Vivir sola era una basura. Mi mejor y única amiga se había mudado con su pareja hacía unas semanas y me aburría mucho; sin embargo, durante el tiempo que vivimos juntas, mi compañera había pagado gran parte de los servicios y comida, así que tenía ahorrado bastante dinero como para subsistir por mi cuenta hasta el momento en que encontrara un trabajo tiempo completo.
Estar sola en casa mucho tiempo era más aburrido que ver la pintura secarse.Había pasado por mi mente la fugaz idea de tener una mascota. Aunque la descarté debido a mi largo historial de peces y hamsters muertos por exceso o falta de comida. No quería más mascotas muertas en mi casa, así que no pensaba adoptar ninguna a menos que hablaran y se cuidaran solas.
Estaba segura de que no tendría compañía por un buen tiempo, ya que mi círculo social estaba constituído por una sola chica que a penas tenía tiempo de verme o de presentarme a otras personas.
Durante las escasas horas en que estaba en casa, prendía el equipo de música y me acostaba mirando el techo, esperando quedarme dormida y disfrutar de la dicha de tener sueños como los míos: brillantes, coloridos, rodeada de cosas suavecitas y aventuras agradables de experimentar. Luego despertaba y me iba a un trabajo de medio tiempo que me drenaba cada ínfima gota de serotonina.
Una noche, tras salir agotada de trabajar, tomé el camino más corto a casa, a pesar de que siempre iba por el largo, ya que era más bonito. Pero ese día estaba especialmente cansada y hacía un frío considerable.
En lo que me acurrucaba en mi propio abrigo, oí el sonido de tachos de basura contra el suelo y un grito desesperado, seguido por ladridos y ruidos de pies golpeando el suelo.
A lo lejos pude distinguir la silueta de una persona escapando velozmente de unos perros que se veían más que molestos y dispuestos a arrancar unos cuantos trozos de las largas piernas del perseguido. A pesar de mi cansancio y el entumecimiento en mis manos, quise ayudar, así que tomé una rama del suelo y esperé a que la persona se acercara.
―¡Corre hacia la derecha cuando llegues aquí! ―grité al evidentemente agotado desconocido.
En cuanto estuvo a pocos metros, tiré la rama hacia el lado contrario, distrayendo a los perros y dejando que el muchacho pudiera encontrar un lugar seguro donde esconderse.
Una vez que perdí de vista a los canes, emprendí la búsqueda del pobre hombre. No lo veía por ninguna parte, como si se hubiera esfumado en el aire sin dejar rastro.
―¡Oye! ¡El que huía de los perros locos! ―vociferé en medio de una calle desierta, echando vaho por la boca― ¡¿Dónde estás?! ¡Ya se fueron!
Cuando estaba a punto de darme por vencida tras no recibir una respuesta, oí un maullido a pocos metros de mí. Bajé la mirada y encontré con un gato color café claro, enredado entre un montón de ropa de invierno.
―¿Te perdiste, gatito? ―pregunté dando pasos discretos hacia él― A ver, ¿Qué dice tu placa?
Se dejó acariciar y aproveché para leer el nombre de su collar.
―"Nana" ―leí― ¿Así te llamas? ―acaricié detrás de su nuca― No dice ninguna dirección, ¿Acaso tus dueños son idiotas?
Caminó hacia mí y frotó su cabeza en mi brazo, como pidiendo mimos. Ya que no tenía ningún apuro en regresar, accedí y de alguna forma acabé por encariñarme con el pequeño Nana. No lo pensé dos veces cuando, tras minutos de risitas y caricias, comencé a andar y me siguió unos metros; lo tomé en brazos pero saltó y fue directo hacia el montón de ropa.
―¿Quieres que lo lleve también?
El gato se recostó sobre las telas y lo llevé envuelto en éstas. No se quejó en todo el camino.
Al llegar a casa, Nana se dejó caer al suelo y me siguió de cerca, ronroneando, mientras dejaba la ropa doblada sobre el sofá.
―¿Tienes hambre? ―pregunté antes de ir a la cocina.
Nana maulló y se frotó en mis piernas.
―¿Qué se te antoja? ―me puse de cuclillas frente a él― Tengo una lata de atún y sobras del Japchae de ayer.
Sus ojos parecieron brillar al escuchar la palabra "Japchae", fue corriendo a la cocina y me esperó junto a la nevera para que sacara el tupper. Lo dejé en el suelo y fue al ataque ni bien alejé la mano.
―¿Desde cuándo los gatos comen Japchae? ―le pregunté sentada en la mesa comiendo el atún directo de su lata.
Bostecé y me estiré en la silla. Nana ladeó la cabeza y se subió a mi regazo para que lo acariciara.
―Estoy harta de ese trabajo ―murmuré al ver que cerraba lentamente los ojitos―. Parece que eres oficialmente mi mascota, ¿no? Puedo renunciar y buscar algo de más horas. Tengo prioridades nuevas ahora...
Nana paró las orejas y se incorporó para mirarme. Maulló y volvió a acurrucarse. Lo tomé en brazos y lo dejé en el sofá para poder ir tranquilamente a tomar una ducha y dormir.
Cuál fue mi sorpresa cuando tras salir del baño en pijama con una toalla en la cabeza, lo encontré esperándome frente a la puerta.
―¿Quieres dormir conmigo?
Como respuesta, fue hacia mi cuarto y se acostó a los pies de la cama. Yo fui a mi lado y en pocos minutos me quedé totalmente dormida.
Costaría decir que a la mañana siguiente no estuve a punto de pegar un grito al ver a una persona en lugar de mi gato dormido junto a mí. Salté de la cama y lo miré anonadada. Su cabeza estaba cubierta por una almohada y se encontraba acurrucado en posición fetal, tan profundamente dormido que no supe distinguir si realmente estaba dormido o en coma.
―¿Pero qué...?
El desconocido también estaba tapado por una frazada y lo único que pude ver fue su cuello (o más bien parte de él). Rodó en su lugar y pude ver su barbilla y parte de su rostro. Sus labios eran algo carnosos y estaban un poco separados, dejando ver unos dientes muy blancos. He de admitir que, por lo menos, esa parte de él no me desagradaba. Pero el punto no era que fuera guapo, sino qué diablos hacía ese desconocido en mi cama.
―Ey ―le dije. No me hizo caso― ¡Oye! ―tampoco― ¡¿Qué haces en mi casa?!
El chico sólo se movió un poco y bajó la frazada inconscientemente, descubriendo totalmente su cuello y parte de sus hombros.
―¡¿No tienes ropa puesta?!
Lo golpeé con una almohada y despertó sobresaltado. Se sentó al borde de la cama, se rascó la cabeza y detrás de las orejas. La manta le cubría el regazo (agradecía eso, porque al parecer no estaba vestido). Me miró y se tapó el pecho con los brazos.
―¿Qué miras, pervertida?
―¡¿"Pervertida"?! ¡Tú eres el que está desnudo en mi cama!
―Tú me invitaste.
Lo miré estupefacta y examiné la situación. Vi que tenía puesto un colgante y volví a pasmarme, entonces también pude notar que sus orejas peludas y cafés estaban pegadas a su cráneo.
―¿No me reconoces? ―preguntó con una pequeña sonrisa― Me salvaste la vida ayer y me invitaste a vivir contigo.
―¿Qué...?
Leí la placa de su collar y vi sus ojos llenos de un brillo encantador y misterioso a su vez.
―¿Nana...?
―Na Jaemin. Un placer.
Me dedicó una sonrisa pero no podía procesar tantas cosas de una sola vez.
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~My Kitty Called Nana~ 《Na Jaemin x Lectora》
FanfictionDescubrir que tu gato no es un gato puede llegar a ser molesto.