Capítulo 19 - INTENTO DE RECONCILIACIÓN

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A la mañana siguiente, Aria despertó a las nueve por segunda vez. Había vuelto a tener la misma pesadilla de siempre. Una pesadilla que siempre estaba envuelta en su pasado. Algo que estaba tratando con Alexander desde hace días y que aún no había tenido la oportunidad de terminar de contarle. Algo que sabía que tenía que quitarse de encima cuanto antes.
De pronto, el teléfono móvil de Aria que le compró su hermano después de rescatarla de las manos de su marido, comenzó a sonar.
Ella alargó el brazo desde la cama y lo cogió. Pulsando la tecla de descolgar y al ver que era un número que no tenía en la agenda, lo cogió.
―Dígame ―dijo ella con la voz un poco ronca de dormir.
―Buenos días señora Holmberg.
―¡Alexander! ¿Qué haces tan temprano llamándome?
―Puedo hacerlo. Cada uno hace lo que quiera.
―Si vas a llamarme tan solo para decirme esto, te cuelgo.
―Espera.
―¿Que ocurre Alexander?
―Quiero invitarte a un lugar que te gustará.
―Sí ese lugar es en la casa donde me habías llevado después de volver a secuestrarme. No gracias. Tú y yo sabemos cómo acabarán las cosas.
―Te prometo que no es mi casa a la que pienso llevarte.
―¡Tú casa!
―Así es. La compré cuando llegué a Madrid hace días.
―Ya veo ―dijo ella por lo bajo.
―Entonces, ¿aceptas venir conmigo?
―¿Y a qué lugar iríamos?
―Es una sorpresa. No pienso decirte nada de momento.
Hicieron una pausa:
―Te pasaré a recoger sobre las once. Espero que no me hagas esperar.
―Vale.
―Hasta las once.
Aria colgó el teléfono móvil. Dejándolo pocos segundos después, encima de la mesita de noche olvidado.
Después ella se levantó de la cama y bajó a desayunar.
Media hora más tarde, ella volvió a la habitación y decidió de darse una ducha antes que Alexander fuera a buscarla.
Cuando terminó de ducharse, fue hasta el armario para escoger qué ponerse.
Cuando ella escogió el vestido que iba a ponerse, pues está la cama y lo puso ahí para que no se arrugarse.
En cuestión de segundos, Aria comenzó a secarse el pelo. Y cuando terminó, ella comenzó a hacerse un peinado de trenzas con un poco de pelo suelto.
Cuándo terminó de peinarse, ella comenzó a maquillarse. Escogiendo tonos a juego con el vestido que habías escogido. Que era un vestido rojo en la falda y en la copa de color blanco.
Cuando terminó de maquillarse, sintió que tocaron el timbre del departamento de su hermano. Por lo tanto, supo que Alexander había llegado.
Aria se puso una bata de seda que había comprado dos días después de haber llegado a España de nuevo junto a su hermano y después salió de la habitación.
Ella abrió la puerta del departamento de su hermano en pocos segundos y cuando vio el rostro de su esposo, supo que él se estaba regocijándose al saber que ella estaba aún sin vestir.
―Pasa ―dijo ella.
Alexander pasó al departamento de Leandro y se quedó impresionado por la decoración que esta tenía.
―Pensé que ya estabas lista ―dijo él.
―Y yo pensé que habíamos quedado a las once y todavía queda media hora para ello.
―Cierto. Pero me gusta ser puntual en las cosas Aria.
―Ya veo.
Aria se movió de nuevo hacia la habitación y Alexander la siguió.
Poco segundo más tarde en ella, Aria se quitó la bata de seda y Alexander volvió a contemplar el desnudo de su mujer.
―Sabes que eres una tentación muy difícil a la qué resistirse ―dijo él.
―Lo supongo.
Ella comenzó a ponerse la ropa interior y después, se puso el vestido que había cogido.
Cuándo Alexander vio que un vestido lo bastante hermoso y muy corto, se quedó sin palabras.
Aria se puso unos zapatos de tacón de color negro y en pocos segundos cogió el armario un bolso de mano del mismo color.
Cuando ella estuvo lista, Alexander le dijo:
―Y a pesar de todo eres hermosa. Estés o no estés desnuda.
―¿Podemos irnos? ―preguntó ella para cambiar de conversación.
Alexander asistió.
En pocos segundos, ambos caminaron hacia la salida de la habitación. Dejando en el olvido aquellas palabras.
Unos minutos después, salieron del edificio del departamento de Leandro y en pocos segundos se montaron en el coche de Alexander. Que al parecer había venido solo guardaespaldas.
En breve, se marcharon del departamento y fueron a ese destino desconocido al cual quería llevarle el para darle una sorpresa.
Ambos llegaron a las afueras de la ciudad de Madrid una hora después.
Aria se quedó asombrada por la vista que tenía delante y cuando bajó del coche, ella supo que era algún lugar histórico.
Ella camino para poder ver lo que había en el interior de aquel edificio y Alexander la siguió. Ya que sabía que a su mujer le iba a gustar esa sorpresa.
Cuándo entraron más tarde, ella se percató que era una especie de galería. Pero en realidad era una casa en la cual se conserva la historia de la familia de Alexander. Una familia que se muda a Alemania cuando Napoleón invadió los territorios españoles.
―¿Por qué me has traído aquí? ―preguntó ella.
―Quería que vieras el lugar donde mis antepasados estuvieron antes de que se marchara en Alemania.
―¡Tú tienes linaje español!
―Lo tendría sí. Mi familia siempre ha sido alemana desde su nacimiento. La única española era Rebeca. La única mujer española que se quedó en España para poder conservar este lugar. Los únicos que emigraron fueron, mi tatarabuelo Alexander. Fue de ahí dónde sacó mi madre mi nombre. Ya que quería conservar el nombre del único nombre que miró para poder mantener el apellido Holmberg con vida y a salvo.
―Es por eso por lo que quieres hacer tú lo mismo
―Así es. Pero también te dije el otro motivo.
―La dichosa herencia de tus padres.
Alexander asintió.
―Pero parece ser que eso ya cambiado. Desde que pusiste mi mundo patas arriba, nada me importa más que mantenerte salvo y a mi lado. Tu padre nunca me contó que fue lo que te pasó en el pasado. Pero lo único que él quería era que estuvieras bien y a salvo de lo que te hubiera pasado.
―Lo qué me pasó tú no tuviste la culpa. Pero lo único que sé es que no quiero que me vuelva a pasar lo mismo y tengo miedo a que me vuelva a ocurrir lo que me ocurrió aquella última vez que estuve con alguien.
―Lo sé. Yo estoy dispuesto a bajarte la luna si es necesario, pero no me pidas que no cometa locuras con tal de tenerte con vida y a mi lado. Porque sabes, qué pesar de ser un hombre del negocio del narcotráfico también soy médico y ayudo a las personas que más lo necesitan. La prueba la tienes en tu padre. Que le ayude hasta que él cometió la locura de quitarse la vida.
Aria fue hasta el cuadro de Rebeca y se percató que su rostro era más bello que el de cualquier mujer de la nobleza. Pero aún así, nada cambiaba.
―Sigamos viendo la galería. Quiero que mires como experta en el tema si algún cuadro está en mal estado.
Aria asintió.
Ambos continuaron viendo la galería y él le contaba un pedacito de cada historia que la habían contado en el pasado sus padres. Pero Alexander no dejo de pensar en si hacía bien en haberle mostrado algo tan íntimo para él. Algo que le llena de paz desde que murió su difunta esposa cada vez que visitan la ciudad de Madrid.

Ya oscurecido, Alexander llevó su esposa de nuevo a la casa que había comprado y ella comenzó a intentar de escaparse de nuevo porque sabía lo que podía pasar. Pero él le calmo, cogiéndole la mano y acariciándola.
Ambos entraron en pocos segundos y Aria se percató en el salón que había una pequeña cena con velas. Eso le extraño más te lo quita me había extrañado saber que su esposo estaba enamorado de ella.
―¿Por qué estamos aquí? ―preguntó ella con desconfianza.
―Tranquila. Quiero cenar contigo y veremos a ver dónde nos lleva la noche.
―Estando tu y yo a solas, seguro que acabamos sin ropa.
Alexander sacó una sonrisa pícara y después Aria fue hasta la mesa.
En pocos segundos, Aria se sentó en la mesa y esperó a que Alexander lo hiciera. Al menos hasta que le diese por servir la comida. O quizás el postre antes que ello.
Tras una larga cena, Alexander se levantó dejando los platos encima de la mesa. Estando ante Aria, él tendió su mano y ella se la dio dudando en si hacerlo.
Alexander guío a Aria hasta una de las habitaciones y cuando ella se percató de las intenciones de su esposo, se echó hacia atrás.
―No lo intentes Aria. Ya sabes que no tienes escapatoria.
―Pensaba que solo íbamos a cenar.
―Te mentí.
Alexander cerró la puerta de la habitación y empujó una milésima de segundo después a Aria.
―Lo hacemos por las buenas o por las malas, Aria ―dijo él de nuevo.
Pero ella no digo nada. Salvo que hizo caminar a Alexander diciéndole:
―Bien.
Pero ella comenzó a quitarse de pronto y lentamente el vestido. Y esta vez no lo hacía por temor o por obligación. Lo hacía por que sentía la misma pasión que él.
Alexander comenzó a desnudarse y ella volvió a ver aquellas cicatrices que su marido tenía.
Ella se mordió el labio inferior y Alexander llegó ante ella con deseo.
Él comenzó a quitarle el sujetador a su mujer y ella con más deseo, comenzó a quitarle el cinturón y en pocos segundos los pantalones. Dejando en calzoncillos a Alexander.
Por unos segundos, Alexander contempló la semidesnudez de Aria y esta vez no quiso ser él quien llevas el control de la situación. Quería que fuese ella quien le cabalgase por una vez en aquello que él mismo inició hace tan pocas semanas.
―Ven.
Alexander cogió de la muñeca a su esposa y la llevó junto a la cama.
Él se quitó los calzoncillos y después le quitó las bragas a ella. Dejándolos completamente desnudos.
Alexander se tumbó en la cama y le dijo a ella con completa seguridad:
―Te dejo que tomes el control está noche. ¡Vamos! Cabálgame.
Ella se subió encima de él y en pocos segundos, se metió el pene en el interior. Haciendo que ella gimiera unos segundos después.
―Muévete Aria.
Pero no supo hacerlo. Ya que no recordaba cómo hacerlo.
―¡Venga!
―Es que no recuerdo cómo hacerlo.
―Tranquila, yo te guío.
Entonces Alexander cogió su la cadera de su mujer y comenzó a moverla de arriba a abajo. Por lo tanto, ella comenzó a moverse.
Una palmada en el trasero, hizo que ella se moviese sola.
Ella se encorvó un poco para moverse un poco más rápido y él en segundos le dio un pequeño mordisco en la yugular.
Una milésima de segundo más tarde, ella alcanzó el clímax pero Alexander no. Parecía ser si él no tenía el control en el sexo, el orgasmo no le llegaba.
Aria se corrió y dejó de moverse. Por lo tanto, Alexander la tumbó encima de la cama y después la giró, poniéndola a cuatro patas.
En cuestión de segundos, él le introdujo el pene en el interior a su mujer y comenzó a moverse lentamente.
Alexander agarró por la cadera a su esposa y comenzó a moverse más rápido para poder llegar al clímax. Pero los gemidos de Aria le excitaban cada vez más.
―Hunde tú cara en la almohada. Es una orden ―dijo él de pronto.
Ella obedeció rápidamente y hundió su cara en la almohada.
Alexander comenzó a moverse más rápido para poder llegar al clímax.
Cuando logró ese clímax que quería, comenzó a dar sus embestidas más despacio y muy fuertes. Quería como al principio de todo aquello entre ellos, que su semen estuviera en su interior.
Unos minutos después, Alexander terminó de correrse. Y cuando terminó de echar todo su semen, se percató que su esposa se había corrido por segunda vez.
Exhausto, él se tumbó encima de su esposa y el cuerpo de ella se desvaneció en la cama junto a él.
―Tú eres mía. Y no pienso dejar que nada te pase o incluso vuelvas a escapar de mí. Y si lo haces, te castigaré.
Pero Aria no le dijo nada. Aún continuaba exhausta por los dos orgasmos que había recibido.
―Te amo Aria ―dijo él tras la última respiración que dio tras el orgasmo.
Pero ella continuó sin decir nada. Ya que ella no sabía si lo que sentía por él era odio o amor hacia a él.

Secuestrada por un Holmberg (Noches De Terciopelo I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora