VIII.

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2005;

-¿Yoongi-ah?

Con extrema lentitud, los ojos del pequeño adolescente se abrieron. Las persianas se encontraban abiertas de par en par, y la luz lograba que la dilatación de sus pupilas fuera imposible.

-¿Nana?

Susurró, y la señora Shin sonrió al escuchar la ronca voz de su niño, pero en seguida volvió a su pose y ceño neutral. Se acercó hasta uno de los costados de la cama con sábanas blancas, y tomó estás últimas desde los bordes para hacerlas a un lado sobre el colchón y descubrir la pálida anatomía debajo de estas. El pelinegro tomó asiento, con cierta y notable pereza, mientras fruncía el ceño, tratando de acostumbrarse a la luz.

-¿Qué pasa? -musitó, ladeando la cabeza para ver su rostro. Le analizó por completo, aunque no logró descifrar aquel rostro sin sentimiento alguno, cosa muy rara en alguien como ella-, nana, ¡hoy es sábado! no tengo clases, y el entrenam-

-Tu padre quiere hablar contigo, Yoongi-ah -relamió sus labios, mientras su mano más cercana acariciaba con lentitud el hombro del menor. Su ceño gritaba preocupación en todo su esplendor, pero el de piel blanquecina no lograba notarlo del todo-, saldré para que te vistas, Yoongi. Te espero en la puerta principal.

El ambiente se sentía raro, y aquel adolescente no era tan estúpido como para no entender la situación, aunque, de algún modo, no sabía para que su padre le había citado a cierta hora, sabiendo que las mañanas sabatinas eran de descanso. A pesar de aquello, no demoró mucho en alistarse, pues la curiosidad le estaba matando, y su corazón latiendo con fuerza era mero presentimiento de que algo no andaba bien.

Justo como la señora Shin le había dicho, se encontraba esperándole con ese rostro de preocupación en la puerta principal, cosa que trataba desesperadamente por disimular con una sonrisa nerviosa que terminaba siendo una mueca, y el blanquecino pretendía no darse cuenta de ello, respondiéndole con una de sus mejores sonrisas fingidas también, pues era verdad que, en ese momento, ambos compartían el mismo sentimiento de pesar sobre los hombros.

-¿Tienes idea de para qué me cita por la mañana, nana? -inquirió, desplazándose a su lado por la longitud del jardín frontal que daba hacia el portón de entrada. Sabía que aquella pregunta tenía una respuesta positiva, pero necesitaba indagar más a fondo antes de sacar cualquier conclusión-, es decir, nunca me había llamado directamente a su despacho, y...

-Yoongi -su voz había cambiado, solo para detenerle por los hombros y sujetar la mirada del más pequeño. El pelinegro estaba listo para aquellas palabras de aliento, de consuelo sí así podrían llamarse, así que se resignó a escuchar con atención-. Sea lo que sea que pase allí, tiene que quedarse en el lugar. No necesitas divulgar lo que escuches, y mucho menos dar reproches al respecto, tú... eres fuerte, eres uno de los Min. Un futuro maravilloso te espera.

La presión comenzaba a hacerse presente en sus hombros, y aquellas palabras ya no sonaban más como un consuelo, sino como un recordatorio de que tenía que hacer las cosas bien sobre una situación que no cabía en sus pensamientos, y que comenzaba a ser una incógnita de importancia para su dolor de cabeza.
Y aquel dolor de cabeza duró medio camino entre pláticas con el conductor del auto, hasta que la llegada a aquel enorme edificio le revolvió el estómago, con arcadas estomacales que venían con un nuevo punzar en el pecho.

El ambiente se sentía tenso después de quince pisos pasados en el elevador, y cuando el menor salió de este, sintió que el aire le faltaba. Todo estaba cerrado, a pesar de aquellas maravillosas vistas que el ventanal frente a sus ojos le brindaba, pero la presencia de su padre comenzaba a sentirse en el aire, y eso le estaba colocando los nervios de punta.

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