XIII

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Los planes de DK, al comprar su casa a las afueras de la ciudad, eran crear un santuario de descanso para él y para la gente que le importaba. Pensó utilizar el sótano como sala de entretenimiento y bar. Quería añadir una mesa de billar, una televisión tan grande como la pared, una buena consola, altavoces que hiciesen retumbar la casa, una gran nevera donde poner todo tipo de bebidas y comidas sin tener que subir, una barra y sofás cómodos. Iba a convertirlo en el escondite perfecto para la ajetreada vida que llevaba y regalarle a sus amigos un lugar donde relajarse después de trabajar, olvidándose de todo lo malo y permitiéndose ser ellos mismos.

Sin embargo, las obras que necesitaba para que la luz y el agua llegasen hasta allí, se habían retrasado más de lo debido por culpa de los permisos que el ayuntamiento no quería darle. Cuando la empresa que había contratado le dijo que no podían continuar sin que tuviesen una confirmación de que se aceptaba la obra, se había sentido frustrado y enfadado. Casi había perdido el control y se había llevado al jefe para enseñarle que no podía llevarle la contraria. Había seguido órdenes desde que tenía uso de memoria y durante su juventud había acabado en una vida en la que no tenía ni voz ni voto. Ahora que era libre, no se llevaba bien con los límites y las restricciones. Trataba de no privarse de nada y encontrarse con un "no" en sus planes de descanso, puso a prueba su paciencia. Tuvo que recordarse que la empresa no tenía la culpa de que el ayuntamiento pusiese trabas y convencerse de que ir hasta allí, para amenazar a los funcionarios, no era buena idea.

Ahora, un par de meses después, viendo a sus invitados sentados en las sillas que amablemente había traído para ellos, agradecía que hubiesen paralizado la obra. Una genuina alegría curvaba sus labios en una implacable sonrisa y la anticipación de lo que podría hacer con ellos, sin temor a ser descubierto o a mancillar el buen nombre de su cafetería, le impedía pensar en su antiguo enfado con el ayuntamiento. La adrenalina recorría su cuerpo con el cosquilleo agradable que tanto echaba de menos. Esa sensación era lo único bueno que le había aportado su antiguo trabajo y, aunque no volvería con la banda, a veces pensaba en todas las ocasiones en las que se sintió así, tan vivo, en un mundo donde todos querían verle con una bala entre los ojos.

Mientras colocaba los utensilios que necesitaría en la mesa plegable que había traído, tomó la decisión de mantener una parte del sótano vacío para usarla como su sala de interrogatorios, lejos del peligro de ser descubierto. Dejaría de sentir miedo a ser descubierto cuando pasaba el rato con sus inoportunos invitados y no tendría que controlarse cuando comenzase a probar, uno por uno, sus juguetes. No importaba si su sala de entrenamiento perdía unos pocos metros cuadrados, seguiría siendo amplia y agradable. Además, aquellos pequeños trabajos, eran parte de su tiempo de ocio ¿Qué mejor sitio para disfrutar que su casa?

— ¿Estáis cómodos? Lamentablemente no tenía asientos mejores, espero que no os importe —Les preguntó con su famosa sonrisa al terminar de colocar el último objeto, como el perfecto anfitrión que era. Estaba impaciente por comenzar y esperaba poder probar todo lo que había traído, aunque nunca sabía cuánto tardarían en hablar. Viendo a los tres ineptos ante él, temblando y observándole con los ojos bien abiertos, sabía que sus deseos no serían escuchados. « Débiles, acaban con la diversión en seguida » pensó con disgusto—. Os serviría una taza de café, pero dudo que podáis sostenerla cuando acabe con vosotros.

Sus oojso brillaron de emoción al sentir como se removían en sus sillas, tratando desesperadamente de quitarse las cuerdas que los mantenían presos. Pobres ilusos, sus nudos eran irrompibles. Silbando, se acercó al que parecía el cabecilla y le arrancó la cinta que lo mantenía en silencio. Lo miró fijamente, observando cada detalle de su rostro para recordarlo después. El miedo en sus ojos era como un bálsamo calmante en sus doloridos huesos tras horas y horas de pie, sirviendo a sus clientes y hablando con ellos.

The night prince - Meanie #Wattys2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora