Capítulo XXVIII: Reconciliaciones que saben a gloria

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Joel

Me iba a volver loco.

Era casi media noche y no sabía nada de Ara. No debí dejarla sola en aquel aeropuerto. No debía tratarla como lo hice y ahora estaba seguro de que se había regresado con el corazón roto a New Jersey.

Me dolía el pecho de solo pensarlo.

Arrojé el teléfono sobre el mueble de la sala y me halé el cabello con frustración. El aparato no dejaba de sonar con tantas notificaciones de Instagram y Twitter, pero ninguna me interesaba en este momento, a pesar de que cuando estuve con Ara era todo en lo que pensaba.

Todas esas fotos y vídeos habían sido difundidos entre las fans account's con una velocidad vertiginosa. Mi manager no dejaba de llamarme advirtiéndome de que no dijera ni una palabra al respecto y me alejara de la chica en cuestión. Aunque me picaban los dedos por redactar un mensaje para las redes sociales, no lo hice. Me podía contener. Pero en cuanto a dejar a Ara, eso sí que no.

Tomé de nuevo el celular y casi me estrujé los ojos cuando miré que había una llamada entrante de la chica que no había abandonado mis pensamientos durante todo el día. Atendí antes de que se cortara.

—¿Ara? —Mi voz se escuchó estrangulada. Tenía un nudo de emociones en la garganta.

Cinco segundos de silencio.

Hola, Joel.

—Dios, Ara, estaba tan asustado —Me senté en el sofá cerrando los ojos de alivio—. ¿Dónde estás? Puedo ir a buscarte si quieres.

No, no hace falta —respondió. Hice una mueca inconforme—. Estoy con mi mamá en un hotel cerca del aeropuerto de Los Ángeles. Mañana saldremos temprano para Hesperia. Espero verte ahí.

Empecé a sonreír.

—Por supuesto que nos veremos —aseguré incorporándome sobre el sofá—. Oye... Ara, necesito pedirte perdón. Sé que mi actitud de esta mañana no fue la más adecuada. Lo siento de verdad. Estaba ofuscado por toda la situación y me desquité contigo.

Está bien, Joel, no es como si yo me hubiera comportado mejor —admitió en voz baja. Extrañaba tenerla frente a mí.

—Somos un desastre, ¿verdad?

Siempre lo hemos sido.

Tenía tanta razón.

(...)

Abracé tan fuerte a Ara que siento que estuve cerca de dejarla sin aire. Ella me devolvió el gesto aferrándose mi cintura y eso fue todo, me sentí tan pleno que deseé que el mundo se paralizara en ese momento. No quería soltarla nunca más.

—Estás aquí. —susurré sobre su oído.

Ella suspiró.

—Te dije que lo haría —Me recordó separándose de mí—. Y al parecer todo sigue igual, menos nosotros.

Me encogí de hombros.

—Para mí seguimos siendo los mismos.

—Y bueno, chicos, si ya terminaron de apapacharse, me gustaría saludar a Joel —anunció en un tono de broma la madre de Ara.

Le sonreí.

—Señora Christianne.

—Dime Christi, cariño —dijo acercándose. Me sonrió con dulzura—. Mira lo grande que estas. En estos tres años lo único que hiciste fue ponerte más guapo.

—Mamá. —riñó Ara poniéndose roja.

Yo apreté los labios para no reírme.

—Igualmente, Christi —Me incliné para darle un beso en la mejilla. Ciertamente había crecido unos cuantos centímetros desde la última vez—. Mi mamá estará encantada de verte.

Y así fue. En cuanto entramos al porche de la casa, mi mamá y ella se fundieron en un abrazo que duró unos cuantos minutos e intercambiaron elogios al separarse. Miré a Ara a mi lado y compartimos una mirada que expresó todo el confort que sentíamos en ese instante.

Era casi surrealista que estuviéramos juntos en el lugar en donde comenzó todo.

Dios sabía lo mucho que había soñado con esto, con encontrarla de nuevo, que supiera lo mucho que la había añorado mientras interpretaba alguna canción ante miles de personas, y era perfecto el hecho de que, de alguna forma, ella había estado pensando en mí durante todo ese tiempo, asegurando bajo candado sus sentimientos hasta toparse conmigo.

Me gustaba pensar que esto era obra del destino, que de alguna manera éramos almas gemelas que sin importar cuánta distancia hubiera entre ambos, eso no nos impedía amarnos.

Después de almorzar todos juntos como una familia, decidimos dar un paseo por la urbanización que me había visto crecer. Nuestras manos no debían estar entrelazadas en público, pero nada con respecto a ella se sentía incorrecto para mí.

Amaba a todas las personas que me habían acompañado a través de mi sueño, eran los mejores admiradores que un artista podría tener y eran parte importante de mi vida, ojalá pudieran saber que tenerla a ella a mi lado completaba mi felicidad. Confiaba en que algún día podrían hacerlo y entonces nuestra relación ya no sería tendría por qué ser clandestina.

Llegamos al pequeño parque que habíamos visitado tiempo antes de nuestras respectivas mudanzas y una sonrisa nostálgica se pintó en su rostro.

Soltó mi mano, corrió a sentarse en uno de los columpios. Su cabello danzaba con la suave brisa de la tarde y experimenté un flashback al sentarme a su lado. Por unos minutos lo único que se escuchaba era el chirrido de los columpios al balancearnos.

Giré mi cabeza para verla y su mirada ambarina se encontró con la mía.

—No leí tu carta el día de mi cumpleaños —confesó. Inhalé hondo, impactado—. La olvidé en mi mochila vieja y la encontré de nuevo el día de nuestra mudanza. Ya estabas en Miami.

—¿Por qué no me dijiste nada? ¿Por qué no me llamaste?

Ella cortó el contacto visual, fijando sus ojos en los toboganes.

—Tenía miedo —admitió—. Siempre le he temido a la magnitud de los sentimientos que tú has cultivado en mí. Estábamos muy lejos uno del otro y tú estabas empezando a cumplir tu sueño. Decidí por ambos al callar y dejar que te centraras solo en eso. Me aislé. Me borré del mapa.

Negué con la cabeza, la confusión haciendo mella en mi interior.

—Fuiste egoísta

—Siempre lo he sido —Desde su perfil pude ver como una sonrisa amarga tiraba de sus labios—. Anoche tuve una larga conversación conmigo misma sobre ese tema.

El silencio que se dio a continuación me permitió organizar mis pensamientos.

—De todas maneras fui muy cobarde al escribirte aquella carta —dije mirando a mis pies—, pero no encontré el valor suficiente para decírtelo cara a cara. Temía que me rechazaras por lo que tenías con Myles.

Ella alargó el brazo y tomó mi barbilla en su mano para obligarme a mirarla. Tenía los ojos brillantes por las lágrimas no derramadas.

—Si me lo hubieras dicho yo habría entrado en pánico, como siempre —Ambos nos reímos—, pero lo que yo sentía por él no era ni la cuarta parte de lo que sentía por ti. Lo que siento aún después de tantos tropiezos.

Tomé su rostro en mis manos y mi corazón saltó cuando se inclinó hacia mi agarre. Ella era hermosa. Era todo lo que quería.

—Te amo.

Una lágrima se deslizó por su mejilla y se fundió en mi mano.

—Te amo, Joel.

El siguiente roce de nuestros labios me supo a gloria. 

Hasta verte otra vez [Joel Pimentel] #HDA2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora