I.

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Ugh, menuda mierda.

La noche —o madrugada, más bien— había llegado, llenando aquella iglesia de oscuridad y un silencio penetrante que, incluso, sí tomabas mucha atención, hasta parecía hablarte y recordarte los sucios secretos de tu mente; aquellos secretos que uno como ser humano se negaba a contarle hasta la persona más cercana a ti. O, al menos, en mí si provocaba ese efecto tan atroz y de alguna manera, morboso.

El sonido de mis recién boleados y brillosos zapatos de charol sonaban en el piso a medida que caminaba con el tiempo sobre los hombros, también emitiendo un sonoro y hueco sonido que chocaba contra el alto techo y las amplias y blancas paredes del lugar.

¿A quién mierda se le ocurriría confesarse en plenas tres y media de la madrugada, o incluso más?

Era, simplemente, ¡una puta locura!

El simple hecho de que uno de los monaguillos me hubiese despertado para escuchar los quejidos y súplicas probablemente dolorosas de alguna persona de todo Seúl, me jodían a un punto en el que mi caminar se hacía recio y con una velocidad que ni yo mismo había utilizado al trotar en mis clases de fisica cuando contaba con tan sólo quince años aunque, probablemente, preferiría volver a esos tiempos que escuchar los problemas de otras personas, y no sólo eso, sino que darles consejos que ni yo mismo podía ejercer en mi vida diaria, consejos que no los daba de corazón, sino por compromiso.

Al verme frente al confesionario, respiré hondo y alisé con la palma de mis manos esa larga sotana que ya había llevado por dos largos años. ¿En realidad era necesario ésto? es decir, claro que lo era visto que, siendo un sacerdote "ejemplar", cómo buen ciervo y ayudante de Dios, era más que jodidamente necesario escuchar las súplicas de los ciudadanos creyentes que al ser meramente humanos se carcomían el cerebro pensando en que el pecado era algo mal visto, algo que con tan sólo el ser mencionado podía captar la atención de cualquier persona que se encontrase cerca y comenzara a formar una cruz sobre su cuerpo con el dedo índice y pulgar cruzado, ¿qué el pecar no nos hacía humanos? ¿qué el pecar no era algo esencial para hacernos saber que en ésta vida nada es perfecto?

Pero, lo más importante y regresando a las necesidades, ¿qué necesidad tenía yo de ser prohibido de mi sueño a las casi putas cuatro de la mañana, sólo para escuchar problemas que no eran de mi incumbencia?

—En el en nombre del padre, del hijo y del espíritu Santo... —musité una vez sentado en aquél pequeño lugar que me causaba claustrofobia, sin embargo, trataba de enmascararlo con aquellas frases religiosas que por necesidad me había aprendido—, puedes confesarte, hijo.

Dije, suponiendo que la persona del otro lado de aquella malla de madera, era un chico, pues a través de aquél pequeño grabado de rendijas pude distinguir el flequillo lacio y castaño caer por su frente, gracias a la luz de la luna que teñía su rostro con palidez, sin fervor, aunque, claro está que podía verle un poco, tampoco era un puto ciego para no darme cuenta que era chico y, además, el olor tan amargo y vivaz a licor barato me lo delataba; me delataba que no era uno de esos hombres ricachones que frecuentaban mi iglesia, puesto que esta se encontraba situada en una zona de gente con dinero.

Ese chico con cabello castaño y tremendo olor a caos, no era uno de esos hombres que llegaban a arrodillarse frente a la malla de madera con rendijas que me propiciaban aquél olor de colonia costosa, que me propiciaban dinero, o incluso mamadas sí su situación requería de algo más que dinero, lo que me hizo suspirar.
Ese era el problema con la gente que frecuentaba mi iglesia; no venían con la intención de desalojar sus más íntimos pensamientos o arrepentimientos con una persona que, en éste caso era yo, no tenía las mínimas ganas de escucharles, no, sino que venían a pedirme favores, y favores que joder que me costaban cómo un infierno llevar a cabo y, claramente, yo me aprovechaba de ello, me aprovechaba del dinero o favores sexuales que me brindaban y solamente por cubrir algunos secretitos que se tenían más que guardados como aquella chica que me había follado en los baños de la iglesia con tal de enmascarar durante la ceremonia religiosa de su boda que le había sido infiel a su futuro esposo, pero eso no era todo, sino que había matado a su amante para que este no dijese nada, Dios, que bruta...

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