XXV

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–Ruggero debe conocer a mucha gente aquí –comentó Karol a Carolina esa misma mañana, algo más tarde, al mirar por la ventana y ver llegar otro coche–. Me parece que han sido por lo menos seis personas las que han venido a verle hoy por la mañana.

–Vienen a su consulta –le informó la americana mientras enfocaba la cámara en el trípode–. Mucho mejor. Ahora sí se va a ver bien el plato.

Karol arrugó el ceño.

–¿Qué consulta?

–La gente de por aquí viene a hacerle consultas de tipo jurídico. Ruggero es un héroe en esta región. Hace unos años estuvieron a punto de perder las tierras de labor –explicó Carolina–. La empresa propietaria del terreno quería vendérselas a una inmobiliaria para construir un
complejo turístico. Ruggero se puso del lado de los lugareños y consiguió que estos tuvieran prioridad para comprar sus tierras de labor. No les cobró nada por su trabajo e incluso puso dinero de su bolsillo para cubrir gastos. Y, además, prestó dinero a algunos del pueblo que no lo tenían para comprar las tierras, y se lo prestó sin intereses.

Carolina hizo una pausa, sonrió y añadió:

–Como es de suponer, la gente de por aquí le tiene mucho aprecio y le respeta. Los del pueblo saben que pueden acudir a él con sus problemas y que Ruggero hará lo que esté en su mano por ayudarlos. Y no les cobra.

Carolina volvió a manipular la cámara y Karol continuó cortando la verdura de la ensalada para el almuerzo.

Cuanto más sabía de Ruggero más evidente le resultaba que el supuestamente cínico y mujeriego abogado de divorcios ocultaba una personalidad muy distinta. A Ruggero le importaba la gente y, en el pasado, había querido a una mujer.

¿Qué le había vuelto tan cínico?

Aún pensaba en él cuando Ruggero entró en la cocina al cabo de un rato.

–Ummmm. Huele muy bien –murmuró dedicándole una sonrisa que le aceleró el pulso–. Espero que, después de las fotos, comamos lo que has preparado.

–Has llegado justo a tiempo –le informó Karol–. El almuerzo está casi listo. Pechuga de pollo rellena con champiñón y mozzarella.

Lo único que me falta es poner un poco de cebolla en la ensalada.

–No... El olor a cebolla es asqueroso –murmuró Carolina que, de repente, se puso muy pálida y se dejó caer en una silla.

Al ver los rostros de perplejidad de Ruggero y Karol, añadió:

–No se preocupen, no me he vuelto loca. Ya no puedo seguir manteniéndolo en secreto. Estoy embarazada.

Ruggero reaccionó al instante: se acercó a Carolina y le dio un fuerte abrazo.

–¡Eso es fantástico! ¿Para cuándo?

–Para dentro de unos cinco meses. Estoy encantada. El problema es que tengo náuseas constantemente y el olor de ciertos alimentos me revuelve el estómago; sobre todo, el olor de la cebolla.

Carolina lanzó una mirada de disculpas a Karol y, de repente, lanzó un grito.

–¡Eh! ¿Qué te ha pasado en la mano?

–Me he descuidado y me he cortado –respondió Karol.

Karol se lio una servilleta de papel alrededor de la herida. Se mordió los labios cuando Ruggero se le acercó y le tomó la mano para examinársela.

–Me parece que te van a tener que dar unos puntos –declaró él con voz llena de preocupación.

–No es nada –insistió Karol–. Si no te importa, ponme una gasa y ya está.

Karol consiguió sonreír a Carolina y le dijo:

–Felicidades. Debes estar encantada. Y, cuando te den las náuseas, tómate una pasta o una galleta, ya verás como te asienta el estómago.

Ruggero no consintió que Karol preparara la cena e insistió en que tenía que esperar a que cicatrizara la herida. Y la llevó a un pequeño y encantador restaurante cerca de Montalcino en el que cenaron una brocheta de verduras asadas seguida del mejor risotto que ella había tomado en su vida. Después dieron un paseo por el amurallado pueblo medieval.

–Es un sitio tan pintoresco... –comentó Karol mientras se dirigían de vuelta a donde Ruggero había dejado aparcado el coche–. Y, al estar tan alto, tiene unas vistas espectaculares.

–Las vistas son mucho mejor de día.

Ruggero la miró, aliviado de que pareciera más relajada que por la mañana. Bajó los ojos, los clavó en la herida de la mano de ella y apretó la mandíbula. No sabía qué le había pasado a Karol, cuando Carolina les dijo que estaba embarazada. Y eso le hizo recordar el incidente en el bautizo del hijo de Michael y Valentina.

De repente, tuvo la seguridad de que Karol le estaba ocultando algo de su pasado. Eran amantes, pero cuando el mes llegara a su fin se marcharían de la Toscana y cada uno se iría por su lado. Y eso era lo que él quería, se aseguró a sí mismo. No le interesaban las relaciones prolongadas y algo le decía que debía acabar la relación con ella.

En ese caso, ¿Por qué no quería ni pensar en que ella se marchara de vuelta a Inglaterra?

De vuelta en la casa, Ruggero atendió un mensaje que le habían dejado en el contestador, de su despacho en Londres.

–Tengo que comprobar una información y enviar un par de correos electrónicos –le dijo a Karol –. Vete a la cama, me reuniré contigo lo antes posible.

Karol asintió y subió las escaleras. Se detuvo delante de su habitación y se preguntó si no debería dormir sola esa noche. Sabía que era una tontería, pero lo del embarazo de Carolina había despertado en ella emociones que se esforzaba por reprimir y no creía poder hacer el amor con Ruggero y seguir fingiendo que él no significaba nada para ella.

En ese momento, con el corazón encogido por todo lo que había perdido, no quería enfrentarse al hecho de que, al cabo de unas semanas, también lo perdería a él.

Quince minutos más tarde, Ruggero entró en su dormitorio y encendió la lámpara de la mesilla de noche antes de salir a la terraza, donde estaba Karol. Se acercó a ella por la espalda, le rodeó la cintura con los brazos y la estrechó contra sí.

–¿Qué haces aquí fuera? –le murmuró al oído.

Al ver que Karol no respondía, la hizo volverse y se le encogió el corazón al ver sus ojos llenos de lágrimas.

–Cariño, ¿Qué te pasa? –le levantó la mano vendada–. ¿Te duele? Sabía que deberíamos haber ido al hospital...

Pero Karol sacudió la cabeza, interrumpiéndolo.

–No, no me duele. Y ha sido un descuido mío, debería haber tenido más cuidado.

Ruggero la miró fija e intensamente.

–¿Por qué sabes cómo calmar las náuseas del embarazo?

Deseos Saciados {Adaptación/Ruggarol}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora