El ‘Café Wha?’ había sido apartado especialmente para ellos. Para Marina, su familia, y Alex.
Esa noche sería especial, perfecta, única. Por supuesto, ella no sabía la razón de por qué terminaría siendo la mejor noche de su vida. No por Alex, no por aquella reunión familiar. Si no por alguien más.
Risas y comentarios se escuchaban desde el fondo del ‘pub’. Donde cuatro mesas, unidas en una, formaban a la familia de ella. Estaban a escasos días de la boda, a escasos días para que las cosas cambiaran. Las familias debían conocerse más, llevarse mejor. Y era justo lo que intentaban.
- ¿Señorita Marina Loucosky? – preguntó un camarero. Se acercó tímidamente a la mesa familiar.
- Sí, ¿Qué sucede? – preguntó ella, algo confundida. Se volteó para no interrumpir la reunión.
- Alguien la busca afuera. – murmuró para ella. Como si se tratase de un secreto. El camarero miró a ambos lados.
- ¿A mí?
- Sí. Dice que es importante.
Alex se volteó, había escuchado algo de lo que aquel camarero le había dicho a Marina.
- ¿Quieres que te acompañe?
- No, está bien. Voy sola. – le sonrió. Besándolo en los labios, desapareció poco a poco en la oscuridad del pub.
Afuera el callejón era extremadamente peligroso. Peor aún, tratándose de esa hora, tratándose de una mujer como Marina. Tratándose de New York. Marina miró a ambos lados. Ni un jodido ruido se escuchaba afuera. ¿Cómo es que le habían dicho había alguien esperándola, y afuera no había nadie?
Dio unos cuantos pasos, más hasta al callejón. Notó la lluvia, empezaba a caer, gotas pequeñas pero profundas. No quería arruinarse el peinado, el vestido, el maquillaje, la onda, y todo lo que traía puesto gracias a Alex. Miró por última vez hacia las afueras. Ni una sola alma. Quiso volver adentro, pero alguien la cogió del brazo, rápidamente sintió como pegaba su cuerpo hasta la pared.
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- Hola. – sonrió él. A lo natural. Traía esa sudadera ploma. Empapada de agua. Había prometido vengarse, de una y mil manera. Y esa noche, ahí estaba.
- Piero, suéltame ahora. – le ordenó ella. Rígida. Pero su rostro cambió por completo al darse cuenta de lo cerca que estaba de Piero. De nuevo. De nuevo cerca a esos labios tan deseables.
- ¿Cómo va la cena? – le preguntó, pegándola más a la pared, al mismo tiempo que rozaban sus cuerpos. - ¿excelente?
- No me jodas, y déjame. – trató de apartarse, pero la fuerza de Piero fue más veloz. En un segundo ya la tenía pegada a su cuerpo de nuevo.
- No, muñeca…tal vez y yo pueda acompañarte adentro. Y decir algunas cosas…- le sonrió. Preciosa sonrisa. Marina palpó su mirada en los labios de Piero. ¿Qué demonios miraba? Y… ¿Por qué? ¿desde cuándo quería besarlo?
- No te atrevas a arruinarlo. – le dijo furiosa, después de una larga concentración en sus labios. – basta, déjame. No has a parado de joderme la vida desde que apareciste.
- ¿Yo joderte? Eres tú la que apareciste el otro día y arruinaste mi cita.
- Bien, es eso ¿no? Si tanto te gusta esa…- apretó los labios. Estaba a punto de convertir a Jasmine en una completa puta. De rodearla de adjetivos que ella…ella sentía. Porque así lo sentía.
- ¿Esa qué? – colocó sus brazos sobre la pared. Rodeándola. Quería escucharla, quería escuchar lo que tenía para decirle.
- Esa idiota que se fijó en ti.
- ¿Te molesta?
- No hables tonterías. Me da igual.
- Bien, sí claro. Pero…creo que lo justo es que ahora yo vaya a arruinar tu cita. – pegó lentamente sus labios sobre la nariz de Marina. Ya se habían besado, un beso que había dejado ganas de más. Para ambos, aunque ella no quisiera admitirlo.
- Te juro que te mato.
- Una pregunta…- susurró pensándolo realmente. - ¿no se te ocurrió mejor idea que solo besarme?
- Admítelo, te gusto.
- Me encanto. – Marina abrió un poco más los ojos. Sorprendida. Lo esperaba todo, menos…eso. – me fascino, mucho…- de pronto y los dos habían dejado de discutir. ¿Es que acaso ninguno se había dado cuenta de lo juntos que estaban? …sus respiraciones empezaron a unirse, poco a poco. Y la jodida lluvia, los tenía atrapados, él junto a ella, junto a Marina. – ahora…tú, admítelo. Te gusto. – sonrió. Fastidiosamente, sabía lo que Marina miraba. Sus labios. Fijamente.
- Piero …me están esperando…- dijo sin siquiera moverse. No tenía fuerzas, no tenía ni si quiera un poco, como para irse de ahí, porque en realidad…es donde deseaba estar.
- Lo sé…- murmuró él. Sus labios recorrieron las mejillas de ella. Marina cerró los ojos. Ya no sabía que mierda sentía. Porque de pronto sentía eso…ese jodido sentimiento que, ahora podía notarlo, lo había sentido desde hace tres días. – pero sé que no quieres irte. – sonrió. Y ella…ella también lo hizo. - ¿verdad?
Marina negó con la cabeza. No se sentía ella, no…no ahora.
- Me gustas…- susurró Piero. Sobre los labios de Marina. Ella abrió los ojos, pegada a la pared de aquel callejón, con el vestido pegado al cuerpo por aquella lluvia que no dejaba de caer. – mucho, muchísimo…
- Piero, no…no está bien…
- Lo está. – acarició su mejilla, lentamente. Tierno, casi nunca lo era. Quitó sus manos de la pared, ella no se movía. No quería irse. – por que se tú sientes lo mismo. – la besó en los labios. Ahora sin fuerza, ahora sin obligación. Y tampoco era una broma. Tampoco era una trampa. Era realmente lo que quería hacer. Besarla como lo estaba haciendo ahora. Sintiendo su boca, sus labios, su aliento, lo necesitaba. Necesitaba sentirlo de nuevo, al menos por una milésima. Marina rodeó su cuello… 《Dios Marina, ¿Qué demonios haces? 》 Se preguntaba, pero ni ella misma respondería esa pregunta. Sintió los labios de Piero esa noche, en sus labios, sobre los suyos. Sintió su exquisito perfume, sus manos, que le recorrían el cuerpo.