Introducción

2.4K 106 15
                                    

Renato sabía que su vida había cambio completamente. Había cambiado de un modo inesperado y apabullante. Lo sabía. No había vuelta atrás. Todo lo que creía conocer, su rutina, sus preocupaciones, dejaron de ser las mismas. El destino le había dado una cachetada fuerte que lo había hecho despertar de eso que él llamaba vida.

Porque no. Antes no vivía. Sobrevivía quizá, pero no vivía. Ahora su mundo era completamente distinto, sentía que tenía un por qué y un para qué. Y eso era mucho. No todas las personas podían decir lo mismo.

Sintió cómo su madre dejaba un beso en su coronilla y le sonrió cansado. Hace mucho que no dormía bien y vivía a base de café. Y que el consumo de café en él aumentara era algo de estudio. Seguramente tenía más cafeína que glóbulos rojos corriendo por sus venas.

-¿Tenés turno de tarde?

Su madre se apoyó en la encimera con el mate en las manos y sus ojos cálidos sobre él.

-Sí.- Renato le dio un sorbito a su café y sonrió.- Esa cafetería se iría a la mierda sin mí.

-Tato...

-Perdón, ma.- Se levantó de la mesa de la cocina y dejó la taza en la pila.- Pero es cierto y lo sabés. Antes que yo llegara nadie usaba esa cafetera como es debido y eso era un completo sacrilegio.

-¿No exagerás un poquito, vos?

Renato fingió indignación y sacó su teléfono del bolsillo al escuchar cómo una llamada entrante llegaba a su celular.

-¿Qué pasa, gil?- Contestó dándole la espalda a su madre.

-Che, viejo, qué poco te dejás ver últimamente.- Su amigo Fausto se quejó al otro lado de la línea.- ¿Qué hacés?

-Nada, ahora salía para la cafetería.

-¿Laburás esta tarde?

-Sabés que sí...

-¿Por qué no te venís cuando salgas? Agustín tiene un concierto chiquito e iremos unos cuantos a hacerle el aguante.

Miró a su madre con expresión culpable y esta supo qué pasaba sin necesidad de escuchar toda la conversación. Pero no podía, sabía que no debía. Aunque quisiera... ya no.

-No sé, Faus...

-¡No digás que no!- Le cortó su amigo.- Hace bocha que no nos vemos, parece que últimamente no tenés tiempo para tus amigos.

-No es eso.

Escuchar eso le dolía, pero no podía permitir que las palabras de Fausto le afectaran.

-Dale, Tato, ¿Cuándo fue la última vez que viniste con los pibes?

Renato hizo memoria... ¿Tres? ¿Cuatro semanas? ¿Más? Realmente no sabía hacía cuánto no salía de casa y se alejaba de todo.

-No sé.- Dudó.

-Paso esta tarde por la cafetería y te termino de convencer, ¿sí?

-Bueno...

Colgó el teléfono y pudo sentir los ojos fijos de su madre en él. Odiaba cuando le ponía esa mirada grande y redonda con ese marrón tan intenso que te hacía confesar cualquier cosa, leer tu mente, traspasar tu corazón. Cosa de madres, suponía... Las madres hacían eso, bancarte de por vida. ¿O no? Los padres en cambio...

Sacudió la cabeza alejando esos pensamientos de su mente y dejó que el silencio los envolviera en esa cocina que de pronto parecía más pequeña que nunca. Metió una campera en su mochila marrón y la merienda que su madre le había preparado como si tuviera doce años y fuese al colegio y no al trabajo.

-Si querés ir con Fausto...

-Sé lo que vas a decir y no.- Cortó la conversación antes que su madre siguiera.- No puedo y lo sabés.

Valeria asintió derrotada ante su hijo y besó su mejilla despidiéndose de él.

-¿Seguro que está todo bien? ¿Te las arreglás sola?- Preguntó girando los pies hacia su madre.- Podría llamar y decir que no voy...

-Está todo bien, hijo, te lo prometo.- Intentó tranquilizarle su madre.- Ve a trabajar.

-Está bien... Pero cualquier cosa me avisás, tendré el teléfono a mano.

Su madre le hizo un gesto exasperado para que se fuera de una vez y este rodó los ojos dándose por vencido. Pero una fuerza le hacía tardar muchísimo en salir de casa, en cerrar la puerta tras él, en subirse al auto... Se sentía culpable hasta por ir a trabajar. Suspiró metiendo todo el aire que podía en los pulmones intentando encarar el día con el mejor ánimo posible.

Pero no sabía que la vida le iba a dar otra cachetada que pondría su mundo patas arriba de nuevo.

Una cachetada con nombre y apellido.

Café a las diezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora