QUINZE

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₀₄„₁₁₁|₀₃|₁₉

YA  NO  ESTÁ
|ᴊ ᴏ s ʜ ᴜ ᴀ|

Era tan increíble lo diferentes que eran sus vidas. Tan contrastantes y distantes que no tenían nada en común.
     Si había algo en claro era que ella ya no estaba.
     Vio su cuerpo inerte con los labios entre abiertos. A lado había fórmulas extrañas y frascos con líquidos transparentes. Ella sabía cómo preparar un frasco letal que la llevaría al otro lado. ¿Estaría en el más allá? ¿O en dónde? Ese frasco había sido su medio para llegar a donde fuera que estuviese y nada más.
     ¿Qué seguía? No la conocía lo suficiente y sólo había convivido unos días con ella, pero aquellos días fueron tan largos y llenos de tantas cosas que parecía que el tiempo se quedaba estancado como ella lo mencionaba en su carta. ¿Ella siempre lo supo? ¿Decidió escribirla, deslizarla por su bolsillo y despedirse?
     Él no sabía qué día era y su mente le engañaba diciendo que ella estaba en hospital y no en un ataúd. Se la habían llevado, pero no sabía a dónde. No pudo despedirse ni volver a verla.
     Hablaba con la amiga de ella, Carola, en busca de respuestas, pero ella decía que no la conocía lo suficiente para saber sus motivos. Además le mencionó que se habían equivocado, como Cresie le había dicho, de estudiante y que ahora la chica nueva llegaba para quedarse. Se llama igual que ella, se parece a ella, pero no es ella y nunca podrá hacerlo. Ella es sencilla, enfocada en lo más superficial y carece de la chispa vital que Cresie tenía. Durante todo ese tiempo no pudo descifrar qué sentía por ella, estaba claro que sentía una atracción, pero había algo más; su sola presencia lo ponía nervioso (el beso), lo hacía dudar, solo podía pensar en ella y tratar de descifrarla.
     Había alguien más con ella en ese momento, era un hombre que sólo sostenía su cuerpo y lloraba en silencio. Ahora estaba mirándolo fumar y beber como un loco. Él se había presentado como su tutor. Ella le había mentido, no tenía dieciocho, pero los cumplía dentro de poco.
     —Quizás pienses que eso fue egoísta —dijo aquel hombre con acento fuerte, era joven, no superaba los treinta años y poseía un aire de somnolencia, tal vez por el momento— y lo es, pero ella no podía verlo de esa manera.
    ¡¿Entonces de qué manera lo veía ella?! Nunca habló ni se expresó. Solo vivía día a día como cualquier otra chica, si de verdad estaba sufriendo solo tenía que decirlo.
     Mientras Joshua se gritaba internamente, todo a su alrededor seguía exactamente igual. Las clases seguían, más parejas se declaraban, se empezaban los preparativos para la primavera, se evaluaban los proyectos musicales... Todo seguía igual, nadie, ni siquiera Carola que andaba de amiga con la nueva y verdadera chica de intercambio, sentía una pizca de tristeza. ¿Acaso era el único que podía ver su fotografía impresa en blanco y negro con un mensaje de condolencia en la pizarra de anuncios? ¿Acaso sólo él sabía de la existencia de esa chica?
     —¿Por qué?
     Fue lo primero que preguntó después de varios días de estar encerrado y negarse a salir de casa por más que sus familiares le animaran. La única que parecía comprender era su hermana que pasaba la mayor parte de su tiempo a solas con él, en completo silencio, tal vez porque ya no había nada que decir.
     —Porque así es la vida; el mundo no se va a detener solo porque te moriste. Eres irrelevante a comparación de todo lo que hay allá afuera, solo eres materia y pensamiento, tú muerte no va afectar al mundo entero a menos de que seas algún líder.
     Le contestó una voz dura con enfado. Lo más curioso y aterrador era que ELLA le había contestado. Había imaginado que ella decía eso. Pero ella no estaba con él ni con nadie más.
     —No lo sabemos —contestó su hermana, la única persona con la que estaba—. Tenía sus motivos.
     ¿Cuáles eran sus motivos?
     —El resto de su familia —Le había contestado aquel hombre días después—. Ella y su familia cargaban una enorme herencia, pero el resto quiso que no fuera así y los eliminaron uno a uno empezando con su hermana. Lo mejor que Cresie pudo hacer para que la dejaran fue entregar toda la pasta y los terrenos. ¿De qué le servían sino tenía con quién compartirlos?
     Tal vez ella cargaba culpa, o no podía superarlo y ellos eran unos malditos, lo cierto era que nunca lo sabría.
     Pasaba noches enteras dando vueltas en la cama pensando en que todo eso pudo haberse evitado. Ella lo había dejado así y en parte la odiaba por eso, pero sentía mucha lástima al saber su pasado y solo tal vez entendió que ella no quería mencionar nada para dejarlo todo atrás y seguir con su vida.
     El sol salía y él odiaba que iluminara su habitación para indicarle que había pasado otro día sin poder conciliar el sueño, donde la gente sigue sus actividades y él no, un día donde ella no está más. Así era día tras día. Con cada mes parecía recuperar el sentido de todo. Parecía que todo había quedado atrás en el olvido.
     Entonces un día se levantó y supo que ella ya no estaba, pero él sí y que debía cumplir la última petición de ella.
     Inefable hubiese sido la palabra para describir aquello.  

Eyes Like The Sea (Joshua Shea)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora