Ocho

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Su casa está a escasos cinco minutos: andamos recto y cuando llegamos al final de la calle cruzamos a la izquierda, después a la derecha, continuamos otra vez recto y llegamos a una urbanización. Saca las llaves de los bolsillos traseros de sus vaqueros, con dedos tan temblorosos que le cuesta encontrar la del edificio a la primera. Y a la segunda. E incluso a la tercera.

—Perdona —se disculpa con una mueca adorable. Nunca me cansaré de repetir lo tierno que es Jeongin. Gira la mano y abre la puerta, y se echa a un lado para que pase primero—. Pasa.

Con las piernas nerviosas y el corazón desbocado, le hago caso. Paso por delante de él, llevándome su olor a perfume masculino y a café que tanto me encanta, pero que ahora hace que me entre hambre. En el momento menos oportuno, me suena la tripa.

—¿Quieres comer ya? —quiere saber. Habla como un niño pequeño interesado hasta en la mínima cosa.

—Da igual.

—A tu estómago no parece darle igual —sonríe y juro que, a pesar del viento frío que corre, me entra calor. Es de esos que empiezan en el estómago y suben hasta la garganta—. Cuando lleguemos a casa, me pondré a cocinar.

Estoy a punto de quejarme diciendo que no hace falta ir con tantas prisas, pero la aparición de una mujer menuda y delgada me corta de lleno. Jeongin sonríe un poco más y me coge de la muñeca, empujándome a su lado y haciendo que choque con su brazo.

Musito un pequeño "oh" y miro hacia arriba, buscando su mirada y alguna explicación de por qué su comportamiento tan repentino, y la respuesta llega cuando abre la boca y dice:

—Mamá, ella es la chica que te dije que vendría hoy: Luna —me presenta, tirando un poco de mi mano y acercándome más a él. No se por qué lo hace, habiendo tanto espacio en el portal, pero no me quejo. Inspiro y me empapo de su olor antes de que sea demasiado tarde.

—Buenas tardes —saludo con una sonrisa temblorosa, inclinándome para darle dos besos, uno en cada mejilla.

La mujer también esboza una pequeña sonrisa y mira a su hijo, musitando algo largo en coreano. Solo distingo algo que suena a "yepuda", que suena a algo insultante, pero que a lo mejor en coreano no lo es. O eso espero.

Jeongin asiente con la cabeza enérgicamente y le responde también en el idioma, y no puedo evitar sentir las ganas de aprender aunque sea alguna palabra.

—Puedes llamarme Minji —me dice la madre—, y espero volver a verte por aquí pronto. Ahora tengo que ir a trabajar, pero me gustaría que volvieses algún otro día y hablásemos y comiésemos juntas.

—Claro, muchísimas gracias —exclamo, de repente más enérgica y confiada.

La mujer se despide inclinando un poco la cabeza y se va, arrastrando un poco los pies. Parece cálida y agradable, de ese tipo de madres comprensivas que sólo aparecen en la tele y te hacen pensar que la vida no es así.

—Parece que le has caído bien —informa Jeongin, pulsando el botón del ascensor. Esperamos a que baje y cuando nos metemos en él, no puedo evitar preguntarle:

—¿Qué fue lo que dijo? ¿Ye...pu..da? —intento pronunciar la palabra lo más fiel que puedo, pero me sale bastante cutre.

Mientras él traga saliva y empieza a hablar echo un rápido vistazo a los cristales del ascensor, que me devuelven la imagen de los dos pegados. Su mano ya no está sujetando la mía, pero inconscientemente sigo pegada a su costado. Me pregunto si debería separarme, pero en cambio me concentro en su pelo ondulado y algo despeinado, y en lo alto que parece a mi lado.

—Dijo que eres... Bonita. Que eres guapa. Le pareces guapa —cuando menciona esas palabras, me ruborizo tan violentamente que no se cómo no se me cae la cara al suelo, derretida.

Insomnia | JeonginDonde viven las historias. Descúbrelo ahora