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|ᴊ ᴏ s ʜ ᴜ ᴀ|
Aceptar había sido sencillo, ir hasta otro país había sido complicado, pero se trataba de su hermana y además, tenía tiempo que no asistía a una fiesta tan grande. Debía ser la mejor de todas y con todo tipo de personas, desde sus mejores amigos hasta alguno que otro conocido de su hermana.
Se suponía que la celebración (el cumpleaños de su hermana y otro anuncio importante que debía dar) empezaba pasadas las nueve en cuando la cafetería cerrara sus puertas y sacara el licor para los verdaderos anfitriones.
Afuera el clima estaba húmedo y había rayos intermitentes, pero aún no oscurecía, eran cerca de las cuatro y faltaban cuatro horas para el verdadero evento. Eran los últimos días del otoño, todas las personas que transitaban afuera llevaban abrigos gruesos y botas de lluvia, pero él y el resto que estaban adentro se habían despojado de ellos y los olvidaron en un perchero lejano. La calefacción los mantenía al margen, era cálida y tan hogareña que no podían quejarse después por la factura.
—Afuera hacía tanto frío —dijo Olive en su oído para después esconder su rostro en el cuello de Joshua.
Olive pasó sus brazos sobre la cintura de él y se acurrucó como sólo ella sabía hacerlo delante de los demás. Él no le correspondió. Nunca lo hacía y no era porque no la quisiera sino que le resultaba incómodo.
Un hombre alto que parecía ser el más conversador se acercó a su mesa. Tenía el cabello castaño y los ojos claros, sonreía sin parar haciendo que unas cuantas arrugas se marcaran en su frente y mejillas, tenía bastantes pecas esparcidas por el rostro en especial en las mejillas. Joshua apartó con suavidad a Olive y se puso de pie para recibir a su viejo amigo. Ambos se dieron un abrazo corto y se separaron.
—Mira cuánto has crecido —dijo el hombre mirando a Joshua de pies a cabeza—. Nunca pensé que llegarías a pasarme.
Joshua era a penas unos cuantos centímetros más grande que él.
—No he crecido en un año así que ya me quedaré así, Eddie. Gracias por venir a la fiesta de mi hermana.
Y vaya fiesta les esperaba. Era el cumpleaños de Esther y también el anuncio oficial de su compromiso (nadie más lo sabía además de él y sus padres). Esther y su prometido, de origen parisino, decidieron que lo mejor era celebrar en el extranjero, en París. Esther invitó a tanta gente que la cafetería estaba por explotar, la lista de invitados era tan extensa que ni siquiera Joshua podía creer que había llamado a los Redmayne.
—Es un placer, además Hanna y yo queríamos venir a París con los niños —contestó—. También estaré presente en tu cumpleaños, no se cumplen veintiuno todos los días.
—Gracias.
Qué rápido pasa el tiempo. Iba a cumplir veintiuno dentro de poco y estaba más que nervioso. Tenía muchos planes, muchos proyectos y ya estaba más que independizado. Su tablero mental de objetivos a cumplir marcaba a los veintiuno como su maduración completa, ya sería un adulto y debía comportarse como tal; el trabajo iba y venía, pero se aseguraba de que dejara lo suficiente para subsistir, su madre le preguntaba con más regularidad la fecha en que él y Olive decidieran dar el paso que había dado Esther, pero él no se sentía seguro. Olive era una grandiosa mujer. Lo acompañaba a todas partes y siempre lo apoyaba en todo, no podía pedir más y aún así no sabía si ella era la correcta después de diez años.
Eddie se perdió de la vista al igual que Olive. No fue sorpresa viéndolos juntos hablando con Esther, pero por una milésima de segundo sintió que se quedaba solo en una habitación donde cada persona interactuaba con otras tres más.
Volvió a sentarse en el sillón y miró a todas aquellos que reían y conversaban sin cesar. Entonces pensó que era buen momento para darse cuenta de lo lejos que había ido; tenía un proyecto importante en puerta, había ganado el cuádruple de seguidores que alguna vez había conseguido a la corta edad de quince años y el número aumentaba cada vez que su cara salía de nuevo en la pantalla grande o en vídeos musicales.
Mientras más retrocedía en el tiempo fue imposible no recordarla. Recordó a Cresie y todo lo que se estaba perdiendo al haber acabado con su vida. Ya no le molestaba hablar de ese tema; Cresie solo había significado una chica más que le gustaba, pero ella...
Un tintineo lejano de una cuchara lo sacó de sus pensamientos. Era como un eco que provenía de su memoria, pero se había instalado en el bullicio actual.
Hubo un retroceso. De nuevo tenía dieciséis y estaba sentado en una mesa próxima a un ventanal. No había más gente, pero él ruido de muchas de ellas hablando a la vez estaba presente, tampoco había nadie en la acera que veía a través de la ventana. Sólo era él sentado con un café a medias y una rosquilla mordida sobre una servilleta.
¿Qué recuerdo era? No recordaba volver a pedir una rosquilla después de ella.
—Gracias por seguir adelante —dijo una voz, esa voz, al igual que todo parecía ser parte del recuerdo, pero un recuerdo tan irreal. Joshua volteó y sentada a su lado estaba Cresie tal como hace cinco años—. Te veré luego, niño.
Niño. Solo ella le había dicho así.
—¿Joshua? —preguntó Olive entrando en escena, la cafetería vacía de Jersey se desvaneció como un sueño—. ¿Estás bien?
Joshua reaccionó de inmediato.
—Sí, claro... ¿Podrías traerme una rosquilla?
—Sí... Vuelvo en seguida.
Olive sabía el odio que tenía hacia dicho pan, pero se dio vuelta y desapareció detrás de la gente.
Él bajó su vista y vio algo sobre la mesa que no estaba ahí antes. Era una servilleta con un mensaje escrito con letra de molde en tinta azul oscuro, uno de los colores que más detesta.Tenía miedo y no lo hice.
Aprendí una lección.Tomó el mensaje y lo leyó una y otra vez. «Tenía miedo y no lo hice. Aprendí una lección». ¿Quién había escrito eso? Nadie más estaba sentado con él y no vio a nadie aproximarse. Miró en todas direcciones y nadie parecía tener un bolígrafo en la mano. Nadie.
«Tenía miedo».
La campanilla de la puerta sonó y su atención fue sólo para una mujer joven de abrigo rojo que se retiraba. Joshua alcanzó a ver un perfil estilo griego, como los que replicaban en las esculturas, tenía el cabello oscuro recogido y varios mechones le caían a los lados sobre unas gafas negras.
«Y no lo hice».
Y no lo hice.
Se puso de pie en un salto para seguir a la mujer de abrigo rojo, sin motivo. La puerta se cerró antes de que el pudiera salir. Casi se estrella en el cristal. La abrió con fuerza y salió a la calle sintiendo ráfagas heladas acompañadas de un rocío frío hasta que se volvieron gotas enormes de lluvia.
En la esquina vio abrirse una sombrilla oscura de una mujer vestida de rojo.
Se apresuró a seguirla.
Conforme más avanzaba, más gente se encontraba en el camino y más perdía a la mujer de rojo. ¿Por qué la seguía? No lo sabía, pero ella parecía huir tan rápido que él empezó a correr y a empujar a las personas.
Se detuvo cuando llegó a la entrada de unas escaleras subterráneas por donde entraban y salían cúmulos de gente que abría y cerraba sus sombrillas, pero no había ni un solo abrigo rojo. Arriba había un cartel que decía METRO con bombillas.
Se metió junto a una oleada de personas que caminaban con paso monótono para llegar al subterráneo, dicha paciencia exasperó a Joshua que quería bajar lo más rápido posible. Cuando llegó a la estación vio el doble de gente que había afuera y empezaba a darse por vencido, a creerse un loco. Era imposible rastrear una persona de abrigo rojo cuando habían aparecido diez más similares a ella.
Hasta que la vio de pie en el andén de espera. Llevaba un maletín de cuero café, botines altos y pantalones ajustados que mostraban unas piernas estilizadas. La mujer miró su reloj de mano impaciente por el tren.
Joshua experimentó un subidón de adrenalina; iba a llegar hasta ahí y no con un boleto de metro. Miró hacia las esquinas en busca de oficiales y sólo encontró uno dando instrucciones a un par de ancianas desorientadas. Tenía que ser en ese momento.
Para él fue fácil saltar los torniquetes de entrada, pero a penas lo hizo el oficial exclamó algo en francés y empezó a perseguirlo, no hacía falta; ya casi llegaba al andén. Y cuando llegó, ella no estaba.
Las puertas se habían cerrado.
A través del cristal vio a esa mujer de piel morena clara y lentes. Parecía tener la mirada clavada en el suelo y sólo podía verle su perfil, pero no había duda. Era ella. Era Cresie. Cresie estaba viva. No estaba loco.
Tocó el cristal de la puerta y vio cómo empapaba el cristal con unas gotas de lluvia mientras su mano intentaba alcanzar a la mujer.
El tren hizo un ruido de maquinaria pesada y se puso en marcha. Iba a irse. Joshua gritó su nombre, nombre que había guardado solo para él.
—¡CRESIE!
Cresie levantó su rostro y sus miradas se cruzaron. La mano de Joshua resbaló por el cristal de la puerta cuando el tren avanzó como debe ser y solo por unos segundos pudo ver su rostro hasta que el oficial se abalanzó sobre el poniéndolo boca abajo. Le gritaba más cosas en francés y pedía ayuda, seguramente, por su radio.
A Joshua no le importó estar empapado y tirado en el piso lleno pisadas de lodo. Ella sí estaba viva y no era un sueño. No lo consiguió o no lo hizo. Él no podía explicárselo, pero ella estaba ahí y estaba dispuesto a seguirla hasta el fin del mundo.
Entonces sonrió de felicidad por ella y su mente lo regresó al atardecer del primer día que salieron y supo que habría más días como ese.𝔽𝕀ℕ
—¿Monsieur, entiende lo que estoy diciendo? Revisamos las cámaras cinco veces y no hay nadie ahí.
—Pero estoy seguro de que... Yo la vi.
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Eyes Like The Sea (Joshua Shea)
FanficHabía algo en sus ojos que le recordaba los tiempos felices. Había algo en él que le hacía ver el mundo de diferente manera. Había algo en su voz que la hipnotizaba y dejaba de pensar en su soledad. Pero no había tiempo para disfrutar...