Capítulo 21

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En ese momento todo lo que la rodeaba se redujo a la nada y
solo pudo ver a Matteo. Se dijo que solo era un juego inocente, pero sabía muy bien que no era así. Lo miró a los ojos, tan intensos, excitados. Se había prometido que no volvería a pasar, que su última noche juntos había sido exactamente eso: su última noche juntos. «No
volverá a pasar. Solo voy a probar la cobertura».

Se acercó y deslizó la lengua por su dedo haciendo que a Matteo
se le escapara un gemido.

–Lo siento. Lo... siento... Yo... –dijo apartándose bruscamente.

Él la rodeó por la cintura y la besó profunda e intensamente con la lengua aún salpicada por la dulce cobertura. Cuando la soltó, ella se sintió deliciosamente mareada y se relamió los labios.

–Sabes a piña.

–¿Y eso es bueno? –le preguntó Matteo con la voz estrangulada.

–Puede que... tenga que volver a probar.

–Pues estoy más que dispuesto a ayudarte con la cata.

Se acercaron y Luna deslizó la lengua sobre sus labios regocijándose con el ronco gemido que resonó en el pecho de Matteo. Él volvió a hundir los dedos en el cuenco y le quitó la camiseta.

–Me siento en desventaja –dijo recorriendo su abdomen con sus
dedos– porque tú has podido probarme a mí, pero yo a ti no.

Se agachó y deslizó la lengua por su abdomen. Ella tembló y se
aferró a sus hombros sabiendo que estaban yendo demasiado lejos y no segura de si quería o no parar.

Matteo le desabrochó el sujetador. –Se te da mejor que a mí –le dijo Luna.

–Bien. Esa es la idea. Odiaría pensar que te iría mejor
haciéndolo sola –le cubrió un pecho con la mano y le acarició el pezón dejando sobre su piel un rastro de cobertura antes de agacharse y tomar el pecho en su boca. Ella enredó los dedos en su pelo sujetándole la cabeza contra su pecho.

–Oh, no... no podría haber hecho esto sola.

Luna alzó la cabeza y la besó en los labios.

–Eres preciosa –le dijo colmándola de besos por el cuello y la clavícula.

–Haces que me lo crea.

–No deberías dudarlo nunca –le contestó mirándola a los ojos–.
Me haces perder el control.

Esas palabras significaron mucho para ella porque conocía a Matteo y sabía que una de las cosas que más valoraba era tener el control de todo. Ahora ya sabía a qué se debía y lo entendía.

–¿Yo?

–Tú –repitió acariciándole el pecho–. No puedo dejar de mirarte. Tengo que tocarte y después tengo que saborearte. Y aun así nunca me basta.

Lo que Matteo sentía era más que excitación; le ardía el pecho, era un deseo que iba más allá de lo sexual. Era placer y dolor, paraíso, pero no podía ignorarlo, no quería.

Había echado de menos a Luna, a su amiga, la seguridad y la
compañía que le proporcionaba. Era la única persona ante la que
bajaría la guardia, la única con la que se reía y se relajaba. Su relación no debía estar convirtiéndose en eso, pero su deseo por ella era como una tormenta arrasando con todo a su paso. Arrasando su control.

–Es un piso muy bonito. Seguro que los dormitorios también lo
son. 

Ella se rio y hundió la cara en su cuello.

–Ya has estado en mi habitación.

–Pero nunca he dormido en tu cama.

–¿Quieres?

–Después de que nos ocupemos de algunos asuntos.

–Totalmente de acuerdo.

La levantó en brazos y ella lo rodeó por el cuello y se rio
mientras la llevaba al dormitorio en el que había estado innumerables veces, pero nunca de ese modo.

La dejó en la cama y ella lo besó y le quitó la camiseta apresuradamente. Así fueron despojándose de sus ropas hasta quedar totalmente desnudos y con los cuerpos entrelazados. Durante un momento casi le bastó estar así con ella,
acariciando sus desnudas curvas y besándola. Casi suficiente, pero no del todo.

–No he traído nada, no tenía esto pensando –dijo maldiciendo.

–No pasa nada –le respondió Luna rodeando su miembro con la mano. Él gimió y la caricia de Luna compensó en cierta medida el hecho de no poder estar dentro de ella.

Coló una mano entre sus muslos y le acarició el clítoris en
movimientos repetidos mientras ella jadeaba y se arqueaba contra él aferrándose a sus brazos y hundiendo las uñas en su piel.

–Oh, Matteo.

Oír su nombre saliendo de sus labios fue como un bálsamo para
su alma. Después de eso todo se perdió en un frenético movimiento, suspiros y palabras muy gráficas que nunca había oído salir de la boca de Luna. Pero resultó muy excitante porque sabía que era capaz de
producir eso en ella, de hacerle decir cosas, sentir cosas que ningún hombre la había hecho sentir.

Juntos llegaron al clímax y después él la abrazó invadido por una extraña satisfacción que se extendió por todo su ser y que nunca antes había sentido.

–Eres preciosa, ¿sabes? –le preguntó apartándole el pelo para besarle el cuello.

Luna se giró para mirarlo y se tendió de lado haciendo que su
cadera pareciera más redondeada, su cintura más pequeña y sus pechos...

–No dejes de decirlo.

–Para que no puedas dudarlo.

–La verdad es que estoy empezando a creerte –le respondió con una sonrisa y acariciándole el brazo–. Tú tampoco estás tan mal.

–Me halagas –le besó la nariz y la satisfacción de antes se transformó en otra cosa, en algo parecido a la... felicidad. Se tumbó boca arriba sin dejar de rodearla con su brazo y ella se
recostó sobre su torso.

–Solo quiero que sepas que no hay ninguna mujer en el mundo
con la que preferiría estar.

Los ojos verdes de Luna se iluminaron. –Eres una influencia muy positiva para mi ego.

–Me alegra. Alguien tiene que serlo.

Matteo quería decirle algo, algo más grande de lo que debería, de
lo que podía. Quería más porque en ese momento, teniéndola sobre su cuerpo tan suave, desnuda, perfecta y sonriente sentía que quería ofrecerle el mundo. Quería más que una relación temporal, más que
una relación distante. Y lo quería por primera vez desde que podía
recordar.

Cuando Luna se quedó profundamente dormida fue cuando él se vio asaltado por el pánico, por la magnitud de lo sucedido: había perdido el control y, lo peor, había ido perdiéndolo poco a poco
durante los últimos siete años con Luna. Con los demás nunca bajaba la guardia, pero delante de ella había llorado, había dejado que sus emociones escaparan cuando ni siquiera eso se lo permitía estando solo. Clara había calado hondo en él.

¿Qué haría si la perdía? O mejor dicho, ¿qué haría cuando la
perdiera? El terror que ese pensamiento evocó le dio en qué pensar. Estaba jugando un juego que no le correspondía, flirteando con cosas que no debería, cosas tentadoras que no podía arriesgarse a tener.

Se apartó con cuidado y recogió su ropa. Después de vestirse,
salió de la habitación y cerró la puerta ignorando el constante dolor en su pecho. Se detuvo un instante en el salón embargado por una sensación claustrofóbica. Tenía que marcharse, tenía que pensar, tenía que recuperar el control. Se adentró en la fría noche respirando hondo y culpando al frío por el dolor que sintió cuando el aire entró en
él.

Luna De Miel Con Otra [Lutteo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora