III.

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El frágil cuerpo de Park Jimin descansaba a mi lado, con el cabello ligeramente alborotado y la luz de la luna que se colaba por mi ventana, iluminandole aquél rostro que fingía total inocencia.

Los chupetones que el desgraciado de ese tal Kim Taehyung había marcado en su piel seguían allí, pero yo, a propósito, había dejado algunos nuevos por si aquel chico del cual desconocía su rostro, se atrevía a marcar territorio en algo que ya era completamente mío. Y, claro, los cortes seguían allí, cortes que yo mismo había curado mientras el de la anatomía más frágil y pequeña dormía, pues no siempre era tan hijo de puta. Habría una enorme posibilidad de que aquel sentido de pertenencia obsesiva, se hubiera convertido en afecto puro, y tal vez ni siquiera yo mismo me hubiese dado cuenta, pero preferí ignorar aquel pensamiento que repentinamente se había colado en mi mente.

Pasaban más de las tres de la mañana; había follado de puta madre con Park, como siempre, a costa de una buena reconciliación después de aquel "conflicto" que habíamos tenido horas atrás, y parecía que ambos no podíamos dormir. Él mantenía los ojos cerrados y la respiración más calma del mundo, pero sabía que estaba intranquilo por algo que yo, honestamente, no necesitaba saber.
Y, bueno, yo tenía la mente en el mismo infierno, pensando en las similitudes que había en el chico de aquella noche, y el mejor amigo de quien se encontraba en total desnudez a mi lado.

La curiosidad me estaba carcomiendo y, ciertamente, tenía unas inmensas ganas de saber cómo demonios era aquel rostro que se había atrevido a tocar lo que claramente estaba marcado por mí, lo que estaba marcado por la necesidad de unos labios exploradores y lujuriosos como lo eran los míos cuando Park se presentaba frente a mí y las ansias de poseerlo me inundaban.
Quería saber quién no podía saciar sus deseos sexuales con tan solo un par de chupetones, porque aquel chico había llegado a un límite cuando el sexo le parecía una iniciativa para un ritual satánico mediante cortes.

Y otra cosa que me parecía totalmente rara, era la situación en sí.

Un chico, que mató a su padre con verdaderas intenciones de ver la muerte pasar sobre sus ojos, ahora intentaba revivirlo mediante un ritual que incluía sexo ligeramente descontrolado, con sangre y cortes sobre un ser que ya no se conservaba virgen en lo más mínimo. Aquello me hizo pensar que, tal vez, yo, el sacerdote Min, era bastante ingenuo para saber lo que de verdad estaba pasando; si aquella historia con huecos de por medio era cierta, o si solamente Jimin me había mentido para salvar su pellejo de mí y de mi manera tan cruel de cobrar las cosas.

—¿Duele? —pregunté, dando la media vuelta sobre aquel colchón, ahora quedando detrás de aquel pelirubio, quien claramente seguía inquieto por alguna razón, aunque silenciosamente. Las yemas de mis dedos se pasearon por encima de las finas marcas de navaja que decoraban la piel de sus muslos. Un quejido de su parte fue lo que respondió mi pregunta—. Voy a matar a ese hijo de puta.

Ambos quedamos en silencio, con nuestras respiraciones ambientando el sonido de mi habitación, hasta que la quisquillosa risa del menor me desconcertó. Fruncí el ceño, algo confundido por aquella repentina acción que ciertamente había estado fuera de lugar.

—No podría matarlo, sacerdote Min —sus cabellos rubios se movieron en un ligero compás cuando negó con la cabeza, mientras yo esperaba expectante su próxima respuesta—, antes de que le haya estacado un cuchillo en la yugular, a Taehyung ya le habrán salido cuernos y le habrán crecido garras.

No respondí ante aquello, pues el silencio de nuestras voces parecía decir más que mil palabras, y estas me decían que si abría la boca, un nuevo conflicto daría paso en la situación, y ambos nos saldríamos de control nuevamente.

En silencio, salí de la cama con la desnudez total predominando en mi piel, solo que las marcas y chupetones frescos de Park decoraban de esta de una manera terriblemente artística pero pecaminosa, justo como una obra de arte del renacimiento. A Jimin pareció no importarle el que el calor de mi cuerpo le hubiera abandonado, pues incluso se había acomodado en mi cama, dispuesto a dormir una larga siesta antes de su partida. Ante esto, tomé provecho y logré vestirme con algo de ropa vieja de mi armario, dejando la sotana lista para la misa de la mañana siguiente, antes de regresar a mi hogar, a la iglesia.

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