XV

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Una suave luz dorada iluminaba la estancia cuando Ruggero se despertó y se dio cuenta de que Karol no estaba a su lado. Se sentó en el sofá. Las luces estaban apagadas y la luz solar se filtraba a través de las cortinas. Bajó la mirada y vio que ella le había cubierto con una manta de lana. Le enterneció el gesto. No era ternura lo que buscaba en sus amantes, pero reconoció que Karol tenía muy poco que ver con las mujeres con las que tenía relaciones amorosas. Y ahora, a la luz del día, se preguntó si no habría sido una locura acostarse con ella.

Se puso los pantalones, no se molestó en ponerse la camisa y salió del cuarto de estar en busca de ella. Al oír ruido de cacharros en la cocina, se detuvo delante de la puerta, la abrió y respiró el aroma de café recién hecho.

–Buenos días. El café ya está listo, estaba a punto de empezar a preparar el desayuno. ¿Cómo quieres los huevos?

A Ruggero le sorprendió que Karol le hablara como de costumbre, como lo hacía todas las mañanas. Sin embargo, notó que el tono de voz de ella era quizá demasiado jovial; y aunque Karol se volvió de espaldas rápidamente, a él le dio tiempo a notar el rojo de sus mejillas.

Ruggero recordó las mejillas encendidas de Karol la noche anterior, sus labios entreabiertos, los gritos de placer durante el orgasmo... pero ahora, ese rubor era lo único que le recordaba a la mujer de la noche anterior. Porque, al igual que Cenicienta, Karol estaba otra vez en la cocina vestida con una ropa que no le favorecía en lo más mínimo.

Ruggero pasó la mirada por los pantalones sueltos negros y la voluminosa camisa polo blanca que ocultaba su curvilínea figura. Desconcertado por el hecho de que ella se estuviera comportando como si no hubiera pasado nada entre los dos, murmuró:

–No tengo hambre, querida. Al menos, lo que me apetece no es la comida.

Entonces, Ruggero se acercó a ella, que estaba delante del mostrador de la cocina, y le rodeó la cintura con los brazos. Y le sorprendió notar que todos los músculos de ella se ponían en tensión.
Ruggero le besó la nuca, desnuda, como siempre, ya que Karol se había recogido el pelo.

–No tienes por qué sentir vergüenza. Los dos lo pasamos bien anoche, ¿No?

Karol se mordió los labios. Pasarlo bien no describía el increíble placer que había sentido al hacer el amor con Ruggero. Pero, aunque él había dicho que lo había pasado bien, ella suponía que, para Ruggero, lo de la noche anterior no había sido nada especial. Ella no era más que otra mujer con quien Ruggero se había acostado.

Contuvo la respiración cuando él le acarició la nuca con los labios, cuando le mordisqueó el lóbulo de la oreja... El placer la hizo temblar y tuvo que resistir la tentación de darse la vuelta, entregarse a él y volver a hacer el amor. Pero no se atrevía a correr semejante riesgo. Al verle aquella mañana, irresistible con la barba incipiente y el pelo revuelto, se había dado cuenta de que por mucho que lo deseara, nunca podría separar lo físico de lo emocional con él. Con toda seguridad iba a sufrir, y no quería que volviera a pasarle lo mismo que en el pasado.

Era mejor poner punto final a aquello, antes de cometer la estupidez de enamorarse perdidamente de Ruggero.

–Ruggero... Yo... –el corazón le palpitó con fuerza cuando Ruggero deslizó las manos por debajo de la camisa y contuvo la respiración al sentir las caricias en el estómago y a ambos lados de los pechos.

–Toma, para ti –Karol agarró un sobre que había encima del mostrador de la cocina y se lo dio.

Ruggero frunció el ceño. Karol no se estaba comportando como él había supuesto. Podía comprender que sintiera algo de vergüenza, pero estaba absolutamente seguro de que Karol había disfrutado tanto como él la noche anterior.

Ruggero miró el sobre con su nombre en él.

–¿Qué es esto?

–Es... mi renuncia.

Él abrió el sobre sin decir nada, sacó un papel y leyó las dos líneas que ella había escrito. Pero sus ojos marrones no podían ocultar el enfado que sentía.

Creo que lo mejor será que me vaya inmediatamente –murmuró Karol.

Karol no se atrevía a pasar una noche más bajo el techo de Ruggero porque, si él le pedía que se acostara en su cama, no estaba segura de poder rechazarle. El único problema era que no tenía adonde ir. Antes de que Ruggero entrará en la cocina, había estado buscando pisos para alquilar en Internet. Afortunadamente, tenía algunos ahorros, suficientes para el depósito de un alquiler, pero tendría que encontrar trabajo a toda prisa.

–¿Por qué? –preguntó Ruggero sin ocultar su furia–. ¿Por qué quieres marcharte?

–Anoche fue estupendo –contestó ella con voz tensa–. Pero fue eso, una noche. Ha llegado el momento de que me busque otra cosa.

Ruggero se la quedó mirando sin dar crédito a lo que oía. Era verdad que sus aventuras amorosas solo duraban una noche, pero era porque así lo quería él. Estaba acostumbrado a decidir, no le gustaba sentirse... indefenso. Y no quería perderla... No, no era eso, no era que quisiera una relación en serio. Lo que quería era explorar la salvaje pasión de la noche anterior, eso era. No quería dejarla todavía.

–No entiendo por qué no quieres seguir trabajando aquí –dijo él con sequedad–. ¿Por qué no podemos seguir como hasta ahora?

Pero Ruggero se dio cuenta de lo absurdo de sus palabras tan pronto como las pronunció.

Ya no podía considerar a Karol una empleada más teniendo en cuenta que la había visto gloriosamente desnuda. Al mirarla y notar el rubor de las mejillas de ella, volvió a pensar en lo encantadora que era. Tenía el rostro perfectamente simétrico y la piel parecía de porcelana. Karol no necesitaba maquillaje, poseía belleza natural. Y era sumamente sensual.

Hacer el amor con ella solo le había abierto el apetito. Quería más, quería que Karol siguiera siendo su cocinera y también su amante... todavía no sabía hasta cuándo.

Pero, al parecer, Karol había decidido abandonarle. Cosa que no le había pasado nunca. Se preguntó si lo que ella quería no sería que le rogara que se quedara. La idea le hizo sonreír. Karol iba a enterarse muy pronto de que él no suplicaba. Una de las cosas que había aprendido de su matrimonio era que solo los imbéciles se dejan llevar por los sentimientos.

–Creo que los dos sabemos que sería imposible que siguiera trabajando para ti –dijo ella con voz queda.

Deseos Saciados {Adaptación/Ruggarol}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora