VI.

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—¿Él lo pidió? 

Jimin ya había recogido cualquier rastro de pedazos de vidrio en el suelo, en el sofá y sobre el cuerpo de Kim. Podría parecer alguien rebelde, pero aquel rubio se preocupaba por todo, y en especial de aquel demonio que tenía por mejor amigo.

Jungkook había terminado sentado en el sofá, justo a los pies del de piel acaramelada quien ahora dormía plácidamente después de aquel golpe que su propio novio le había proporcionado pero, a pesar de eso, el mismo causante de aquel golpe parecía estar en total tranquilidad. Su rostro era neutro, y con la yema de los dedos se aseguraba de acariciar con lentitud la piel desnuda de la pierna de Taehyung. Era una escena algo divertida de ver, pues su propio cuerpo parecía reaccionar ante el suave tacto que él mismo ejercía sobre Kim, pero su mirada perdida me decía que estaba en otro mundo distinto al de nosotros, completamente perdido en aquellos mórbidos pensamientos que gritaban porque, yo, me enterase de ellos.

Después de unos cortos minutos en los que Jimin se había encargado de dejar todo en orden, Jungkook simplemente se limitó a confesar que, aquel golpe, se lo había pedido el mismísimo Taehyung. Confundido, claramente estaba deseoso por saber más de aquello, por saber las razones porque, ¿quién demonios le pediría a su propio novio que le golpease, cuando están a centímetros de follar?
Y a pesar de mi insistencia, el pelinegro con complejo de muerto, no dijo nada, ni siquiera abrió la boca. Me miraba cada vez que le preguntaba la causa, pero no hacía más que dedicarme una corta sonrisa para después volver a perderse en la nada.
Después de aquello, Jimin decidió descansar en uno de los sofás sobrantes de la sala, mientras que yo opté velar por mi vida y salir al auto a tratar de dormir una siesta, al menos hasta que Taehyung decidiera sacarnos de allí.

[…]

Tres días habían pasado ya desde mi encuentro con el Diablo y sus sátiros.

Tres días, y no tranquilos, precisamente. La señora Jung, nuevamente, había venido a la misa —cada domingo por la mañana, hacía dos días, como era costumbre—, solo que esta vez, era solo ella. Su esposo, Hoseok y la hermana de este último no se encontraban acompañándole —de Hoseok realmente no me sorprendía mucho, pero era raro que lo que restaba de la familia, no acompañaran a la dueña de la casa—, por lo que también se me hizo raro cuando la vi llegar al final de la eucaristía.
Se notaba estresada, confundida pero, más que eso, molesta. Le vi esperar pacientemente hasta que toda alma se fue de la misa, y fue entonces cuando su pequeña anatomía se acercó hasta mi. La saludé como de costumbre, con una sonrisa más falsa que el amor que yo decía tener por la religión, pero ella, esta vez, no había hecho lo mismo. Seria, sus palabras fueron:

“¿Es verdad, Sacerdote Min? por el amor de Dios, dígame que no, que todo es un simple chisme”.

Tragué saliva en el momento, tratando de ocultar mis crecientes nervios. No sabía de lo que hablaba, pero indagando a fondo sobre mis propios pensamientos, llegué a una cuerda conclusión, que más tarde me pareció la conclusión que desataría el caos en mi iglesia, y en la zona.

“Me han dicho que Hoseok y usted... sucumbieron al pecado. Mi Hoseok-ie, y menos usted, Sacerdote, podrían hacer aquello, ¿verdad?”

Yo seguía en total silencio. Ambos nos mirábamos a los ojos; los de ella acuosos y con confusión severa detonando, mientras que los míos emanaban ira y temor, una combinación exquisita para quien fuera fanático de la humillación y sufrimiento ajeno pero, vaya que aquello no era todo.

Mis nervios aumentaron de cien a mil porciento cuando sacó un sobre de su bolso, un sobre el cual había abierto en mis narices, y ojeado cada página, una por una, asegurándose de pasar cada imagen de toda víctima a la había muerto a mis manos. Estaba completamente jodido.

SINNERS ━ taekookgiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora