Capítulo 11 - CONFESIÓN INESPERADA

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Aria despertó a la mañana siguiente. No había tenido ninguna pesadilla durante la noche y había logrado dormir de un tirón.
Cuando ella miró hacia su lado derecho, observó que su esposo dormía plácidamente y pensó en que por que aquel hombre se había fijado en ella, cuando había más mujeres a las que escoger. Eso es algo que no tardaría en averiguar.
Ella se levantó de la cama y decidió de darse una ducha para poder pensar con claridad si estaba haciendo bien en recibir terapia.
En la ducha, ella comenzó a pensar en las posibilidades de escapar de nuevo. Al menos antes de que él se despertase. Pero cuando recordó lo que el egoísmo de Alexander podía hacer, comenzó a tener dudas. No tan solo por la forma de castigarla, si no, por esa forma tan incontrolada de nublarle los sentidos cuando lo hacía. Ella se preguntó si quería realmente esa vida que Alexander le ofrecía. Pero sabía que también era una vida complicada de llevar.
Al cabo de diez minutos, Aria salió de la ducha. El tema de ir desnuda por una casa que no fuera la suya, le ponía los pelos de punta. Aunque sabía que Alexander ya le había visto un par de veces desnuda cuando la poseyó.
Cuando comenzó a coger la ropa que se iba a poner para ir a hacer los desayunos, ella comenzó a escuchar como las sabanas de la cama se movían. Entonces supo que Alexander se estaba moviendo de la cama.
Aria comenzó a ponerse la ropa interior y en pocos segundos escuchó el bostezo de su marido.
―¡Aria! ―exclamó él.
―Estoy aquí ―dijo ella.
Él levantó la cabeza de la almohada y le dijo algo extraño:
―Pensé que habías escapado.
―No lo he hecho ―dijo ella e hizo una pequeña pausa―. Se lo que me ocurría si me escapo y me vuelves a encontrar. Axial que, prefiero no hacerlo.
―Me alegra saber que por fin has acatado mis reglas.
Después de que el silencio se encontrara entre ellos, Aria comenzó a vestirse. Pero Alexander se levantó enseguida y fue hasta a ella.
―Déjame verte un poco mas ―le dijo.
―Alexander, no...
―Jamás me quites de ver lo que es mío. Y tú y tu coñito son míos ahora.
―Yo no soy la propiedad de nadie. Ya lo sabes y te lo he dicho muchas veces.
―Pasaste a ser mía el día en que firmaste ese papel de matrimonio que nos quedaría eternamente casados.
Aria se alejó de su esposo por un momento y pensó que tenía que volver a intentar de escaparse de allí. Salvo que tendría que esperara a que las aguas se calmasen para hacerlo. Solamente hasta que su marido confiase de nuevo en ella para poder hacer lo que ya había intentado más veces. Conseguir volver a España y estar al lado de los que quería. Aunque ya su hermano no estaba entre ellos.
―Intenta no evadirme cuando hablamos, Aria. Porque podría atarte y hacerte mía de nuevo. Y tenemos una semana completa para estar juntos y azotarte todas las veces que yo lo vea preciso.
―Lo hago porque a pesar de todo te tengo miedo ―le confesó ella―. Recuerda como me trajiste a Berlín. Recuerda como me forzaste a casarme contigo y me hiciste tuya.
Ella hizo una breve pausa y después dijo de nuevo:
―No es tan fácil si estas siendo presionada. Y más cuando has llevado una vida de mierda. Si hubieras querido que me casara contigo me hubieras pedido una cita y conocernos más. Alexander, esto para mí es muy duro. Más aun cuando me presionas a hacer cosas que no quiero. Como por ejemplo ponerme cosas que a ti te gusta y a mí no. Quiero ser libre para hacer lo que me dé la gana. No lo que un hombre me diga.
Pero Alexander no dijo nada, solo bajó la mirada y pensó en que ella tenía razón en lo que le había dicho.
―¿Por qué te has fijado en mí? ―le preguntó ella―. Soy una chica normal para un hombre como tú. Podrías haberte buscando a una niña rica para ser tu mujer. No una niña sin clase como yo.
Pero cuando ambas miradas se cruzaron y Aria vio que él no le decía nada, asintió y dijo:
―Voy a terminar de vestirme para hacer los desayunos.
Pero de pronto, Alexander le confesó:
―Fue tu padre quien me dijo que te protegiera y te cuidara Aria.
―¡Que! ―exclamó ella.
―Tu padre en la última sesión que tuvimos, me pidió que te protegiera. Me habló de ti. Que era una buena muchacha que protegías a todos los que te rodeaban. Pero que también tenías un pasado del cual debía de protegerte.
―¿Te llegó a contar sobre él?
―¿Sobre qué cosa?
―Sobre mi pasado.
―Jamás lo hizo. Eso se lo reservó. Ya que aquel último día entraste tu de pronto y no llegó a ello.
―Entonces el secuestro no estaba planeado.
―No lo estaba. Salvo que cuando murió tuve que encontrar la manera de tenerte a mi lado y no sabía cómo. La idea de secuestrarte la tuve cuando te vi salir de tu lugar de trabajo. Fue cuando más tarde lo hice.
―¡Y la de casarnos!
―La de casarnos se me ocurrió días después de verte. Si debía de protegerte no iba a ser con un secuestro, si no, como mi esposa.
―Y ahora cobrarás la herencia de tus padres por estar casada conmigo. ¡Eres un cabrón!
―No es así. Eso era al principio pero no pasó ni dos años. Ahora necesito un heredero Holmberg para poder obtenerla.
Alexander fue de nuevo hasta a ella y sin mirar su desnudez, pudo decirle:
―Desde que te secuestré mi mundo ha dado un giro de ochenta grados. Mi mundo ya no es el que era Aria.
―¡Te has enamorado de mí!
―No sé qué significa esa palabra desde que mi mujer murió hace ya algún tiempo. Solo sé que tú eres la que ha puesto mi vida patas arriba. No por la belleza que posees, si no, por los efectos que consigues sobre mí. Incluso cuando estas desnuda para poseerte como yo quiero. Ninguna mujer nadie ha conseguido poseer mis instintos. Salvo Patricia que en paz este. Pero me vuelve loco que te escapes de mí como si fuera un verdugo cuando no lo soy.
Ella se apartó de él, mirándole exhausta y le dijo:
―¡Que no lo eres! Me has atado y me has azotado. ¿Qué es eso para ti?
―Es un castigo.
―Como si fuera tú sumisa. Como si tú fueras mi amo.
―Así es. Soy tu único dueño. Y si alguien se acerca a ti, lo mataré. Aunque no lo quiera, lo hare.
Hicieron una pausa:
―Aria, quiero compensar en serio. Pero si me lo pones difícil seré como quieres que sea contigo.
Pero Aria no le dijo nada. Solo continuó vistiéndose para poder salir de la habitación.
―Voy a cumplir la promesa que le hice a tu padre aunque me cueste la vida. Y ahora que eres una Holmberg aun más.
Pero a pesar de ello, Aria seguía creyendo que estar en Berlín era una locura y que debía de escapar para poder volver a Barcelona. Pero también ir a Madrid para reclamar la herencia que le quedó su hermano.
Tras el silencio, Aria terminó de vestirse y Alexander se marcho hacia la ducha para poder evitar más preguntas.
Él se sentía liberado por qué sabia que a pesar de ese secreto, debía de conocer lo que su esposa ocultaba en su pasado. Algo que su propio padre no le llegó a contar.
En cambio, Aria pensó en su padre y en el por qué le pediría algo tan importante a un hombre que solo le trataba para curarle. Pero también pensó por que iba a contarle de su pasado, si en realidad eso era algo que le pertenecía solo a ella contar a un psicólogo cuando estuviera preparada. Ella solo esperaba que ojala no le hubiera contado nada. Porque si no, las pesadillas pasarían a la vida real.

Secuestrada por un Holmberg (Noches De Terciopelo I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora