Seis

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No sé cómo, pero Jeongin termina acompañándome hasta la puerta del portal de mi casa, y no puedo evitar preguntarme si vivirá lejos o si apenas nos separan unas calles. No obstante, los pensamientos solo duran unos segundos, porque mi corazón débil está desbocado, nervioso y amenaza con salírseme por la boca.

—Gracias por acompañarme —agradezco mientras busco las llaves en la mochila. Cuando lo hago, abro la puerta y me giro de nuevo para observarle, para empaparme la vista con su cercanía poco habitual—, y por los croissants y el hielo.

—De nada —musita, y con voz algo más suave pregunta—: ¿Te duele?

—La verdad es que un poco, pero se pasará en unos días.

—Siento que haya sucedido esto, de verdad. Perdón por todo el daño que estoy ocasionándote —se disculpa, haciendo un puchero tan tierno que me dan ganas de apretujarle los mofletes y de decirle que todo está bien, pero no lo hago. 

—No es tu culpa, Jeongin.

Se me hace raro pronunciar su nombre, a pesar de haberlo hecho varias veces en el supermercado cuando estaba empecinado en comprarme las dos cosas. Me pregunto si a él le resultará raro oírlo de mi boca.

Doy un paso dentro del portal en el mismo momento en el que sigo hablando.

—Nos vemos mañana en clase, entonces. Gracias por acompañarme —vuelvo a repetir. Tengo la sensación de que ni con miles de "gracias" sería capaz de mostrarle mi agradecimiento.

Él niega con la cabeza para quitarle peso a la situación y echa a andar, aunque parece retractarse, porque gira sobre mí mismo y para la puerta antes de que se cierre, cuando ya estoy subiendo el octavo escalón.

—¿A qué hora sueles salir de casa para ir al instituto? —Tiene las orejas y las mejillas tan rojas como el color de sus zapatillas. ¿Será del frío?

—A... A las ocho y cuarto —tartamudeo, sorprendida por la pregunta.

—¿Puedo... Puedo venir a-a recogerte a partir de ahora? —quiere saber. El acento coreano vuelve, como si el interruptor apagado se hubiese vuelto a poner en marcha. Ya no habla con tanta fluidez y confianza, y parece que le cuesta pronunciar cada palabra que sale de su boca.

—Cl-claro —asiento, aún sorprendida.

—Va-vale. Pues ma...ñana estaré aquí en la puerta a esa hora.

🌸

Pensaba que no cumpliría su palabra y que se olvidaría del pequeño trato, pero a las ocho y cuarto Jeongin está enfrente de mi portal, apoyado suavemente en un coche blanco. Tiene el pelo peinado hacia delante, de manera que solo se le ve un trozo de la frente, y va vestido con un chándal completo negro que le sienta bastante bien. Parece atleta, y no un chico que canta en una banda de música.

Hey —saluda, levantando la mirada de sus zapatillas limpias. Tiene los ojos brillantes y unas bolsas debajo de ellos que le hacen parecer un bebé—. Buenos días, ¿has dormido bien?

La pregunta me pilla tan de golpe que me golpeo el brazo con la puerta de hierro.

—Hola —saludo primero, algo dudosa—. Sí, he dormido bastante bien —Cosa que es mentira. Entre el insomnio que no me deja dormir por las noches, y los nervios por el hecho de que me vaya a acompañar al instituto, apenas he dormido tres horas—. ¿Tú?

—Bien, aunque podría haber sido mejor.

Quiero preguntarle qué ha pasado, pero echa a andar antes de que siquiera pueda abrir la boca. Al estar delante de mí percibo bajo el olor fuerte de su perfume un sutil aroma a granos de café, que me hace recordar al invierno y a la sensación de arroparse bajo miles de sábanas.

Insomnia | JeonginDonde viven las historias. Descúbrelo ahora