V.

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Es increíble, ¿no?

Es increíble como la vida pasa tan rápido; mi padre, Min Young-soo, con un fuerte pegue en la política y negocios sucios. La vida para él realmente no significaba nada, o al menos aquello me había dado a entender cuando mis quince inviernos habían llegado.

Mis rodillas guardaban miles cicatrices de guerras infantiles, pero aquello había sido sustituído con la sangre de mi padre escurriéndose por mis nudillos. La inocencia en mi ya no existía, pero aún así, el miedo que me provocaba la carretera por la que nos llevaba Kim, me decía que tal vez podría haber algo valioso en mi, algo que aún valiera la pena por rescatar y guardar en uno de los rincones más seguros de mi alma, donde pudiera admirar y utilizar de ese algo en un futuro.

La oscuridad se hacía cada vez más presente en aquella carretera, y temí por mi vida cuando Taehyung apagó las luces delanteras de aquel viejo auto. Por primera vez me sentí ansioso por salir de mi escondite, de gritar y pedir ayuda, por primera vez había temido por mi; temía por el que mi alma se desvaneciera como un polvo fino más. ¿Cómo pensaba matarme Kim? ahora que lo pensaba, él era muy capaz de hacer correr mi sangre con lo que fuese, y yo no podría hacer nada al respecto.

Era morir a sus manos, o ser atrapado en mis juegos sucios por la policía.

—Taehyung, ¿a dónde vamos? —habló Park. Desde que habíamos subido a aquel auto no había dicho palabra alguna. Se le veía totalmente sereno, pero sabía que en el interior, estaba hecho un enorme caos—, esta zona está algo alejada y... deberíamos regresar, Taetae, por favor...

Ante aquel meloso apodo, Kim pareció tensarse. Sus larguiruchas manos habían terminado haciendo presión sobre el volante, y pude percibir que nos miraba a ambos por el rabillo del ojo, aunque, a pesar de sus notorios nervios, él no respondió nada. El auto continuó en marcha, con una tensión que podía tocarse con la yema de los dedos.

Al cabo de unos largos minutos donde Jimin y yo tratábamos de comunicarnos con nerviosas miradas y susurros inaudibles, Kim adentró el auto en el bosque que decoraba los laterales de la solitaria carretera. El auto movía nuestros cuerpos con insistencia gracias a las rocas y la tierra que permanecía debajo de nuestro transporte, y el que todo estuviera tan calmo me hacía perder la poca cordura que me quedaba, pero tampoco dije nada o hice algo al respecto, pues no quería enfurecer a Taehyung.
Veía mi muerte acercarse por cada kilómetro más que el auto avanzaba, hasta que este mismo se detuvo a las orillas de un enorme lago donde una cabaña decoraba a los costados. Era grande y se encontraba en el medio del bosque, por lo que supuse que era el lugar perfecto para matar a alguien. Probablemente, Taehyung ya tenía planeado en matarme a mi y, tal vez, a Park. Simplemente, la situación se estaba dando de acuerdo a mis pensamientos.

—Jungkook, cariño —después de quitarse el cinturón de seguridad, Taehyung ladeó su cuerpo hacia el asiento copiloto, donde su dulce y hueco príncipe yacía dormido como un bebé, solo para tomarle por los hombros y moverle con continuidad—, ya llegamos, despierta.

Como el castaño lo esperaba, su novio despertó. Este último le obervó sin expresión alguna por unos cortos segundos que en realidad habían parecido eternidades, y se inclinó en su asiento para, literalmente, devorarle la boca, sin importar mucho el que dos personas más les estuvieran espectando, y eso gratis y en primera fila.

Lo que habían parecido minutos jodidamente largos, pasaron entre los chasquidos que la saliva de sus cavidades bucales emanaban y una terrible erección creciente que no podía detener. Sí, había sido un buen espectaculo, pero por alguna extraña razón, el miedo que mi cuerpo acumulaba en el momento, hacía de la situación un poco más caliente, aunque aquello no duró mucho cuando ambos habían salido del auto, dejándonos a Park y a mi completamente solos.

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