IV.

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Una fría y nublada mañana era lo que acompañaba mis indecisos pasos, los cuales me guiaban nuevamente a aquella casa de madera que ya conocía.

Yo lo sé todo, Min Yoongi, porque soy el Diablo.

Frase digna de un libro de fantasía o incluso filosófico, dicha por el mismísimo Kim Taehyung, me había sacado por completo de mis casillas. Mis manos, en aquel momento, habían comenzado a transpirar por el manojo de nervios que iba acumulándose en mi ser, sin nombrar el creciente miedo que se estaba apoderando de mi en aquella silla, más, yo, no había dicho ninguna palabra, sino que esperé a que hablara nuevamente y, sin más, me había dicho a lo que quería llegar, a un trato meramente justo y beneficioso para los dos -aunque, ese trato le benficiaba más a él que a mi-, y yo, tremendamente asustado por lo que podría suceder, acepté aquello.

Y así fue como yo, el sacerdote Min, me encontraba caminando nuevamente a aquella casa que daba mala espina, con el único propósito de cumplir aquel trato al que habíamos llegado. El de orbes chocolatosos, debía admitirlo, no podría ser más astuto; al haber conseguido aquella información confidencial sobre mi pasado de alguna manera u otra de la cual yo no estaba enterado, se aprovechó a diestra y siniestra de ello. El trato constaba de revivir a su padre, sí, cosa que ya sabía pero que, sin embargo, seguía sembrando el miedo en mi. Sangre era involucrada, mi sangre, la de su novio, la de Park y, sí se conseguía a alguien más, aquel valiente sería recibido por propósitos de diversión, había dicho él con una sonrisa burlona.

Pero, a pesar de aquello, no sabía cuando llevaría a cabo ese ritual.

Había aceptado ciegamente, sin pensar en esta u otra consecuencia, pues una respuesta negativa no podría servirle después de que tenía mil y un documentos con lo cuales podría amenazarme. Yo, ante aquellos ojos que aún mantenían una pizca de inocencia, estaba siendo un sumiso, completamente su esclavo.
Por aquello mismo, era que ya me encontraba nuevamente frente a aquella puerta opaca y desgastada, dañando mis nudillos con los insistentes golpes que añoraban por el dueño de aquel lugar a recibirles.

—Pasa —habló apenas su anatomía había aparecido por la parte interior de la puerta—, llegas tarde, y Taehyung está alterado.

Aquella era la primera vez que escuchaba hablar a quien parecía el novio de Kim. Su voz sonaba juguetona pero seria al mismo tiempo, al igual que no emitía gesto o expresión alguna ante mí. Su aura seguía siendo la misma; dominante y despreocupada, distraída y perturbada por algo que yo no sabía, y que tampoco tenía muchas ganas de joderme por enterarme. Me preguntaba, con la duda comiéndome los sesos, cómo es que aquellos dos habían acabado conociéndose. Kim, por lo poco que estaba enterado, era un loco desquiciado. No me hacía falta mencionar que había asesinado a su padre —y al parecer única familia a sangre fría y por un gramo de influencia de aquel chico de cabello azabache y, que, sin embargo, seguía liandose con él de una manera descarada y atroz. Realmente no me sorprendería si alguna vez llegase a verle desnudo, y que aquel abdomen que imaginaba rocoso y essculpido, estuviera lleno de cortes y sangre reseca, y estos mismos a obra del mismísimo Kim Taehyung. Y, logrando ligar todo, tampoco conocía a ese chico de orbes oscuros que detonaban lujuria, por lo que su primera reunión podría haber sido de las más normales, o de las más caóticas tratándose de esas dos personas.

El chico con nombre desconocido para mi, se adentró en aquella casa, caminando sin ganas hacia el sofá mohoso que se encontraba decorando su sala de una manera muy cutre, dejándome a mis méritos en la entrada, por lo que no me quedó de otra más que dirigirme hacia donde él estaba. Me mantuve firme, a metros de distancia cerca de la pared, esperando por aquella cabellera castaña que ya llevaba mucho tiempo en mis pensamientos.
Me había quedado ido, pensando en qué se le había venido a la mente al de ojos que fingían inocencia para hacer aquella mañana, mientras trataba de encontrarle aunque sea algún detalle bonito a ese lugar. Y fue una misión fallida, pues el desagradable aroma de la vez pasada seguía inundando el lugar e incluso más fuerte y penetrante, por lo que me era difícil concentrarme.

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