Diez

1.8K 204 330
                                    

Nada más llegar, aprovecho que no está mi madre en casa (como de costumbre) y doy saltos felices mientras enciendo el ordenador para poner música. Mientras se carga Spotify, decido mandarle a Lucas un mensaje, diciéndole que me llame en cuanto pueda. No me sorprende que a los dos minutos suene mi tono de llamada: siempre está pendiente del móvil.

—Eh, hola —exclamo. Desde que acepté la cita de Jeongin y nos separamos definitivamente, no he dejado de sonreír, y tal vez me vaya a dormir  aún con una sonrisa de oreja a oreja.

La última vez que había estado tan feliz fue cuando papá volvió de Afganistán, tras ser trasladado allí para hacer operaciones militares, y salimos él, mamá y yo a cenar a un restaurante mexicano, cuya comida estaba deliciosa. Aprovechamos el tiempo que teníamos, y apenas dos meses después le destinaron a Turquía. De eso hace ya dos años y no ha vuelto desde entonces, aunque de vez en cuando manda postales y cartas.

—Cuéntamelo todo —murmura él. Oigo un ruido de platos y de un grifo, así que supongo que está fregando y que me tiene en manos libres—. ¿Ha pasado algo con Jeongin?

—¡Sí! —exclamo, dando un salto y golpeando con fuerza el suelo de mi habitación. No me preocupa, ya que vivo en un primer piso y no hay nadie debajo que se vaya a molestar—. Hoy he vuelto a quedar con él para estudiar, como siempre, y en vez de ir a la panadería nos hemos tenido que quedar en su casa porque estaba lloviendo y teníamos una tormenta encima, así que...

—¿Te has liado con él? —pregunta curioso, y con un matiz extraño en su voz que no identifico claramente. Frunzo el ceño y decido preguntar por ello después, para así terminar antes mi historia y que no se me vaya el hilo de ella.

—No, idiota —suelto una pequeña carcajada—, pero nos dormimos.

—¿Cómo pudiste hacerlo con la tormenta?

En una conversación rara que tuvimos por teléfono (nos llamamos casi todos los días a las ocho, cuando los dos terminamos de estudiar), grité porque había visto una araña, y había salido corriendo de mi habitación. Me preguntó en ese entonces si tenía aracnofobia, y le dije que también me daban pánico las tormentas. Se rio y dijo que era adorable, y yo hinché las mejillas aunque no me estuviese viendo.

—Esa es la mejor parte —digo en tono tan meloso y cursi que me dan ganas de pegarme un golpe contra la ventana hasta desmayarme—. Le dije que me daban miedo, y me apretó contra él para que me concentrase en el latido de su corazón.

—Ay, qué adorable es Jeongin cuando quiere —oigo que comenta, tras una risa que suena algo forzada. Dos platos chocan y el sonido incómodo hace que haga una mueca a través del dispositivo.

—¿Pasa algo, Lucas? —pregunto, ahora sin querer dejar la explicación para más tarde—. Te noto... distante. Y raro.

—¿Yo? Estoy bien. No me pasa nada —habla atropelladamente y casi no se le entiende. Y eso lo hace solo cuando está nervioso. Un mes de amistad me lo ha demostrado más que de sobra.

Está mintiendo.

—Bueno, sigue contándome —añade.

De repente, se me quitan las ganas de contarle cualquier cosa, porque para que me responda sarcástico o seco, prefiero no decir nada; no obstante, accedo a regañadientes, solo para ver cuánto tiempo decide seguir con las mentiras y los secretos.

—Me quedé dormida y a la vuelta me pidió una cita —digo únicamente. No le cuento que me dejó una sudadera que aún llevo puesta, ni lo lento que andamos volviendo a mi portal para aprovechar cada minuto. Tampoco lo cerca que estuvimos de besarnos, o de lo mucho que apreté su camiseta del miedo.

Insomnia | JeonginDonde viven las historias. Descúbrelo ahora