El chico que creció.

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–Algún día me olvidaras. Sera poco tiempo después de que ya no me escuches en tu cabeza.

Francis lo decía con seguridad. En su momento, Samuel estaba seguro de que estaba equivocado. ¿Cómo podía el olvidarse de Francis luego de que lo salvara dos veces de su tío. No tenía ningún sentido. Pero en cuanto cumplió los siete años y empezó a ir a la escuela todo cambio. La maestra a veces lo escuchaba hablar con Francis y le mandaba con la psiquiatra escolar. Muchas veces sus padres fueron llamados y se les recomendó que le dieran medicación, pero Sam escondía las pastillas en una planta. El sabía que esas pastillas le harían algún daño, algo terrible. No podían engañarlo. Sin embargo Samuel no pudo evitar el cambio. Unas semanas después de  ese hecho dejo de escuchar la voz de Francis en su cabeza. Se pregunto si era que no estaba más pero a veces sentía los escalofríos.

Su cabeza se sentía extraña sin la voz. Era como si algo que estaba ahí faltaba. Pero la sensación solo duro un mes. Luego lo olvido todo. A veces sentía escalofríos pero se limitaba a abrigarse o calentarse las manos con el aliento,  pero ya no lo llamaba. No podía recordar absolutamente nada acerca de un fantasma, o una vida de más pequeño. Su mente lo había bloqueado y había comparado con la realidad y todo aquello parecía tan irreal que simplemente lo elimino de allí. Era triste, pero Samuel no lo recordaba lo suficiente para entristecerse.

A medida que los años pasaron, Sam tuvo que hacer frente a ser el mayor en una familia numerosa. A veces ni su madre ni su padre estaban y el debía quedar a cargo de sus hermanos y por lo tanto maduro muy rápido. En ningún momento iba a fiestas de cumpleaños o cualquier tipo de entretenimiento de la escuela por lo que no tenía ningún tipo de trato con personas de su edad. Se volvió pronto un chico antipático y antisocial. Por ello los demás le decían que era raro pero Samuel se limitaba a encogerse de hombros y a ignorar los comentarios, por lo que despertaba la antipatía de la mayoría.

Solía tratar con respeto a la gente mayor, pero no era así con los profesores. Samuel sabia que ellos lo detestaban por no ser como los demás y a veces escuchaba en los pasillos sin querer sus comentarios por lo que se volvió totalmente descortés, sin llegar a que jamás lo suspendieran. Su trabajo era claro: No trates a nadie bien si no te cae porque te volverías tan hipócrita como ellos  y no les lleves problemas a tus padres porque suficiente tienen con tus hermanos y tampoco te defenderían. De allí paso a no tratar a nadie con respeto a menos que se lo ganen.

Normalmente las historias cuentan acerca del chico marginado y el chico popular pero ¿Qué pasa con el que está en el medio de ambos estatus? Sam era ese. Todos sabían quién era, como se llamaba, donde estaba, donde iba y claramente llamaba su atención. Algunos lo admiraban, otros le temían y otros lo despreciaban, pero ninguno no lo conocía. En su secundaria tenía un nombre y no había quien se metiera con él.

Su idea de los animales cambio también un poco. Ya no era el fiel creedor de que la caza era una barbarie. Si se hacía para comer, era justa. Y eso era lo que hacía. Había retomado la caza con su padre los fines de semana en su último año de secundario ya que había cumplido la mayoría de edad, pero en cuanto se mudo a vivir solo, comenzó a hacerlo por su cuenta si su padre no iba con él. Ese pequeño rato lo distendía y pronto se dio cuenta de porque le gustaba tanto a su padre: lo conectaba con un lado salvaje y libre.

En todo su trayecto hacia la universidad su poder lo acompaño fielmente. Samuel quitaba el dolor del mínimo raspón y aunque no deseaba usarlo, en cuanto sus hermanos se lo pedían lo hacía. Fue muy útil cuando Francisco comenzó a hacer deportes porque las lesiones eran recurrentes, pero Samuel se aseguro de que no abuse.

En secreto el lo odiaba. Odiaba su poder con toda su alma. Se sentía un fenómeno, algo que no era de este mundo o un enviado del demonio. ¿Cómo un humano podía tener este poder? Era algo tan irresponsable considerando lo egoísta y estúpido que podía ser un humano, que casi estaba seguro de que no era obra de Dios. Veía en la tele supuestos niños sanadores y varias veces se acerco hasta donde ellos estaban solo para descubrir que eran un fraude. A veces se sentía tan miserable que no podía ni siquiera mirarse las manos. Solo había una cosa que aun lo hacía feliz: La medicina.

Sam considero el mejor día de su vida el día en que entro en la facultad de medicina, pero si lo piensa bien, podríamos decir que fue también  el día que desencadeno muchos otros problemas.

El poder esta en sus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora