Capítulo 8 - ALFRED Y BASTIÁN HOLMBERG

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Alexander se despertó al cabo de varias horas, sobresaltado por una pesadilla y se maldijo por soñar con aquel día. El día en que perdió a su esposa. Esas pesadillas las tenía cuando había tenido un día complicado o simplemente porque había pensado en ella, mientras que intentaba de dormirse.
De pronto, su teléfono móvil comenzó a sonar. Que lo cogió de su mesilla. Que lo dejó ahí cuando empezó a tratar a su paciente antes de que Aria se escapara de la galería de arte.
Cuando lo cogió sin mirar, le dio a responder y dijo:
―Dígame.
―Buenos días primo Alex.
―¡Bastián!
―Así es. ¿Has tomado alguna copa de más?
―No. Solo que acabo de despertarme. ¿Qué ocurre? Nunca me has llamado tú, si no, el tío.
―Tenemos un asunto que tratar contigo de urgencia. No puede ser por teléfono, así que, nos reuniremos a la hora de la comida en tu casa.
―¡Tan urgente es!
―Ya sabes de lo que trata. Así que, si es urgente.
―Os he dicho que de ese asunto no quiero saber nada. Solucionarlo vosotros. Yo paso de involucrarme.
―Pues te aguantas. Si no, no hubieras sido el único heredero de tu padre, primo mío.
―De acuerdo. Os veré a los dos a la hora de la comida.
Él colgó el teléfono móvil y de pronto recordó que no tenia servidumbre por que le había dado la semana libre. Por lo tanto, maldijo mil veces.
Se levantó de la cama y pensó en encargar comida tailandesa. Pero tampoco era buena opción.
De pronto, recordó que tenía atada a su esposa en una habitación que no era la suya. Por lo tanto, decidió de ir a ver si estaba despierta.
Él caminó hacia la salida de la habitación y cuando salió, fue hacia la otra habitación donde estaba su esposa.
Aria comenzó a despertar, cuando notó que las cuerdas comenzaban a hacerle daño sobre sus músculos.
De pronto, ella escuchó el ruido de la puerta y supo que su esposo volvía a por más. Así que, comenzó a forcejear contra ellas.
Alexander cerró la puerta de la habitación y fue hasta su esposa.
Cuando él la tocó, ella comenzó a forcejear aun más fuerte para evitar que su esposo le tocase.
Él la calmó desatándole los pies y las manos. Pero también le dio una pequeña bofetada para terminar de calmarla.
Aria se quitó rápidamente la mordaza y después le pegó una bofetada de vuelta a Alexander.
―No vuelvas a pegarme una bofetada ―dijo ella.
Pero Alexander volvió a dársela y ella cayó de rodillas al suelo.
―Ni tú tampoco a mí. Jamás me vuelvas a poner una mano encima. Entiende que aquí mando yo ―le dijo él.
Él se giró para calmarse y después ella se levantó del suelo.
―Lo siento ―dijo ella de pronto―. Pensé que volverías a hacerme lo mismo de anoche.
―Si me vuelves a tentar, claro que lo haré Aria. Incluso lo haré si me vuelves a dar una bofetada.
Pero Aria incluso notó que Alexander estaba tenso. Y no supo a que se debía. Pero tampoco le diría que se lo contase.
―Vamos a la ducha.
―Se ir por mi misma ―dijo ella.
―¡Aria! ―refunfuñó él.
Después él se giró y fue ante ella.
Cuando le cogió la mano de su esposa, la arrastró hasta la ducha.
En el cuarto de baño, unos segundos más tarde; él fue a darle al grifo de la tina y esta empezó a soltar agua tibia.
―Entra. Quiero bañarte.
―¿A qué se debe tanta cortesía de tu parte doctor?
―Tú entra y punto ―dijo con mal genio.
Ella obedeció enseguida y después de que se sentara en la bañera, comenzó a relajarse hasta que sintió un dolor agudo en su trasero.
Alexander fue hasta el cajón. Cogió de ahí una pastilla para el dolor y un vaso con agua. En segundos, se lo entregó a su esposa y le dijo:
―Te calmará el dolor.
Aria se tomó la pastilla y después le entregó el vaso de nuevo a Alexander.
Él puso el vaso en el suelo, y comenzó a bañar a su esposa.
―¿No entiendo porque este cambio repentino en bañarme si me dijiste que...?
―Sé lo que te dije Aria. Así que no preguntes y limítate a relajarte. Quiero que estés radiante para la visita que vamos a tener y espero que solo te limites a escuchar sin dar opinión ninguna a lo que escuches.
―¡Vuelve tu tío Román!
―No. Pero si vienen sus hijos a tratar negocios serios.
―Sobre la droga.
―Creo que sí.
―Ya.
―Por eso te he pedido que no opines. Alfred y Bastián no son como mi tío. Y más Bastián.
―Vale. Lo que usted ordene señor ―dijo ella con sarcasmo.
Alexander refunfuñó y ella observó que parecía ser más serio de lo que pensaba. Por lo tanto, no quiso decir nada al respecto.
Después de un largo silencio, Alexander comenzó a lavarle el pelo a Aria y eso le extraño aun más.
―¿Has hecho esto antes? Digo bañar a una mujer.
―Sí ―respondió él―. Lo hacía con mi difunta esposa. Siempre la consentía.
―¿Cómo era ella?
Alexander miró exhausto a Aria y después, le respondió.
―Era muy guapa. Un rayo de sol cuando salía por el oeste.
Hizo una breve pausa:
―Perdona Aria. No quiero hablar de ello.
Ella asintió. Y entendió que a pesar de todo, él no era un mal hombre. Solo que el destino le arrebató lo que más quería.
―Intentaré no meterme en medio de todos esos asuntos familiares que tiene, doctor Holmberg.
―Eso espero.
Él hizo una pausa.
―¿Sabes cocinar Aria? ―le preguntó él de nuevo.
―Sí. ¿Por qué lo pregunta doctor?
―Porque quiero que hoy lo hagas. No me importa lo que cocines, solo que quiero que me sorprendas.
―Lo haré.
Alexander continuó lavándole el pelo a su esposa y ella se relajó completamente sin pensar mucho en lo que ocurrió la pasada noche.
Media hora después, ambos se vistieron y desayunaron en el salón en el más completo silencio.
Aria no paraba de pensar en la herencia que le quedó su hermano mayor antes de fallecer. Solo esperaba que cuando pudiese huir de Berlín, no fuera demasiado tarde para poder presentarse ante el abogado de su hermano para reclamarla. Aunque lo que haría con ella, seria donar el dinero a un orfanato o quizás para construir algo que beneficiase a la ciudad para bien.
En cambio, Alexander pensaba en su difunta esposa con detenimiento y lo que pasó antes de si fallecimiento.

Secuestrada por un Holmberg (Noches De Terciopelo I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora