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Ruggero miró sin entusiasmo el bacalao en salsa blanca que tenía en el plato. Al probarlo comprobó que el sabor era tan insulso como el aspecto. Sin embargo, no podía culpar a la nueva cocinera por su falta de apetito, la señora Hall hacía todo lo que podía.

Pensó en el pastel de pescado de Karol, con suculentos trozos de bacalao, salmón y gambas, todo ello bañado en salsa de perejil y queso gratinado. Todavía le costaba creer que ella le hubiera rechazado.

En la Toscana, le había dado la impresión de que Karol se sentía feliz con él. Habían pasado todo el tiempo juntos, habían hecho el amor todas las noches y estaba convencido de que ella lo había pasado tan bien como él. Pero la fría conversación que habían tenido cuando él la llamó a Gales había dejado muy claro que su relación había acabado, ella se había negado a volver con él a Londres.

Ruggero se había sentido vacío de repente y había pensado en insistir, pero desistió de la idea. Karol había tomado una decisión y él no quería hacerle saber lo desilusionado que estaba. Se había repetido una y mil veces que no le importaba, que podía encontrar otra amante cuando quisiera. Incluso había salido con un par de mujeres y, aunque ambas eran hermosas, elegantes y rubias, le habían aburrido soberanamente y no había vuelto a salir con ninguna de las dos.

Apartó el plato, lo llevó a la cocina y echó el contenido a la basura. Era una suerte que la señora Hall no vivía en el apartamento del sótano, así no se enteraba de que la mayoría de las comidas que le preparaba acababan en la basura. Ruggero se dirigió al salón y se sirvió un whisky, el segundo desde que había vuelto del despacho por la tarde. No solo tenía Karol la culpa de su falta de libido sino también del daño irreparable a su hígado.

Frunció el ceño al oír el timbre de la puerta. No esperaba visitas, pero fue a abrir de todos modos. Y se quedó helado al ver a su visitante.

–Hola, Ruggero.

Durante unos segundos, Ruggero pensó que la mente le estaba jugando una mala pasada. Le parecía increíble estar pensando en Karol y, de repente, tenerla ahí delante, en carne y hueso. Y estaba preciosa. El cabello le caía sobre los hombros y sus increíbles ojos esmeralda lo miraban bajo enormes pestañas oscuras. El abrigo rojo cereza le sentaba maravillosamente. Tenía aspecto fresco, sano, sensual.

Ruggero resistió la tentación de estrecharla en sus brazos y besarla hasta hacerla perder el sentido. Pero el orgullo se lo impidió, el mismo orgullo que le decía que no le pusiera las cosas fáciles a Karol. ¿Acaso creía ella que con solo plantarse delante él la iba a recibir con los brazos abiertos?

–Karol, qué sorpresa –dijo Ruggero fríamente–. No sabía que estabas en Londres. ¿Te has trasladado otra vez a la ciudad o has venido solo de visita?

–Yo...

La frialdad de Ruggero la había decepcionado. ¿Era ese el hombre que había hecho apasionadamente el amor con ella, el hombre que había considerado un amigo y con el que había pasado un mes en la Toscana? Por el tono de voz de él, cualquiera diría que eran simplemente conocidos. Aunque quizá solo fuera eso para Ruggero.

Después de tener una aventura con ella, ahora solo la consideraba una examante, una de tantas a quien sustituir. El valor casi la abandonó y medio se volvió para marcharse.

–Bueno, ¿Cómo estás? –Ruggero abrió más la puerta y Karol miró hacia el interior de la casa esperando ver aparecer una rubia esbelta.

–Pues... –no, huir no era la solución. Tenía que decirle a Ruggero que iba a ser padre–. Estoy bien, pero tengo que hablar contigo; es decir, si no estás ocupado esta noche.

Ruggero le lanzó una mirada interrogante.

–No, esta noche no tengo ningún compromiso. Vamos, entra.

La casa le resultó dolorosamente familiar. En el elegante cuarto de estar, miró a su alrededor y se fijó en los helechos que ella había comprado para hacer más acogedora la estancia, estaban muy bien cuidados.

Se desabrochó el abrigo, pero no se lo quitó por si él notaba la ligeramente abultada redondez de su vientre. Lo que era una tontería, ya que había ido allí justo para decirle que iba a tener un niño. Sintió la boca seca y se pasó la lengua por los labios nerviosamente. No creía que Ruggero fuera a reaccionar peor que Lionel lo hizo en el pasado. Sin embargo, lo que quería era que Ruggero se sintiera feliz al enterarse de que iba a ser padre. ¿Era una tonta por esperar que quisiera tener ese hijo?

–Supongo que te preguntarás por qué he venido –dijo Karol.

Ruggero encogió los hombros.

–Creo que sé por qué has venido.

–¿Sí?

–Sí –Ruggero dejó el vaso que tenía en la mano y se acercó a ella con mirada lujuriosa–. Echas de menos lo que había entre los dos y has venido para ver si quiero que vuelvas conmigo. ¿Y sabes una cosa, cariño? Estás de suerte, todavía te deseo.

Sí, la echaba de menos, pensó Ruggero admitiendo la verdad que había tratado de ocultarse a sí mismo. Y no era solo el aspecto sexual de su relación lo que había echado en falta, sino la encantadora sonrisa de ella, sus hermosos ojos, la suavidad de su voz, su risa y, en definitiva, el placer de su compañía. Incapaz de resistir la tentación de los suaves labios de ella, bajó la cabeza y la besó.

Karol estaba tan sorprendida que, sin pensar, respondió al beso. ¡Cuánto le había echado de menos! Y comenzó a temblar cuando él la estrechó en sus brazos.

–Si no recuerdo mal, se puede hacer cómodamente el amor en el sofá –murmuró él–. ¿O prefieres que vayamos a mi habitación?

–No... no... ninguna de las dos cosas. No he venido para eso – respondió Karol respirando con dificultad.

Y al darse cuenta de la facilidad con la que había sucumbido a sus caricias, se apartó de él.

–Pues quién lo diría –comentó Ruggero burlonamente. ¿Se estaba haciendo de rogar Karol? Se preguntó él con impaciencia al tiempo que agarraba el vaso que había dejado y se
acercaba al mueble bar–. ¿Te apetece una copa? Ah, no, se me había olvidado que tú no bebes alcohol. ¿Te apetece un refresco?

–No, gracias –Karol respiró hondo–. De alguna manera, mi alergia al alcohol es el motivo por el que estoy aquí ahora.

Ruggero enarcó las cejas, pero no hizo comentario alguno. Haciendo acopio de todo su valor, Karol enderezó los hombros y dijo sin más:

Voy a tener un hijo.

Ruggero se quedó inmóvil durante unos segundos, pero por la expresión se veía que estaba atónito. El silencio estaba cargado de tensión. Por fin, él levantó el vaso y se lo llevó a los labios.

–Felicidades. ¿Era eso lo que querías que te dijera? –su mandíbula endureció–. No has perdido el tiempo, ¿Verdad? Supongo que el padre es alguien a quien has conocido a tu regreso a Gales.

Deseos Saciados {Adaptación/Ruggarol}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora