Capítulo 13 - SUCUMBIR AL DESEO

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Él comenzó a moverse tan rápido en la cama, que podía sentir como aquella pesadilla era su propia realidad.
Alexander estaba teniendo la misma pesadilla. Aquella pesadilla se tornaba en su pasado con su difunta esposa. En ella siempre él salía sonriendo junto a ella y después hacían el amor. Pero tras soñar con las imágenes que les costó la vida a su esposa y a su primer hijo, todo se tornó en oscuridad.
Él se despertó sobresaltado por unos instantes y comenzó a jadear sin parar. Como si la respiración le faltase.
Aria se despertó y vio parado sin hacer nada a Alexander. Ella pensó que algo había ocurrido. Pero a su vez pensó que la cena frente al coliseo romano también tuvo algo que ver en lo que su marido tanto pensaba. Pues ella reconocía que a pesar de todo, el pasado nunca se había marchado de su vida. Como también los recuerdos de su difunta mujer.
―¿Estás bien Alexander? ―le preguntó ella.
Alexander asintió.
Pero él se percató que tras esas imágenes y la adrenalina de ver lo que paso el día en que mataron a su mujer, que tenía una erección.
Alexander se giró y vio que Aria estaba casi desnuda. Eso hizo que la pasión se despertaba aun más en él. Más de lo que ya aparentaba.
Él se puso encima de Aria y esta comenzó a forcejear, mientras que Alexander se olvidaba de sus principios morales.
―Alexander, me hacer daño ―dijo ella forcejeando con él.
Agarrándole las muñecas en pocos segundos, Alexander intentó bajarle las bragas a su esposa. Pero ella continuó forzando contra él. Ya que sabía que lo que se había despertado en el, era la pasión y las ganas de poseerla. Y ella reconocía que todo se debía gracias a aquella extraña pesadilla.
Tras quitarle al fin las bragas, él intentó de bajarse los calzoncillos. Y cuando lo hizo en breve, Alexander agarró con una sola mano, las muñecas de su esposa y metió en breve su pene en el interior de ella.
Él comenzó a dar embestidas lentas y fuertes al sexo de su esposa, mientras que comenzaba a notar como su erección crecía en su interior.
Aria gemía por el placer que eso le provocaba. Tanto, que dejo de forcejear y se dejo llevar por el éxtasis que comenzó a sentir por la pasión que su esposo le obligaba tener. Pero ella se preguntó que era aquello que sentía cuando le hacía el amor. Nunca antes lo había sentido, salvo una vez en su pasado. Antes de que su padre se volviera loco por lo que le ocurrió años atrás. Y si era cierto que se había enamorado de él, tenía claro que debía de escapar de esos sentimientos que sentía hacia su secuestrador.
Alexander comenzó a moverse rápidamente sin dar esas fuertes embestidas y notó como su esposa intentaba llegar al clímax sin él. Por lo tanto, paró de dar esas embestidas fuertes para que ella no llegara. Ya que quería hacerlo junto a ella para terminar de correrse juntos.
Cuando Alexander se percató que su esposa había dejado de forcejear, bajó su otra mano hacia el clítoris y comenzó a estimularlo. Ya que sabía que cuando mas hiciera, mas antes su esposa se corría con un buen orgasmo.
Alexander comenzó a dar embestidas fuertes y lentamente. Notaba como su erección se hacía más palpitante. Por lo tanto, dejó de tocar su clítoris.
Los gemidos de Aria comenzaron a ser más agudos. Y al ver él que casi no notaba sus gemidos por estar encima de ella; salió del interior de Aria, la giró rápidamente y poniéndola a cuatro patas. En cuanto observó el sexo de su mujer, él metió de nuevo su pene en el interior de ella.
Él comenzó a moverse lentamente, mientras que Aria intentaba incorporarse para poder recibir el orgasmo que parecía que si había buscado.
Cuando ambos llegaron al clímax una milésima de segundo, Alexander agarró por la cintura a su esposa y comenzó a moverme más rápidamente. Tanto que Aria comenzó a gemir por el dolor agudo que sentía cuando su marido sacaba y metía su pene dentro de ella.
―Voy a correrme ―dijo él de pronto.
Una palmadita sacó de sus pensamientos a Aria y comenzó a notar millones de sensaciones. Tantas que ni siquiera se había dado cuenta que su esposo se había corrido por fin sin ella. Pero cuando Alexander se dio cuenta que ella no se había corrido aun, salió del interior de su esposa y comenzó a meter dos dedos, como también a sacarlos.
Ella comenzó a gemir más fuerte y Alexander comenzó a notar como lo fluidos de su mujer salían de su interior. Entonces sabia que lo que quería, lo estaba consiguiendo por primera vez. Y era ver como se corría.
Al cabo de cinco minutos, Aria explotó en la pasión y el éxtasis, acabándose de correr; soltando sus líquidos vaginales. Dejándola temblorosa ante esa situación. Algo que nunca nadie le había hecho sentir.
―Nunca había visto a nadie que alguien se corriese vivo tras meterle mis dedos en su sexo ―dijo él―. Al menos, nunca se lo vi a mi difunta esposa. Me alegra saber que por fin te he dejado temblando por una vez.
Pero Aria no supo que responderle.
―Me voy a la ducha ―dijo él de nuevo―. Cuando termine, métete en la ducha e iremos a la ciudad a dar un paseo.
―Y no sería mejor salir a ese paseo esta noche ―dijo al fin ella―. Dijiste que tenías a un cliente que atender.
―Cierto. En este caso, te veré esta noche.
Cuando Aria observó que Alexander se metía en el cuarto de baño, entendió que tenía que escapar de eso que sentía cuando él le tocaba. Y tenía que aprovechar la oportunidad de estar en Roma. Y ella tenía muchos conocidos en la ciudad, porque su hermano una vez se los presentó antes de que falleciera. Y no perdería esa oportunidad por nada en el mundo. Ya que tenía miedo a que esa pasión que sentía hacia su marido, se terminara convirtiendo en sentimientos de amor. Y le tenía miedo a ese sentimiento por una sola razón que aun no se había atrevido a contarle a Alexander por miedo a que descubriera lo que ocurrió una vez en su pasado. Uno que le atormentaría, fuese a donde fuese.

Unas horas más tarde, cuando el sol se ocultaba en la ciudad romana; Alexander llegó al hotel donde se hospedaba con su esposa. Él había ido a conocer a ese paciente que le pidió sus servicios y a darle la primera sesión de terapia.
Cuando él entró en la habitación donde se hospedaba, observó que su esposa ya estaba lista. Se había puesto un vestido de color naranja corto y unos zapatos de tacón en color negro. Y en su pelo, se hizo una trenza que iba hacia el lado derecho y en con unos mechones que le habían sobrado, se hizo unas ondas. Alexander se quedó boquiabierto.
Tras arreglarse, Alexander y Aria se marcharon de la habitación del hotel y se fueron a otro restaurante que Alexander conocía.
Cuando cenaron más tarde en el restaurante, ambos decidieron de dar un paseo.
Con la brisa del aire, Aria comenzó a sentirse un poco mareada y le dijo a Alexander que quería lavarse la cara para poder despejarse.
Alexander lo dejo de ir al baño y ella fue sin pensárselo dos veces. Aunque ella sabía que era una buena excusa para poder escapar de nuevo y pedir ayuda a los buenos amigos de su hermano.
Cuando Aria entró en el baño, lo primero que pensó fue en ir hacia la ventana. Y supo enseguida en cuanto vio altura, que solo tenía uno o dos cm altura. Por lo tanto, quiso aprovechar en escaparse de nuevo.
En pocos segundos, ella saltó la ventana y comenzó a caminar rápidamente para que Alexander no le viera escaparse. Pero en pocos segundos, algo le frenó a moverse.
Al ver Arias la cara de su esposo en pocos segundos, comenzó a retroceder hacia detrás. Pero Alexander le agarró a tiempo y se la llevó al coche. Él decidió ponerle ninguna inyección para que por una vez, su esposa viese lo que le deparaba ese nuevo intento de fuga.
―Para ―dijo ella.
―Sabías lo que pasaría intentas escapar de nuevo ―dijo él―. Te llevaré al hotel y te castigaré. Espero que para la próxima vez no te vuelvas a escapar de mí y lo pienses de nuevo.
Y Aria comenzó a forcejear, mientras que su esposo se la llevaba hacia el coche.
Cuando llegaron al hotel media hora después, Alexander cogió a su esposa en brazos para poder disimular lo que estaba pasando y la llevó hacia los ascensores.
Al llegar en pocos segundos al piso adecuado donde estaba la habitación donde se hospedaban, Aria comenzó a forcejear más.
Cuándo entraron en la habitación un poco más tarde, Alexander fue hasta la cama con ella aun en brazos.
Poniendo en el suelo a su esposa y sentándose en breve en la cama, Alexander se percató del miedo que su esposa tenía.
En cuestión de segundos, Alexander puso en sus rodillas a Aria.
Subiéndole la falda del vestido que lucía ella en esos instantes y bajando la en pocos segundos las bragas, Alexander se regocijo en lo que tenía pensado de hacerle a ella. Pero pensó que atarla no bastaría para retenerla más tiempo.
Por lo tanto, Alexander comenzó a dar palmadas en el trasero de Aria muy despacio.
Al cabo de veinte minutos, Alexander comenzó a darle más fuerte Arias para que sintiera el castigo que le estaba dando y que por una vez, no la penetraría haciéndole sentir que era suya.
Unos minutos más tarde, Alexander dejo de darle en el trasero a su esposa y la puso en pie. Fue cuando por primera vez observó la humillación de su esposa y comenzó a sentirse mal por ello. Ya que nunca antes con su difunta esposa, había hecho lo que había hecho con Aria.
Después de unos segundos algo exhausta, ella comenzó a ponerse las bragas, quitarse el vestido que llevó puesto a la cena y pocos segundos más tarde, se metió en la cama. Cosa que Alexander se extraño más de la cuenta y supo que tenía la culpa de ello. Pero no quiso bajarse al nivel de pedirle perdón. Ya que sabía que tenía que demostrarle que con él no se jugaba. No al menos que desees morir. Y él reconocía que a pesar de haberla secuestrado y de haberla dominado desde que la tiene en su poder, que se había enamorado de ella.

Secuestrada por un Holmberg (Noches De Terciopelo I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora