XVIII

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Se marcharon a Italia dos días después.

Karol aún tenía el estómago delicado y había temido pasarlo mal en el aeropuerto las dos horas de rigor antes de un vuelo comercial. Por eso, enterarse de que iban a volar en el avión privado de Ruggero había sido una agradable sorpresa.

–No puedo creer que tengas un avión –dijo ella una vez hubieron embarcado.

Karol paseó la mirada por los sofás de cuero, el televisor de pantalla grande y el mueble bar de madera de nogal. El interior del avión parecía un pequeño y lujoso cuarto de estar.

–Es el avión de la familia –explicó Ruggero sentándose al lado de ella–. Mi padre lo utiliza sobre todo para ir de la casa en Norfolk al palacete en el sur de Francia. Tiene una amante en cada sitio y reparte su tiempo entre las dos.

No era difícil ver a quién había salido Ruggero.

–¿Cuántos años tenías cuando tus padres se divorciaron?

–Nueve cuando se divorciaron, pero nunca los vi bien juntos. Se llevan fatal, no paran de discutir. Nunca comprendí por qué se casaron. Afortunadamente, me enviaron interno a un colegio y logré librarme de la tensión en casa.

Karol pensó en la casa de su familia, una casa ruidosa, llena de gente, una casa alegre. Sus padres se adoraban y eso les había favorecido a todos.

–¿Ni tu padre ni tu madre volvieron a casarse?

–Mi padre lo hizo dos veces, ambas le costaron mucho dinero; al final, se dio cuenta de que el matrimonio era un timo. Yo me he encargado de que sus amantes, Bárbara y Elise, no sufran calamidades si él muere antes que ellas, pero también de que no nos quiten nada más.

–¿Y tu madre? –preguntó ella con curiosidad.

–Está en su cuarto matrimonio. Suelen durarle unos seis años –contestó él sarcásticamente.

–Con unos padres así, no me extraña que pienses tan mal del matrimonio.

–No pienso mal, soy realista –argumentó Ruggero.

Y su opinión sobre el matrimonio no estaba condicionada exclusivamente por la relación entre sus padres, pensó Ruggero. Inexplicablemente, tuvo la tentación de hablarle de Martina a Karol, de contarle que su esposa le había engañado, le había traicionado y se había reído de él. Pero ¿Para qué? No le importaba lo que Karol pensará de él. Solo la llevaba a la Toscana por dos motivos: Karol era una cocinera fantástica y una amante extraordinaria. Tenía ganas de pasar el mes con ella. Pero cuando el mes acabará y se hubiera aburrido de ella, como le ocurría siempre, cada uno se iría por su camino.

–Tu madre todavía canta, ¿No? –preguntó Karol–. He oído que a Antonella se la considera una de las mejores sopranos de todos los tiempos. ¿Va a estar en tu casa en la Toscana?

–No. Mi madre vive en Roma, pero me parece que ahora está de gira –Ruggero se encogió de hombros–. La verdad es que casi no la veo.

–¿Y con tu padre... están unidos?

–No, en absoluto. Almorzamos juntos tres o cuatro veces al año. Pero la verdad es que he vivido separado de ellos prácticamente desde que tenía ocho años. Yo estaba interno en el colegio, mi madre estaba siempre de gira y mi padre ocupado con sus cosas.

–A mí me resulta impensable tener una familia así, la mía siempre ha estado muy unida –Karol pensó en sus padres, en la granja, y una profunda nostalgia la invadió–. Me encanta saber que, pase lo que pase, tenga los problemas que tenga, siempre puedo contar con la ayuda de mi familia.

Karol se interrumpió, lo miró y añadió:

–Cuando tienes problemas, ¿A quién acudes?

Ruggero le lanzó una mirada interrogante.

–Yo no tengo problemas. Y si los tuviera, me encargaría de ellos yo mismo. Ya soy un adulto, tengo treinta y cuatro años –declaró Ruggero en tono de sorna.

–Todo el mundo necesita a alguien –insistió ella con obstinación.

A la mente de Ruggero acudió la imagen de su abuela. Su abuela Anetta le había consolado en los momentos más difíciles de su vida, cuando Martina le abandonó y lo único que él quería era olvidarse de todo con el alcohol. Pero de eso ya hacía mucho tiempo, nunca volvería a permitir que alguien pudiera volver a hacerle daño.

–Yo no necesito a nadie, deja de analizarme.

Entonces, Ruggero alzó una mano, le quitó el pasador que le sujetaba el cabello y sonrió traviesamente cuando ella le lanzó una furibunda mirada.

–Déjatelo suelto –dijo Ruggero cuando Karol comenzó a recogérselo otra vez–. Estás muy sexy con el pelo suelto.

Era encantadora, pensó Ruggero. Tenía algo, quizá fuera ternura, que le llegaba a lo más profundo de su ser. Le había hablado de su infancia y le había dicho cosas que nunca le había contado a nadie. Pero la clase de mujeres con las que solía salir no tenían ningún interés en él como persona, solo les importaba su estatus. Incapaz de reprimirse, se inclinó hacia ella y la besó.

No debía reaccionar, pensó Karol mientras Ruggero le acariciaba los labios con los suyos para luego introducirle la lengua en la boca. Sabía que debía mantener las distancias con él, asegurarse de que su relación era estrictamente profesional. Pero la dulce seducción de ese beso se burló de sus buenas intenciones. Y ahora, después de que le hubiera hablado de su infeliz
infancia, había vislumbrado en él una vulnerabilidad que Ruggero trataba de disimular proyectando una personalidad arrogante y cínica. Y eso hacía que a ella le resultara imposible resistirse.

–Háblame de tus abuelos –dijo Karol con voz ronca cuando Ruggero, por fin, interrumpió el beso–. Me encanta eso que me contaste de que tu abuela terminó la casa después de que tu abuelo muriera. Debía haberle querido mucho.

–Se adoraban –concedió Ruggero–. Se casaron durante la guerra y vivieron juntos muchos años.

–¿Lo ves? No todos los matrimonios en tu familia están abocados al desastre. ¿No deberías reconsiderar tu actitud sobre el matrimonio a la vista de la relación de tus abuelos?

Ruggero lanzó una carcajada, pero sus ojos tenían un brillo duro cuando respondió:

Si lo que quieres saber es si no habría posibilidad de que lo nuestro acabará en una relación permanente, la respuesta es no, completamente imposible.

Deseos Saciados {Adaptación/Ruggarol}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora