Capítulo XVII: Confianza

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Araulee

Eran más de las tres de la mañana y la cabeza me latía como si se estuviera llevando a cabo un concierto de rock allí dentro. De pronto me provocó una taza gigante de café para ver si se me pasaba con eso, pero sabía que no era precisamente una falta de cafeína lo que me hacia doler la cabeza. La verdadera razón tenía nombre femenino y estaba sentada a menos de dos metro de mí. Y peor aún, aún más cerca de Joel.

Yo no me consideraba una chica celosa, los celos denotaban una enorme inseguridad, inmadurez y, de hecho, yo no lo estaba.

¿Celosa yo? Uff, claro que...

¡Claro que estaba celosa!

No sé en qué mundo de ingenuidad vivía Joel como para considerar que era buena idea juntar a esa chica y a mí en un mismo lugar. Al principio, cuando los vi acercarse, le escribí preguntándole qué rayos hacía, pero no miró el celular y a cambio se veía de lo más a gusto escuchándola hablar sobre sabría Dios qué.

Pensé también, dentro de mi rabia, que lo había hecho apropósito para probarme, para medir qué tanto sería capaz de aguantar el peso de su mochila siendo un cantante exitoso, con millones de chicas detrás, con formalidades que debían cumplirse para no cometer un error que podría manchar su reputación. Tenía sentido, ¿no? Pero por encima de todo lo conocía y sabía que no sería capaz de hacer algo así.

Joel era tan bueno como cuerdo.

De modo que no me quedó de otra que morderme la lengua y no hacerle ningún reclamo hasta escucharle hablar sobre la razón que lo llevó a traerla con nosotros, porque por ningún lugar eso formaba parte de nuestro plan inicial. Ninguno de los tres hablaba, solo se escuchaba de fondo la estación de radio y el tráfico a esa hora era moderado. Miami era una fuente de vida durante el día y la noche. Sus calles las veía pasar a través de la ventana, hasta que un pequeño roce me distrajo lo suficiente.

Despegué la mirada del cristal y la dirigí directamente a mi mano, donde sus dedos decorados con anillos estaban quietos, expectantes. Me dolió el corazón imaginar que él estaba tanteando el terreno del contacto físico esperando un rechazo. No lo tuvo. Entrelacé mis dedos fríos con los suyos, cálidos como siempre.

Suspiré y lo miré. El alivio en sus ojos era evidente.

Miré por encima de su hombro hacia Lucia. Su rostro estaba iluminado en ese momento por la luz del celular. Me hubiera gustado decir que era fea, pero no era así. Era el tipo de chica que te hacía sentir insegura porque parecía ser linda sin hacer mucho esfuerzo, con largo cabello castaño claro, ojos de un marrón muy claro, labios y nariz fina. Me sorprendí —y no gratamente— al caer en cuenta de nuestros rasgos similares. Mis ojos eran de color ámbar y mi cabello antes de ser teñido tenía un castaño muy parecido al suyo.

Hice una mueca. No me gustaba nada aquello.

El vehículo se detuvo un momento y miré de nuevo al frente, vislumbrando la entrada del hotel. Hasta entonces no me había detenido a pensarlo, pero si nos hospedaríamos juntos, ¿significaba entonces que él y yo compartiríamos habitación? Un nudo de emociones (las cuales no quise identificar) se instauró en mi garganta.

Avanzamos hasta la puerta principal y busqué mi pequeña cartera en el suelo, preparándome para bajar y dejar de respirar en el mismo espacio que la chica aquella. Paré cuando Joel me apretó los dedos de nuevo.

—Yo me bajaré aquí. Ustedes pueden deben hacerlo del otro lado —indicó él en un tono alto para que ambas lo escucháramos. Lucia asintió y desvió la vista. Intenté quejarme, pero él se adelantó—: Te veré en los ascensores.

En un pequeño salto se pasó al asiento delantero y salió del auto, el cual arrancó inmediatamente. Me crucé de brazos en un gesto de defensa, pero de nada sirvió pues Lucia aprovechó para hablarme de todas formas.

—Así que Joel y tú andan en algo —dijo en un tono un tanto despectivo, dejando a un lado su celular—. ¿Cómo es eso posible si acabas de aparecer?

Sonreí como aquel que tiene la certeza de saber algo que la otra persona no tiene ni idea.

—No es como si te debiéramos una explicación, ¿no? No hay mucho que decir al respecto —respondí mirándola de frente—. No es de tu incumbencia.

Ella soltó una risa seca.

—Eso es lo que tú crees.

Miré de soslayo al chofer. Se veía nervioso.

—Mira, Lucia...

—No, mira tú, Araulee —Me interrumpió girándose también en el asiento para quedar frente a mí—. No sé de qué cuerda de monos habrás salido, pero llevo mucho tiempo intentando que Joel esté conmigo, así que no me haré a un lado si es lo que esperas. Si quieres verme como la villana, pues que así sea.

Y sin más, se bajó del auto a pesar de que todavía no había frenado del todo, obligando al chofer a hacerlo de golpe. Miré cómo se alejaba a través de la ventanilla y apreté los labios conteniendo la furia. Arpía desgraciada.

No me quedó otro remedio más que bajarme también y buscar la dichosa entrada. No fue difícil encontrarla y a pesar de que Joel había dicho que nos veríamos en los ascensores, estaba justo ahí. Se me cristalizaron los ojos, quizá porque hervía de cólera, por el cansancio o porque sabía que Joel me quería mucho, más que a ella, pero de todas maneras la inseguridad estaba presente allí en forma de una voz que me hablaba desde la parte más recóndita de mi cabeza.

—Estoy tan cansada que creo que voy a dormir quince horas seguidas —comenté mientras subíamos. Joel rodeó mis hombros con uno de sus brazos.

—Tienes suerte de poder hacerlo sin ningún problema —dijo él.

Ladee la cabeza para mirarlo. Unas tenues ojeras adornaban sus ojos.

—¿Siquiera tienes chance de dormir una horas? —pregunté preocupada.

Bajamos en el onceavo piso del hotel y lo seguí hasta el final del pasillo.

—Hoy no —contestó mi pregunta anterior deslizando la tarjeta a través de la ranura—. Esta es tu habitación. La mía tiene el mismo número, pero está en el piso de arriba.

Miré con extrañeza la puerta.

—Pensé que compartiríamos habitación —señalé sin pensar.

La sonrisa ladeada de Joel me hizo darme cuenta de mi error.

—¿Estás invitándome a dormir contigo? —inquirió alzando la cejas con divertida impresión.

—¡No! Solo era una pregunta —exclamé sintiendo al sonrojo expandirse por mis mejillas.

—Si no me quedo en mi habitación alguien del equipo puede darse cuenta y delatarme —dijo.

Entramos a la habitación enciendo todas las luce y dejando las bolsas de viaje en el suelo.

—¿Y? ¿Te castigarían? —pregunté con burla.

Joel entrecerró los ojos y cerró la puerta.

—No lo sé, nunca lo he hecho —admitió—. Pero siempre hay una primera vez.

Mi corazón se saltó unlatido en ese momento. 

Hasta verte otra vez [Joel Pimentel] #HDA2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora