XXIII

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–Yo creo en el amor –declaró Karol en voz baja–. He visto amor en mis padres, en la forma como se miran el uno al otro, y eso que no han tenido una vida fácil, jamás les ha sobrado el dinero. Pero mamá y papá están juntos para enfrentarse a la vida y se adoran. Yo tuve una mala experiencia con Lionel y admito que, durante algún tiempo, pensé que jamás volvería a enamorarme. Pero no quiero pasar el resto de la vida sola y espero que, algún día, llegue a casarme y a tener hijos.

Karol alzó los ojos y lo miró. Y le vio distante y ausente, con la mirada perdida en el horizonte.

–¿En serio eres feliz teniendo una aventura amorosa tras otra? –le preguntó ella en un susurro.

Completamente feliz, se dijo Ruggero a sí mismo, negándose a reconocer que llevaba un par de meses sintiendo una creciente insatisfacción y descontento con la vida que llevaba. Y era pura coincidencia que sintiera eso desde la llegada de la nueva cocinera.

–Sí, por supuesto –respondió él.

Entonces, Ruggero se levantó de la silla y rodeó la mesa hasta detenerse al lado de Karol, que con ese sencillo vestido de verano blanco y el pelo suelto estaba sumamente hermosa y con aspecto inocente. Pero después de haberse acostado con ella había comprobado que no era una inexperta virgen. El entusiasmo con el que había hecho el amor había resultado excitante y aleccionador. Karol había respondido a sus caricias con honestidad y él quería repetir la experiencia.

–Mientras estemos aquí, en la Toscana, quiero demostrarte lo satisfactorio que puede ser el sexo sin que haya nada más –le dijo él tirando de ella hasta hacerla ponerse en pie.

A Ruggero le brillaron los ojos de pasión y ella se ruborizó.

–Ruggero...

Pero no pudo continuar, porque Ruggero le selló los labios con los suyos. La besó ardiente y apasionadamente, exigiendo respuesta. Ella sabía que sucumbir era una locura, pero la sangre ya le hervía de pasión.

–Me deseas, mia bella –murmuró Ruggero al interrumpir el beso para que tanto él como ella pudieran respirar–. Y es evidente que yo te deseo.

Ruggero le puso una mano en las nalgas, tiró de ella hacia sí y la hizo sentir su erección.

–¿Por qué no disfrutar esto durante el tiempo que queramos que dure?

«Esto» era sexo, ni más ni menos, pensó Karol. Conocía el peligro inherente a tener una aventura con Ruggero. Descubrir que tras la imagen de playboy se escondía otro hombre, un hombre con emociones y sentimientos, la había dejado confusa.

El sentido común le decía que se resistiera, pero el corazón se le estaba ablandando y el cuerpo le exigía satisfacción.

Lanzó un quedo gemido de placer cuando la mano de Ruggero se cerró sobre uno de sus senos y comenzó a acariciarle el pezón por encima de la tela del vestido. ¿Quién temblaba, él o ella? No se dio cuenta de que Ruggero le había desabrochado los botones del cuerpo del vestido hasta que no se lo abrió y sintió sus caricias en la piel desnuda. Y no pudo contenerse más. Le deseaba. Y se entregó a él, a sus besos y a sus caricias, con un entusiasmo que hizo que Ruggero lanzara un gruñido.

De repente, Ruggero la levantó en sus brazos.

–Suéltame –protestó ella, resistiéndose a apoyar la cabeza en el hombro de él.

Le encantó estar en sus brazos, le encantó la sensación de seguridad que él le proporcionaba. Pero no debía sentirse segura, pensó al ver el brillo sensual de los ojos de Ruggero.

–Peso demasiado. Te vas a hacer daño en la espalda –murmuró ella mientras Ruggero entraba en la casa y comenzaba a subir las escaleras.

–No digas tonterías. ¿Qué problema tienes con tu cuerpo? – preguntó mientras empujaba la puerta de su dormitorio con el hombro.

Se adentró en la habitación con ella en brazos y la dejó de pie al lado de la cama. Entonces, añadió:

–Tienes un cuerpo maravilloso, sensual y me vuelve loco.

–¿En serio? –murmuró Karol débilmente, tratando de no pensar en la esquelética Mercedes Lambre.

–Créeme, cariño, ninguna mujer me ha hecho perder el control como tú –admitió Ruggero a pesar suyo.

Las manos le temblaban cuando le quitó el vestido a Karol y le cubrió los pechos con las manos. Le encantaba el peso de esos senos y la cremosa suavidad de la piel. Sintió un vuelco en el corazón al bajar la cabeza hacia los pezones. Le encantó la sensación que le produjo acariciarlos con la lengua, sentirlos endurecer. Y cuando oyó gemir a Karol, le quitó las bragas con rapidez, se desnudó él también y la hizo tumbarse en la cama.

Karol sintió la urgente necesidad de Ruggero, una necesidad que compartía. La piel de él era como la seda, y el vello del duro pecho le pareció lo más sensual que había tocado en su vida. Bajó la mano, pasándosela por el vientre. Le hizo gemir al cerrar la mano sobre el miembro erecto. Y la idea de que pronto lo tendría dentro reavivó el fuego líquido de su entrepierna.

Ruggero le puso una mano en el pubis y gruñó de placer al notar la líquida excitación de ella. Pero en vez de penetrarla, como era evidente que ella quería, le besó los pechos y el vientre. A Karol le dio un vuelco el corazón al sentir que Ruggero bajaba aún más la cabeza. Eso era nuevo para ella. Y se puso tensa cuando le separó las piernas.

–No estoy segura de... ¡Ah! –la incipiente protesta de ella se tornó en un grito de placer.

–Relájate y déjame hacerte el amor, mia bella –murmuró Ruggero.

Iba a estallar, pensó ella.

–Por favor...

Era una tortura insoportablemente deliciosa y se agarró a las sábanas sacudida por los primeros espasmos del éxtasis. Después de una breve pausa para sacar un preservativo del cajón de la mesilla de noche y ponérselo, Ruggero se colocó encima de ella y la penetró.

Karol cerró los ojos durante unos segundos, sobrecogida por la sensación del miembro masculino en su cuerpo, llenándola y completándola. Y entonces Ruggero comenzó a moverse, despacio, llenándola aún más profundamente. Por fin, él aceleró el ritmo y ella le agarró los hombros con fuerza al sentir la proximidad de otro orgasmo. Ruggero se detuvo un momento y lanzó una queda carcajada cuando ella le imploró. Y por fin, con un último y definitivo empellón, alcanzaron el clímax simultáneamente. Y las olas del placer sacudieron sus cuerpos.

Después, abrazados, permitieron que el silencio de la casa les rodeara, aislándoles del mundo exterior. Al cabo de un rato, Ruggero levantó la cabeza, le dio un beso en la boca y se sorprendió al darse cuenta de que no quería separarse de ella. El exnovio era un idiota, pensó mientras se acomodaba al lado de ella y la acariciaba con las yemas de los dedos. Karol era una mujer maravillosa y sería la esposa perfecta.

Era una pena que él no quisiera volver a casarse, porque la consideraría como una seria candidata.

Deseos Saciados {Adaptación/Ruggarol}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora