escaleras que dirigen hacia el otro pabellón, me doy cuenta de a dónde quiere ir: al salón de actos.

Los integrantes de Ivory son los únicos que tienen acceso a él todos los días del año, mientras que los demás sólo podemos acceder las veces que se haga alguna fiesta de fin de trimestre.

Es una sala bastante amplia, con por lo menos cien butacas rojas, que permiten el aforo de bastantes alumnos y así no tener que dividirles en miles de grupos. El suelo es de madera oscura, y las paredes de un tono azul bastante claro, que resaltan aún con las luces de los fluorescentes y focos apagados.

En vez de detenerse en la puerta, entra dentro, y se dirige al gran escenario que hay a lo lejos.

No hay nadie aquí, solo estamos nosotros dos; el sol, entrando por los grandes ventanales; y los focos, apagados, que se encienden cuando el chico le da a un interruptor.

Toda la habitación se ilumina, y con ella los ojos del chico, cuya barbilla además parece temblar de forma leve. Parece nervioso, y esa inquietud presente en sus movimientos se acrecienta cuando coloca los folios, ordenados encima del suelo del escenario.

Por mi mente pasan dos preguntas: ¿cómo le habrá dado tiempo a escribir todo eso en un par de horas, con su nivel de español tan bajo? ¿Por qué él es el único que está en el salón de actos hoy? En cada recreo suelen estar el resto de miembros de su grupo, para ensayar.

Insomnia | JeonginDonde viven las historias. Descúbrelo ahora