Aquel descampado quedaba a las afueras de New York. Y sí… ¿Por qué no decirlo? No se aceptaban mujeres. Mujeres como Marina. Pero era obvio que sí de otro tipo.
Ignazio estacionó el auto. Chas saludó por la ventanilla, de lo más normal.
- Es aquí. – le dijo a ella. Marina miraba asustada. ¿En qué momento de su vida se imaginó en un lugar así? Nunca, de no ser por Piero. Ignazio y Gianluca abrieron sus puertas, al unísono. Y Marina se les unió.
A fuera el ambiente reflejaba lo que su mismo nombre decía: Carrera ilegal. Gente tomando, apostando, apostando mujeres, apostando sus vidas. Ignazio disminuyó el paso, alcanzando a Marina, tratando de cuidarla de tantas porquerías.
El tuneo de los autos se escuchaba a pocos metros de donde ellos estaban, aumentando aquella adrenalina, que ella… Marina, jamás había sentido por nada.
- ¿Por qué demonios Piero hizo esto? – le preguntó molesta. Le jodía. Aunque Piero no fuera nada suyo, quería cuidarlo, que estuviera bien.
- Por ti. – le dijo él. Era la respuesta que había querido darle desde que subió al auto. Marina abrió los ojos. Mirándolo, disminuyendo el paso. No se lo podía creer.
- ¿Qué? – murmuró. Ignazio la jaló del brazo. Miles de hombres se volteaban a verla, imaginándose las escenas más peligrosas que ni siquiera él podía imaginárselas.
- Luego te lo explico, o mejor…- miró atentamente la pista de carreras, jodida pista…donde él algún día había estado. – que te lo explique él. - Marina se volteó a ver. Sí, Piero …ahí estaba, colocándose un par de guantes en las manos, con una cazadora de cuero, apunto de correr, su auto, el mismo de la otra noche, preparado para correr, al igual que él, frotando sus manos, escuchando los gritos del público, escuchando como anunciaban su carrera.
A Marina se le heló el corazón. De pronto y no sentía fuerza en las piernas. Del tan solo hecho de observar esa jodida pista, a ese jodido contrincante, ese auto, las reglas, no frenos, no carburador. ¿Cómo mierda iba a salvarse?
Gianluca apareció detrás de los dos.
- Empieza en diez minutos. – les dijo a los dos. Ignazio abrió paso entre la gente. Para poder observarlo todo más cerca.
- ¡Por qué no le dijeron que no lo hiciera! – gritó ella. Con lágrimas en los ojos. Miraba a Piero, y observaba su preocupación. Y la de ella.
- Nunca escucha. – musitó Gianluca. – nunca escucha a nadie.
Pero a ella, iba a escucharla.
Ella misma se abrió paso entre tanta gente, sin importarle nada. No, en ese momento lo único que importo fue él, que lo quería, que le gustaba, y que…empezaba amarlo. A quererlo tanto que no dejaría que compita en una estupidez como esa. Que le jodía tanto el corazón del tan solo hecho de pensar que se expondría de esa manera.
Corrió, como nunca en su vida lo había hecho, con las ganas prendidas en el corazón, mirando a Piero, viéndolo cada vez más de cerca, y escuchando como atrás Ignazio Y Gianluca intentaban detenerla. Y por primera vez, agradeció que en ese lugar no hubiera seguridad. Corrió rápido, hasta la línea de partida. Y lo vio…esta vez a escasos metros de ella, con los ojos cerrados, mirando hasta el cielo.
- ¡Cinco minutos! – anunció un hombre con un chaleco de cuero, y sin nada adentro. Y el corazón se le aceleró más.
Y en ese momento, como en los demás, se sintió ella, se sintió Marina. La que era capaz de correr, de ensuciarse, de ser otra, de ser ella. Porque quería. Llegó hasta él, con pasos rápidos. Dándole un buen golpe en el brazo.
- ¿Eres estúpido? – le preguntó asustada. Con lágrimas en los ojos. Piero abrió los suyos de golpe. Viéndola a ella. Despeinada. Por primera vez. Desecha de tanto correr. Respirando entrecortado. La miró a los ojos. Una pequeña sonrisa se le formó en los labios.
- ¿Qué haces aquí? – le preguntó.
- Qué demonios importa eso ahora, vámonos…Piero, no quiero que hagas esto…
- Marina vete de aquí ahora.
- No,…Piero, no me iré. – miró a ambos lados. Mierda, era la única que impedía que aquella carrera empezara. Se aferró fuerte a él, a su cuerpo, abrazándolo, con todas las fuerzas que tenía en el corazón. – no voy a dejarte hacer eso.
- ¿Por qué no? – susurró en su oído. Aún sin abrazarla. Sonrió levemente. Quería escucharla.
- Porque no quiero, porque si te pasa algo te juro que voy a morirme…- lo abrazó más fuerte, mucho más. – porque…- se detuvo a pensarlo. Era ahora o Piero cometería una locura.
- ¿Por qué? – le pregunto él.
- Porque te amo. – se ocultó. Esta vez relajando sus brazos, dejándolo libre. Se lo había dicho todo. Todo lo que sentía y que jodidamente no dejaría de sentir nunca. Empezó a llorar, lentamente. – te amo y no quiero que te suceda nada.
Se dio vuelta, con el corazón en la mano, y con una fina esperanza de que Piero le dijera lo mismo.
Piero la cogió del brazo, volteándola para él, para mirarla. La besó en los labios, sintiendo por fin…que ese beso no era nada prohibido. Que ambos lo querían así. Marina rodeó su cuello con los brazos.
Sonriendo. Riendo con cada rose de labios. Piero abrazó su cintura, besándola sin importarle que atrás medio mundo se muriera por empezar esa carrera. Aunque algunos, en realidad, miraban enternecidos lo que ahí pasaba. Piero desenredo la tira que apretaba su muñeca, aquella que necesitaba para competir, dejó que callera al suelo, mientras terminaba de besarla a ella.
- Lo que tú quieras. – susurró sobre sus labios. Acariciando su cintura, acariciando su mejilla. – mi amor…
Marina lo besó en los labios de nuevo. No se creía que eso estuviera pasando en ese momento, pero no…no haría nada para impedirlo tampoco.