Capítulo 4

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Calum se despertó por segunda vez en el mismo día cuando la puerta de su habitación se abrió. Se revolvió en la cama, llevando un brazo a sus ojos y miró por el hueco entre sus dedos al intruso.

- Si no lo supiera bien, diría que tuviste una buena mañana.- Bromeó Michael, abriendo el armario.

- ¿No puedes simplemente llamar a la puerta, maldita sea?- Maldijo Calum, haciendo volar un cojín por la habitación.

El cojín aterrizó en las manos de Michael, y este le miró con una expresión indescifrable.

- Pensaba que estarías bien. América es buena.

- América es una chica.

Michael rodó los ojos y rebuscó hasta encontrar una camiseta en el armario. Cubrió con la camiseta su torso y le tiró el cojín y una sudadera a Calum.

- Vístete y ven a desayunar.- Se encaminó hacia la puerta y justo antes de salir, volvió a darse la vuelta.-  Y sé bueno con ella.

Cuando Michael estuvo fuera, Calum dirigió la mirada a la pequeña figura que estaba acurrucada en un extremo de la cama. Sus rizos estaban por todas partes y las largas pestañas rubias proyectaban una pequeña sombra en sus mejillas. La presencia de la pequeña rubia en su cama se le hacía extraña a Calum.

No era que Calum no hubiese tenido chicas allí. Había habido, tres por lo menos. Pero solo una le había importado. La había conocido dos años antes en un café del centro, y los dos habían sido extremadamente cuidadosos. Los dos sabían lo que dolía un corazón roto, incluso aunque no lo hubiesen experimentado. Habían ido al cine, al teatro, a cenar. Todo había sido perfecto. Tan perfecto que parecía falso. Entonces, ella comenzó a alejarse. Llamadas que nunca fueron contestadas, mensajes ignorados. ¿Había otro chico? Calum nunca lo supo. Solo supo que ella se había ido sin dejar rastro. El número de teléfono ya no existía, los momentos solo existían en sus pesadillas. Y el corazón de Calum se había roto sin remedio, convirtiéndose en pequeños trozos que se le clavaban por dentro cada vez que veía un cabello castaño liso. Y entonces él pensaba, es ella. Pero después la chica se daba la vuelta y los ojos eran verdes y llevaba un vestido blanco. Y a ella no le gustaban los vestidos. Y los trozos se clavaron aún más hondo, cuando al fin comprendió que nunca volvería a verla. Que nunca volvería a su vida. Y que ella ya le había olvidado.

Pero no era momento para lamentarse. Calum se pasó la sudadera por la cabeza sin dejar de mirar a América. De alguna forma, verla dormir le transmitía algún tipo de calma. No estaba atormentada por algún pensamiento que debería haber olvidado, no tenía la respiración acelerada por una pesadilla de la que deseaba más que nada salir. Su pequeño cuerpo estaba enredado en las sábanas y su pelo estaba desparramado por la almohada y por el colchón. Calum deseaba quedarse y mirarla eternamente, pero no podía. Dio un suave toque a América en el hombro, provocando un aleteo de pestañas. No le parecía bien despertarla, pero tenía que hacerlo. América apretó los ojos y después los abrió, el iris azul casi se comió la pupila cuando sus somnolientos ojos se abrieron. Calum se obligó a sí mismo a forzar una sonrisa y le lanzó el mismo cojín que le había lanzado a Michael.

- ¡Levántate y brilla, señorita! Hoy te tengo algo preparado.

América le miró como si estuviese loco y después se desperezó.

- ¿Qué es lo que te pasa, Calum?

Calum sonrió más amplio, en su esfuerzo por ser optimista, y salió por la puerta sin responder.

América miró a la cama deshecha, después al armario abierto y de vuelta a la cama. Estaba tan desorientada que casi estaba mareada. Puso los pies descalzos en el suelo y se bajó de la cama arrastrando las sábanas con ella. La puerta de la cocina estaba abierta, y por ella se colaba el olor a café y a tostadas. Las tostadas no eran algo primordial en la vida de América, pero el café... ¿Cuánto tiempo hará falta cuando el café se acabe para que el mundo se vuelva loco? Olisqueando como un depredador a su presa, América atravesó el pasillo y entró en la cocina con las sábanas arrastrando detrás de ella. Mirándolo desde atrás, América parecía una novia a punto de casarse, con un vestido con cola. Lo cual no estaba más alejado de la realidad. Luke alargó una taza de café a su hermana y ella se lo agradeció vaciando el líquido caliente por su garganta. Posó la taza en la encimera y abrió la lavadora. La cola del "vestido" no tardó en desaparecer en el interior, y cuando se levantó de suelo, tres cautelosas miradas se levantaron de sus comidas y la miraron con cuidado. Todas excepto una, que siguió mirando el fondo de su taza de café como si supiese leer los posos.

- Ya sabéis que hacer.- Se burló América señalando la lavadora y saliendo por la puerta.

Luke, Michael y Ashton intercambiaron miradas. La colada. Luke levantó las manos y las sacudió a ambos lados de la cabeza.

- Yo no sé poner la lavadora.

- Yo tampoco.

Ashton rodó los ojos y se cruzó de brazos.

- Ya la pongo yo, niñitas quejosas. Corred a vuestros cuartos y traedme vuestras sábanas.

Mientras tanto, en la habitación de Luke, América sacaba cajas de la parte superior del armario de Luke hasta que la encontró. La bolsa de emergencia. Subida a una silla y con los brazos tan estirados como podía, sacó una bolsa de plástico transparente. Dentro se podían adivinar las formas de unas camisetas y un pantalón, además de mudas de ropa. América sabía que tarde o temprano tendría que ir a casa de su madre para recoger toda su ropa, pero mientras pudiera posponerlo, no dudaría en hacerlo. Tiró la bolsa al suelo y metió la primera caja cuando Luke entró en la habitación.

- ¿Qué vais a hacer Calum y tú?

América se quedó quieta mientras sujetaba la segunda caja. Al cabo de un instante se relajó y la deslizó al lado de la primera.

- No tengo ni idea. Quizás le convezco para que me lleve al parque. Me apetece ir allí.

Los hombros de Luke se dejaron caer de preocupación y se dispuso a arrancar las sábanas.

- Eres buena para él, sabes.

América frunció el ceño y se giró, encarándose a su hermano.

- ¿Por qué?

Luke se encogió de hombros y sacó la almohada de la funda, deteniéndose para acariciar el dobladillo entre sus dedos.

- Tienes un efecto sedante sobre todo el mundo. Eres buena, no presionas. Eso es lo que Calum necesita.

América se repitió las palabras en su mente mientras guardaba la última caja y se bajaba de un salto de la silla. Ella nunca se habría definido como un efecto sedante. La verdad es que se tenía por cargante, de modo que lo que su hermano había dicho le sonaba raro. No presionaba. Eso si era verdad. La gente tenía derecho a tener secretos y no contarlos, y la mayoría de las personas los tenían tan clavados en el alma que se le antojaba malo intentar que los contasen. Después de cambiarse a unos vaqueros y una camiseta gris, América se encontró en la puerta del apartamento con Calum. Llevaba la misma ropa de esa mañana y aquello le hizo pensar a América desde cuando no se duchaba. No era que oliese mal, pero una ducha siempre ayudaba a sentirse mejor consigo mismo. 

- ¿Por qué eres buena conmigo, Mare?- Preguntó Calum cuando ambos estuvieron en el coche, con los cinturones apretados en torno a la cintura.

América pensó durante unos escasos segundos y la respuesta salió rápida, como si ni siquiera tuviese que pensar si era verdad o no.

- Porque te lo mereces.- Dijo con voz solemne.- Te conozco desde pequeños, Calum. Me he criado contigo, y ahora no eres mas que una sombra de lo que eras antes. Quiero saber lo que ocurrió, pero no quiero obligarte a nada. Solo quiero que estés bien.

Calum meditó en silencio mientras el coche arrancaba.

Quiero contártelo todo. Pero no estoy preparado para recordar todo y sentir la pérdida otra vez.

StarlightWhere stories live. Discover now