XXVII

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Los calurosos días estivales de la Toscana fueron transcurriendo inexorablemente. Karol se angustiaba cada vez que contaba los días y las noches que le quedaban de estar con Ruggero. Era mejor no pensar, era mejor limitarse a disfrutar la amistad y el compañerismo que había surgido entre los dos.

Ruggero seguía deseándola como al principio y hacían el amor todas las noches con pasión.

–Bien, ya he tomado suficientes fotos –dijo Carolina, sacando a Karol de su ensimismamiento–. ¿Podemos comer ya? Ver y oler esta comida me ha dado un hambre de muerte.

Karol se echó a reír.

–Vamos a esperar a que Ruggero y Agustín terminen la partida de tenis, ¿Te parece? Y por lo en serio que se toman sus partidos, supongo que tendrán apetito suficiente para un guiso galés.

–¿Cómo es el guiso galés? –preguntó Carolina mientras guardaba la cámara y el trípode.

–Es un estofado a base de cordero, puerros y algunos tubérculos. Tradicionalmente se cocinaba en unos pucheros de hierro en una hoguera, pero ahora se hace en un cacharro en el horno.

Karol sacó los platos y los cubiertos y, agarrándolos, preguntó:

–¿Te parece que comamos en la terraza? La pérgola nos protege del sol, así que no hay peligro de quemarnos.

Karol siguió a Carolina afuera. A pesar del calor y el sol, la parra y una buganvilla proporcionaban una fresca sombra.

–Me parece increíble que ya solo falten las fotos de dos recetas para terminar el libro –comentó Karol sentándose en una silla–. Es sorprendente lo que hemos avanzado en solo tres semanas.

–Y también lo es que la editorial te haya ofrecido un contrato después de que les enviaras tan solo una parte de las recetas –Carolina sonrió–. Estoy deseando que se publique el libro.

–Y yo me muero de ganas de enseñárselo a mi abuela – Karol entristeció al pensar en su abuela, su madre le había dicho que cada día estaba más débil.

Solo faltaba una semana para que el mes acabara y ella volviera a Inglaterra y fuera a Gales a visitar a su familia. Sintió la típica punzada de dolor que sentía cada vez que pensaba en marcharse de Casa di Colombe. Adoraba esa casa y también a Ruggero, de quien se había enamorado a pesar de todo. Estaba obsesionada con Ruggero y él tenía la culpa, pensó disgustada.

Se le aceleró el pulso al ver a Ruggero, que, acompañado de Agustín, el marido de Carolina, se acercaba a la mesa. Los dos hombres estaban muy morenos y eran guapos, pero la altura de Ruggero y su porte le hacían destacar.

Carolina siguió la dirección de la mirada de ella con expresión interrogante.

–Bueno, dime, ¿Qué relación tienes con Ruggero? Y no me digas que eres solo su cocinera –sonrió traviesamente al ver el rubor de Karol–. No me malinterpretes, me parece estupendo que tengan una relación. Me preocupaba que lo de Martina pudiera tener un efecto irreversible.

Karol se puso tensa.

–¿Quién es Martina?

–¡Cielos! Lo siento, creía que te lo había contado –de repente, la americana pareció evasiva–. Conoció a Martina hace años, cuando vivía en Nueva York. Allí lo conocí yo también. Ruggero era amigo de Agustín y, cuando yo empecé a salir con Agustín, pasábamos casi todo el tiempo juntos.

Carolina se interrumpió y, en un intento por cambiar de conversación, dijo:

–¿Por qué no vienes tú y Ruggero a comer con nosotros este fin de semana? Es hora de ser yo quien cocine.

–Lo siento, pero este fin de semana no vamos a poder –dijo Ruggero a espaldas de Karol.

Ruggero se sentó al lado de Karol y le dedicó una de esas sonrisas sensuales que la dejó sin respiración.

–Voy a llevar a Karol un par de días a Florencia –añadió él.

–¿Sí? –Karol no ocultó su sorpresa.

–Sí. Vamos a ir a un hotel de cinco estrellas en el centro de la ciudad, muy cerca del campanario de Giotto en la plaza del Duomo y de la galería Uffizi, y vamos a comer en algunos de los mejores restaurantes de la ciudad. Creo que te mereces un descanso –y añadió bajando la voz para que solo Karol pudiera oírle–: la habitación tiene cama con dosel, así que no puedo prometer que vayamos a ver muchas cosas, mia bella.

Karol enrojeció y se levantó rápidamente para servir el almuerzo.

La mayoría de los días trabajaba en sus recetas por las mañanas, y Carolina iba a sacar fotos de los platos mientras Ruggero y Agustín jugaban al tenis. Solían almorzar juntos y, después de que Carolina y Agustín se marcharan, Ruggero y ella subían a echarse la siesta en la fresca habitación de él.

Así pasaban los días y ella tenía miedo del momento en que tuviera que marcharse de Casa di Colombe y de separarse de Ruggero.

–¿Por qué me vas a llevar a Florencia? –le preguntó ella después de haber hecho el amor, en la cama de Ruggero, aún sorprendida del placer que él acababa de proporcionarle.

–Porque me dijiste que te gustaría visitar esa ciudad.

Ruggero sabía que podía haber puesto una excusa, pero no tenía sentido. Había dejado de tratar de racionalizar por qué le gustaba tanto estar con Karol, y no solo en la cama. Karol se le había clavado en el corazón.

El sexo con ella era más satisfactorio que con nadie, pero también le gustaba charlar con ella y estar a su lado. Era una mujer interesante y con sentido del humor. A veces le enfadaba, cuando ella se molestaba si le parecía que algo amenazaba su independencia. El día anterior, por ejemplo, habían discutido porque, en Montalcino, Karol se había negado a permitirle pagar un cántaro de barro que quería comprar.

Era lo contrario a las mujeres con las que solía ir, que trataban de sacarle el mayor dinero posible. Empezaba a dudar de que su interés por ella se desvaneciera. Estaba incluso considerando la posibilidad de pedirle que volviera con él a Londres no como su cocinera, sino como su amante. Si no quería que se marchara a trabajar al restaurante de Gaspard Clavier en Santa Lucia, sabía que tenía que ofrecerle algo más que una aventura amorosa pasajera.

Lo malo era que no sabía realmente lo que quería, y eso le preocupaba más de lo que se atrevía a admitir.

Deseos Saciados {Adaptación/Ruggarol}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora