Parte I

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No hay mayor miedo que perder a quien amas

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No hay mayor miedo que perder a quien amas

Las ráfagas de aire frío golpeaban el rostro de la pequeña, quien en el techo de la iglesia se aferraba al crucifijo de plata en su cuello. Se encontraba recelosa puesto a que las visitas de su "amigo" como gustaba llamarlo, habían carecido de consecuencia.

Quería decirle que estaba asustada de que ya no la visitara. ¿Qué sería de ella sin sus palabras de aliento?, ¿Cómo afrontaría la soledad? Una niña huérfana en una iglesia sin nadie con quien contar.

Pero lo que salió de sus labios fue algo distinto.
–Tengo miedo a las alturas.

Y no era mentira, pero aquello no torturaba su mente como lo primero. Su amigo rió, restándole importancia a un temor tan insignificante en comparación a las cosas que en realidad deberían asustarla.

¿Cómo podría asustarla aquello si había visto la muerte a los ojos? Si lo había visto a él, aunque ciertamente Azzio no se llevaría su alma. Entonces, qué importancia tenían los metros que la separaban del suelo cuando con las alas en su espalda, la atraparía en un santiamén.

Azael quiso detenerse a admirar la belleza de la criatura, con no más de nueve años, su mirada tan profunda y curiosa, parecía un ratoncito asustadizo. La veía como una niña indefensa, que no tenía a nadie más.

Con las piernas colgando de la orilla del tejado, las protuberantes alas que barrían de manera pausada el aire. Aunque estaba decaído, la niña colocaba una sonrisa en él.

Está sería la última visita de Azzio, donde planeaba borrar los recuerdos de ella, pues no podía arriesgarse a que le recordara. Podría ponerla en peligro.

Le miró. –En toda mi trayectoria he comprendido que siempre habrá así sea un miedo en cualquier criatura.

La niña, pequeña pero audaz, procesó las palabras del ángel como si se tratara de un acertijo sumamente complicado. En sus ojos brilló una idea y lo que siguió fue su gesto de concentración, como buscando las palabras adecuadas para dirigirse al él.

Su voz queda no titubeó. –¿Y tú a que le temes?

Él se encontró sin palabras.

¿A que le temía?

Jamás se había detenido a pensar aquello, alguna causa o razón que le provocara nervios e hiciera que su ser temblara.

¿A qué podría temer una figura inmortal cuya sola existencia provocaba escama?

Esa noche con la luna creciente bajo sus cabezas no supo la respuesta, pero luego el destino se encargó de responder.

Su único miedo sería perderla.

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Ángel Oscuro: El Sello Celestial © EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora