Florencia era una ciudad maravillosa. Después de tres días de pasearse por la ciudad, Karol casi no podía dar crédito a la exquisita arquitectura que había visto y que la hacían la joya del Renacimiento.
La última tarde que iban a pasar allí, Ruggero la llevó a un famoso restaurante cerca de Puente Vecchio y se sentaron a una mesa con vistas al río Arno. La luz del atardecer tiñó el cielo de rojo y confirió a la superficie del río una pátina dorada.
–La vista es incomparable –murmuró ella.
–Sí, lo es –concedió Ruggero–. Igual que tú. Estás deslumbrante con ese vestido, cariño.
Karol se sonrojó de placer y se miró el vestido de seda color verde jade, uno de los que él le había comprado. Había decidido usar la ropa, pero había insistido en no cobrar el suelo de ese mes, a modo de compensación por lo que Ruggero se había gastado.
–El vestido es precioso, pero me parece que tiene demasiado escote, me da miedo que se me salga el pecho.
–La esperanza es lo último que se pierde –comentó él con voz suave y traviesa.
La mirada que Ruggero le lanzó la hizo sonrojar aún más... y desear acabar pronto de cenar y volver a la habitación del hotel. La lujosa suite tenía bañera de hidromasaje, y no podía quitarse de la cabeza imágenes de la noche anterior, cuando hicieron el amor en la bañera.
–Gracias por traerme aquí –dijo ella con voz queda–. Florencia es una ciudad maravillosa y jamás olvidaré este viaje.
–Me alegro de que lo estés pasando bien. Podríamos volver – dijo Ruggero en tono de no darle importancia–. A veces paso una o dos semanas en la Toscana durante el otoño.
Karol no quiso recordarle que para entonces ya no trabajaría para él.
–Te has quedado muy callada –comentó Ruggero–. ¿Te pasa algo?
–Estoy preocupada por mi abuela –respondió ella, no con absoluta sinceridad.
El día anterior había llamado a casa de sus padres y su madre le había dicho que la abuela se había caído. Afortunadamente no se había hecho mucho daño, pero su debilidad iba en aumento.
–Cuando nos vayamos de Italia a finales de la semana tengo intención de ir directamente a Gales a ver a mi abuela.
–Lo arreglaré para que el avión te lleve allí tan pronto como estemos en Inglaterra. Supongo que querrás pasar unos días con tu familia. Después de eso... ¿Por qué no vuelves a Londres?
Karol deseó poder leerle el pensamiento. ¿Estaba pidiéndole que siguiera trabajando para él o el motivo de la invitación era otro? Si lo que quería era que continuaran su relación, debía negarse. Como mucho, Ruggero lo querría pasar con ella unos meses más. Y ella acabaría con el corazón destrozado.
–Acordamos que iba a marcharme al cabo de un mes y no ha cambiado nada.
–Claro que sí –respondió él, imperturbable–. Estamos bien juntos, mia bella. ¿Por qué renunciar a ello?
Porque, para Ruggero, se trataba de sexo. Mientras que, para ella...
Karol tragó saliva cuando Ruggero le agarró una mano, se la llevó a la boca y se la acarició con los labios.
–Volvamos al hotel. Deja que te demuestre lo que podemos llegar a disfrutar –murmuró con voz ronca.
Karol vio que no tenía sentido continuar la discusión. Y, de la mano, recorrieron las estrechas calles de Florencia de camino al hotel.
[...]
La tormenta amenazaba con estallar dos días después de marcharse de Florencia y volver a Casa di Colombe. Negras nubes se arremolinaban sobre las distantes colinas y el ambiente estaba cargado de electricidad.
La tensión en el aire parecía hacerse eco del estado de ánimo de Ruggero, pensó Karol mientras colgaba ropa recién lavada en la cuerda con la esperanza de que se secara antes de que empezara a llover. Desde su regreso, cuando ella mencionó que Carolina le había dicho que él había vivido en Nueva York, el comportamiento de Ruggero había cambiado. Sabía que no debería haber insistido, pero no había podido evitar preguntarle sobre Martina.
–Fue alguien a quien conocí en los Estados Unidos –fue lo que Ruggero le había contestado–. No comprendo por qué Carolina ha tenido que sacar a relucir el pasado.
–¿Era tu novia? –le había preguntado ella.
–¿Qué importancia tiene lo que era par mí? Ya te he dicho que eso ocurrió hace muchos años.
Y tras esas palabras Ruggero había dado por zanjado el asunto. Y aquella noche, por primera vez desde que estaban en Toscana, Ruggero no le hizo el amor. Se había tumbado, de costado, alegando en tono frío que estaba cansado y que suponía que ella también lo estaba.
Quizá ya se estuviera cansando de ella, pensó Karol tristemente entrando en la casa después de colgar la ropa. Posiblemente Ruggero se alegraba de que, en pocos días, volverían a Inglaterra, mientras que a ella le aterrorizaba que llegara ese momento.
Se alegró cuando Ruggero le pidió que ordenase la habitación de su abuela. Teniendo algo en que ocuparse le evitaría recordar que pronto llegaría el sábado, el día que se marchaban de allí. Nadie había tocado los objetos personales de Anetta desde su muerte, y Ruggero le había pedido que vaciara los armarios y metiera la ropa en cajas con el fin de donarlas.
Ruggero entró en la habitación cuando ella estaba sacando unas cajas que había debajo de la cama. En una de ellas había cortinas viejas, pero el contenido de una segunda caja le sorprendió.
–Aquí hay ropa de niño –dijo ella con sorpresa–. Ropa de niño muy pequeño, a juzgar por el tamaño. Y las prendas son azules, así que supongo que sería niño. Ah, y también una foto de un niño...
Karol fue a agarrar la foto, pero Ruggero se le adelantó.
–No toques nada de esa caja –dijo Ruggero en tono autoritario y brusco–. Ciérrala y déjala. Pensándolo mejor, quiero que salgas de esta habitación. Yo me encargaré de las cosas de mi abuela.
–¡Por mí, encantada!
Sumamente irritada por el tono de voz empleado por Ruggero, Karol se puso en pie, dispuesta a marcharse. Pero, al mirarlo, vio una intensa agonía en su expresión. Y se quedó perpleja cuando, de repente, Ruggero se arrodilló delante de la caja y de ella sacó un osito de peluche.
–El osito Boppa –murmuró, como si se hubiera olvidado de que ella seguía allí–. No tenía ni idea de que la abuela tuviera guardadas las cosas de Ben.
Karol sabía que debía salir de la habitación y dejarlo solo. En una ocasión, él le había dicho que no necesitaba a nadie, pero ella no le creía. Estaba segura de que Ruggero sufría y, sin pensarlo, le puso las manos en los hombros.
–¿Quién... quién es Ben?
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Deseos Saciados {Adaptación/Ruggarol}
FanfictionLe dejó sumamente claro que la deseaba... pero sin ataduras de ningún tipo. ♡ Fecha de inicio: 29.01.19 ♡ Fecha de finalización: 26.04.19 ♡ Editada: 07.04.22 ♡ Aclaración: Está historia la había publicado en mi antigua cuenta @ruggarolbebos, la cual...