Catorce

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He de admitir que, aunque Stella no me daba buenas vibras en nuestras primeras conversaciones, en un par de días nos hacemos amigas y hablamos de tantos temas que me sorprende la facilidad que tengo para charlar con ella. Normalmente necesito semanas, o incluso meses, para entablar este tipo de relación, pero con ella todo ha sido súper fluido.

Me explica que es medio china y medio coreana, y que vino de su país hace un par de años, por la época de Jeongin, y que se conocieron en una academia donde enseñaban español a extranjeros. Meses después, ella se fue a vivir a Sevilla, pero no perdieron el contacto, así que cuando viene a Madrid a visitar a su familia, se reencuentran. Me sorprende que, a pesar de la distancia y de la diferencia entre ambos, hayan mantenido su amistad, porque incluso yo, que veo a Nuria y a Sebastián todos los días, he perdido parte del cariño con el paso de los meses, debido a que cada uno va a lo suyo.

No sé cuándo o cómo sale el tema, pero termino pidiéndole ayuda para elegir cómo ir vestida a la graduación: tanto Jeongin como yo acordamos que el azul sería nuestro color, ya que creíamos que nos relacionaba bastante como pareja, pero no tengo ni idea de cómo llevarlo. ¿Debería llevar un traje negro con camiseta azul? ¿Un vestido corto? ¿O un vestido largo?

Cuando empiezo a desesperarme al darme cuenta de que solo quedan tres días para la fiesta y por tanto debería de tener ya pensado cómo me vestiré, Stella tiene la mejor idea posible.

—Podrías llevar un top corto y una falda larga y azul. No creo que sea difícil de encontrar, porque últimamente está de moda —pone en sus mensajes, y si ella que quiere estudiar diseño lo dice, entonces la creo.

Al día siguiente voy tienda por tienda, probándome mil faldas y cien tops como mínimo, y es en la última tienda donde encuentro el conjunto perfecto: el top es simplemente una banda negra que deja ambos hombros al descubierto, y la falda es larga (justo por encima de los tobillos), tiene pliegues y es de un color azul cielo precioso que me enamora nada más verlo.

Le mando foto a mi nueva amiga y ella me da el visto bueno, diciendo que estaré preciosa y que esperará con impaciencia las fotos que le mande el día esperado, que llega antes incluso de que me dé cuenta. Es como si hubiese pestañeado y del lunes hubiese pasado de repente a viernes: de la nada oigo el sonido del interfono indicando que Jeongin está abajo, esperando a que baje.

Mi madre me coge por los hombros y me afirma con una sonrisa dulce y cariñosa que estoy preciosa, y que espera que me lo pase bien.

—No bebas mucho, eh —me advierte, con una mirada severa que termina desapareciendo cuando ríe—. Es broma. Si bebes no lo hagas mucho, y llega bien a casa.

—No creo que haya bebidas alcohólicas, mamá —me quejo, poniendo los ojos en blanco. Al hacerlo las pestañas, hoy cubiertas por máscara, me rozan las cejas—. La mayoría somos menores.

—Mejor.

Me despido de ella con un abrazo, intentando no enganchar mi pelo recién ondulado con sus anillos, y tratando de no arrugar la falda, que cae con cuidado y con gracilidad.

Es raro bajar las escaleras con los tacones y me toma algo más de tiempo debido a que estos días solo he aprendido a andar con ellos, no a subir o bajar, pero cuando llego sana y salva a la puerta, en lo único en lo que me puedo fijar es en dos cosas: en que casi no puedo respirar de los nervios por encontrarme con el chico, y en él, que está de espaldas a la entrada.

A pesar de que no le veo de frente, ya puedo asegurar que está precioso: el traje negro que lleva, algo ceñido a su delgada figura, hace que parezca mucho más alto de lo que en verdad es, y al parecer lleva el pelo peinado hacia arriba, dejando al descubierto sus cejas, siempre tapadas.

Insomnia | JeonginDonde viven las historias. Descúbrelo ahora