Era matador. El vestido que Luna llevaba tenía que ser ilegal, no
deberían permitirle lucirlo en público. Era ajustado, negro, como una segunda piel, y acentuaba unas curvas que hasta esa tarde él no había imaginado que fueran tan... exuberantes.Unos pechos redondos y perfectos, firmes, y unas caderas increíbles, nada parecidas a las de las andróginas y tiesas modelos que estaban tan de moda. Ni siquiera como Hannah, cuya imagen le costaba recordar.
Ese día en el río, con su cuerpo suave, femenino y mojado contra el suyo, había tenido una reacción con la que no había contado. Tampoco había contado con tocarla como lo había hecho, con explorar la elegante línea de su espalda o rodearla con sus brazos. Había sido un error. Y salir del agua delante de su mejor amiga luciendo una erección provocada por ella no había sido su idea inicial de pasar un buen rato.
Se metió la mano en el bolsillo y rodeó la cajita de terciopelo que
llevaba ahí guardada. La misma que Hannah había enviado al
complejo turístico porque era lo correcto, o eso había dicho. A él no le habría importado que se quedara con el anillo, pero ahora podría aprovecharlo.Lo que había asumido Ernesto había sido algo inesperado, pero
Matteo sabía que no podía decepcionarlo.–¿Qué es eso? –preguntó él.
Estaban en el coche dirigiéndose
al centro del complejo y estar sentada al lado de Luna, con su belleza y lo bien que olía, estaba siendo una tortura.–¿Qué?
–Lo que llevas puesto.
–Un vestido –respondió ruborizada.
–¿Es que tiene nombre?–Vestido –repitió con un tono de voz ahora peligroso.
–Es un vestido bonito.
–Gracias –respondió ella mirando al frente.
El coche se detuvo frente a un edificio de madera donde había
gente sentada en una barra, músicos y bailarines. Matteo abrió la puerta, pero Luna no se movió.–¿Qué?
–Ahora no sé si debería volver y cambiarme.
–No entiendo a las mujeres.
–¿Por qué?
–Acabas de ponerte ese vestido, claramente porque te parecía una buena elección, ¿y ahora quieres cambiarte?
–Es demasiado ajustado.
–Confía en mí, está bien. Todos los hombres del bar van a sufrir
un esguince cervical cuando pases por delante.–¿En serio?
–¿Es que no te has mirado al espejo? –le preguntó
completamente incrédulo ante el hecho de que no viera lo atractivo que ese vestido podía ser para un hombre ya que mostraba cada una de sus curvas, pero ocultaba los detalles.–Ese es el problema, que me he mirado y he elegido ponérmelo
de todos modos.–¿Qué te hace pensar que no está bien?
–Tu reacción.
–Eso es porque no estoy acostumbrado a ver tanto de ti, pero lo que veo no hay duda de que está muy bien.
–¿En serio?
Enganchó un mechón de su sedoso pelo entre sus dedos y
resultó demasiado suave, tal y como se había imaginado.–¿No te dije que cualquier hombre soportaría tus ronquidos a cambio del placer de poder dormir contigo?
Posó la mirada en su boca y sintió una incómoda ráfaga de
sensaciones cuando, por segunda vez en una hora, ella sacó la lengua y la deslizó sobre sus labios dejándolos brillantes y deliciosos.
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