VII.

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¿Alguna vez... el diablo morirá?

Pregunta del millón, o tal vez pregunta que solo cabría en los pensamientos más profundos de una persona paranoíca.
El pecado, el desorden, la maldad comenzaba a gobernar desde los inicios del siglo XXI; la violencia, la contaminación, muerte y caos era como se podía describir el nuevo mundo que comenzaba a formarse en el planeta tierra, y por aquello mismo era que decían que la llegada de Dios estaba muy cerca, porque el poder de Satanás se hacía cada vez más presente.

Aunque, claro, tratándose de mi, eso era lo que menos me importaba. Siempre había obrado para mi bien, y no en el de los demás, pero, esta vez, podría que no solo estuviera obrando para mi.

Las manos me sudaban, me temblaban de nervios al igual que las piernas con cada paso que se escuchaba en la acera de la calle. Cada vez estaba más cerca del escondite no tan secreto de Kim, y a pesar de que estaba decidido a desaparecerlo del mundo, no podía evitar titiritear de miedo.
Parecía un simple chico con gustos muy exóticos, pero sabía que por allí, en lo más oscuro de su ser, había secretos que podrían dejarme helado, y claro, también estaba más que seguro que, al igual que yo, era capaz de matar a cualquiera que se le pusiera en el camino.

Mis nudillos no demoraron en tornarse rojizos e irritados por el insistente golpeteó en aquella puerta que ya conocía; la casa seguía con aquel aspecto fúnebre y cero acogedor, lo que me dio mala espina desde que el metal frío de la navaja que reposaba entre la palma de la mano me caló la piel. No pasaron los diez minutos bajo el frío y oscuro cielo que me cubría, cuando los cabellos castaños de Taehyung aparecieron del lado contrario a la puerta.

—¿Yoongi? —bostezó al hablar, mientras entrecerraba los ojos confundido. Era ya de madrugada, claro, y al parecer le había despertado—. ¿Qué haces aquí? no pedí que vin...-

Le interrumpí, abriendo la puerta por completo de un golpe con la palma, antes de adentrarme en aquella pocilga que ya comenzaba a odiar. Me paseé por la pequeña "sala" y el comedor que la decoraba, buscando señales de que alguien más estuviese allí, y con ello me refiero a Jungkook.

—¿Dónde está Jung? —Taehyung observaba con atención a medida que avanzaba por aquello a lo que él llamaba su hogar, hasta que me detuve del lado opuesto al de él, mirándole fíjamente—, ¿está aquí?

Negó.

Guardé silencio por algunos segundos, y es que me estaba jodiendo tanto que todo saliera a como lo había planeado. Le tenía frente a mi, con un suéter tremendamente ancho cubriéndole y unos pantalones de trotar —lo que, cabe recalcar, por alguna razón, me recordó a Park cuando iba a encontrarse conmigo a la iglesia; se veía como un capullo inocente, sí, pero eso no me impediría clavarle una navaja en el cuello.

Un pesado suspiro me sacó de mis pensamientos, lo que me hizo reaccionar al instante y señalarle con la navaja que ya traía preparada en mis manos, en seguida haciéndole una seña con la punta para que tomara asiento en la silla de madera que se encontraba a su lado—. Siéntate.

—No —respondió apenas y terminé de hablar, cruzando los brazos a la altura del pecho—. Son las putas dos de la mañana, Yoongi, ¿qué demonios haces aquí, uh? —tomó camino, ahora llegando a mi lado y enfrentándome—. No sé qué te pase, pero a mi no me asustas con tu navajita de mierda. Conmigo no se juega así.

El coraje comenzaba a invadirme, y es que aquel castaño tenía la clave para sacarme de mis casillas, pero al mismo tiempo hacerme vulnerable. Estaba tan cerca de mi, que los nervios se apoderaban de todo mi ser, pero las ansias de ahorcarle no me permitían ser débil como siempre lo era cuando se trataba de él, y tampoco me rendiría tan fácil.

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