Capítulo 1 - EL SECUESTRO

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Alexander Holmberg observa dormir a aquella hermosa mujer que le había gustado desde que entró por primera vez en su consulta. Cuando trató a su padre por primera en la clínica para enfermos mentales y poco tiempo después, su padre falleció por ahorcarse en su celda. La causa aun la desconocen. Pero como el doctor Holmberg supuso, fue a causa de su locura.
Antes de que el padre de Aria Espósito falleciera, ella visitaba a su padre y como era su rutina, visitaba el despacho de Alexander para saber cómo estaba la situación de su único familiar. Pero pasaron tres días después del fallecimiento que no supo más de ella.
Alexander era alto, de metro ochenta y dos de altura, pelo negro engominado y de ojos castaños claros. Desde que tenía diez años, siempre ha llevado gafas para poder leer y escribir. Pero a pesar de sus treinta y tres años, no se había inspirado a tener algún compromiso con alguna mujer. El sexo era para él una rutina. Pero había algo en Aria que le gustaba desde que puso un pie en su consulta la primera vez. Y sabía que tenía que acostarse con ella al precio que fuese. Pues la primera mirada que se dieron aquel día, a él le hizo ver algo extraño en ella. Algo que también quería descubrir.
Ella en cambio, era un poco más baja que él. Aria media metro sesenta y ocho, pelo castaño oscuro y ojos azules como el cielo. A pesar de sus veintiocho años, ella era demasiado atractiva. Tanto que a veces era la mujer más deseada para los hombres que trabajaban con ella en la escuela de arte de Barcelona. Hombres que ella mismo había rechazado por la humildad que brillaba en su interior a pesar del oscuro pasado que esconde.
Alexander tenía preparado un sedante para cuando ella despertara. Su protocolo como médico era, que, si un paciente se ponía mal de los nervios, debía de inyectarle un calmante. Aunque aquel no era su caso. Era un secuestro.
Aria comenzó a respirar profundamente. Se estaba despertando y eso puso sobre alerta a Alexander. Él solo esperaba no tener que usar la fuerza para retenerla allí. No al menos que Leslie, su empleada de confianza tuviera todo listo en la casa que heredó de sus padres hace más de cinco años.
Ella miró hacia un lado y luego miró a Alexander como si hubiera visto a un fantasma.
Él en cambio, cogió una de las botellas de agua que había subido antes de ir a una de las habitaciones de su departamento y se la entregó porque sabía que estaba seca.
Aria comenzó a beber como si se tratase de su último aliento. Y mientras que Alexander le observó beber, le dijo:
―Siento traerte aquí, señorita Espósito. Era la única forma que tenía para que me mirase a los ojos sin verme como el médico de su padre. Que en paz este.
―Doctor Holmberg ―dijo ella mientras que respiraba de haber bebido tanta agua―. ¿Por qué diablos estoy con usted y no en mi casa?
―He tenido la cortesía de invitarla a pasar varios días conmigo.
―¡Invitarme! Sabe que esto es un secuestro, ¿verdad? Mi hermano mayor no tardara en saber que estoy desaparecía y que estoy secuestrada.
―Sí. Eso lo sé Aria. Pero puedo asegurarle que Gonzalo no se enterara que usted está conmigo. Para cuando lo haga, usted y yo estaremos lejos.
―¡Está loco! No puedo irme con alguien a quien no conozco.
―No lo estoy, se lo aseguro. Solo que protejo a las personas que son indefensas y usted lo es. Tanto que me di cuenta, que hay algo raro en usted. Algo que quiero saber y que no me lo vas a impedir.
―Déjeme ir y le contare lo que sea. Como también olvidaré lo que acaba de hacer.
―No voy a hacer eso Aria. Te quiero para mí solo y eso es lo que haré. Aunque tenga que separarse de la civilización.
―¡Sigue estando loco! Es usted el que necesita ayuda psiquiátrica.
―Señorita Espósito, si hubiera estado loco ya hubiera estado en una cama. Solo quiero algo que me atrae. Y he visto demasiadas pinturas como para no saber que usted es otro bello arte al que debo de admirar.
―¿Que quiere de mí?
―Tú lo has dicho. A ti. Y puedo recomendarte que sea mejor que no me saques de mis casillas Aria. Porque te puede pesar después.
―Déjame que me vaya. Nadie sabrá que he estado aquí. Tampoco lo sabrá mi hermano.
Él rio entre diente, y en breve Alexander le volvió a decir:
―A tu hermano no le importas, Aria. ¿Cuántas veces fue a verte cuando tu padre falleció?
Aria bajo la mirada y supo enseguida que tenía razón.
―Quiero irme.
―No te irás. Y si tengo que usar la fuerza, sabes que yo saldré ganando, Aria. Recuerda quien es el médico aquí.
Alexander frunció el ceño y Aria se levantó de la cama corriendo. Pues estaba intentando escapar. Cosa que ella logró salir de la habitación.
A él no le tocó más remedio que sacar la jeringuilla de su bolsillo y correr tras ella para evitar que se marchase de su departamento.
Cuando Alexander alcanzó a Aria, puso las manos de ella a su espalda y en breve, quitándole con la boca el tapón a la jeringuilla; se lo inyecto en el cuello.
Aria comenzó a relajarse, mientras que él seguía presionándola contra su torso. Y mientras que observaba como ella se quedaba dormida, pensó que era el momento adecuado para marcharse para Alemania. Pues sabía que allí intentaría hacerle cambiar de opinión. Ya que él sabía que eran dos personas que buscaban ser amados por alguien. Un alguien que Alexander Holmberg sabía que ya había llegado a su vida.

Más tarde, Alexander se marchó para Alemania. Pero no lo hizo solo.
Él se llevó a Aria, haciéndola pasar por su esposa. Alexander creyó que lo más conveniente era explicarle a ella lo que quería, pero no en Barcelona. Si no, en otro país alejada de los suyos. Y él sabía que ella se negaría a ello, porque era demasiado humilde para lo que la quería. Pero también se negaría, porque sabía que, para ella, él era su secuestrador.
Cuando llegaron a Alemania, Alexander mandó un mensaje desde el móvil de Aria a su hermano, diciéndole: voy a hacer un viaje largo porque necesito pensar, no sé cuándo regresare, solo espero que mi ausencia no sea larga para vosotros."
Después se encaminaron hacia la casa de los Holmberg. Pero mientras que iban en el coche, él se percató que aquella mujer era demasiado bella para lo que tenía pensado para ella. Pero a pesar de todo, la quería para él solo.
Cuando llegaron a la mansión Holmberg, Alexander llevó a Aria a una de las habitaciones y la dejó dormir. Pero antes no se olvidó de echar la llave, para que ella no saliera. Y sabía que, desde un primer piso, ella no se atrevería a escapar. Pues la ventana de la habitación era demasiado alta.
Después él decidió de irse a descansar, porque había sido un día muy largo.

Secuestrada por un Holmberg (Noches De Terciopelo I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora