Capítulo 1- Errante en la oscuridad

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En un reino llamado Ocre... Bajo el manto oscuro de la noche... En las frías y desoladas callejuelas de una ciudad, cuyo nombre era igual al del reino. No había nada mejor que un trago para poder entrar en calor.

Una taberna yacía al final de la calle «parecía ser una buena idea» Adentro de dicha taberna, no había mucha gente. A duras penas, solo se encontraba el cantinero limpiando las jarras y una persona vestida con un abrigo de cuero color negro. Esa persona recargaba su cabeza sobre su brazo derecho, encontrándose sostenido a su vez por la barra del establecimiento. 

El cantinero quien vestía con una camisa manga larga blanca, bien abotonada hasta el cuello, una corbata y un delantal negro. Era un sujeto ya algo macizo, de piel morena, y cabellera negra, la cual aún no caneaba completamente.

—¿No le deberías de buscar un nuevo rumbo a tú vida? —preguntó el cantinero.

Aquella pregunta no le pareció importar a esa persona, sin inmutarse todavía seguía recargada sobre su brazo derecho.

Entonces, una vez más, el cantinero dijo:

—¡Vamos! ¡No te hagas el dormido!

La persona del abrigo negro tenía una larga cabellera castaña que le llegaba hasta por debajo de sus hombros. También llevaba puesto un sombrero negro, el cual ocultaba su mirada...

—¡No has bebido ni una sola gota de alcohol! ¿Acaso un vaso de leche te ha podido dejar noqueado? —continuó el cantinero.

La persona del sombrero levantó la cabeza un poco; solo se vio el movimiento de su boca y se pudo escuchar una voz masculina salir de ella:

—Sabes que el alcohol me da pesadillas, prefiero un vaso de leche 

Eso hizo que el cantinero soltará una carcajada:

—Como siempre, evitando el alcohol —dijo el cantinero aún riendo

—¡Bah...! Mejor dame otro vaso de leche —ordenó con un tono algo cortante.

El cantinero se agachó y sacó de una caja de madera, una, de varias botellas de cristal. Sirvió la bebida en un vaso que se encontraba sobre la barra, y el ensombrerado se dispuso beber.

Dejando el vaso de cristal sobre la barra y cuatro Croix de bronce. Se levantó del banco alto en donde estaba sentado en busca de la salida, pero antes de llegar a ella; paró en seco, y dándole la espalda al cantinero, declaró:

—¿Mi rumbo en la vida...? —se cuestionó así mismo—, no lo sé... Tal vez tuve alguno... —abrió la puerta, y salió del establecimiento.

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Mientras aquel hombre caminaba por las callejuelas hechas de grava. Los faroles alumbraban la penumbra y alejaban el miedo a la oscuridad con su luz. 

Llegó hasta una fuente de una desolada plaza principal de cuidad Ocre. Se detuvo en frente de esta y se dio la vuelta. Obteniendo así, una vista panorámica de todos sus extremos.

Todas las calles que conectaban a esta, ahora estaban a su merced.

—¡¿Qué esperan?!, ¡vengo sintiendo su respiración en mi espalda desde ya hace varias calles! —espetó.

—Vaya, parece que nos ha descubierto —declaró otra voz.

Unos tipos con espadas y hachas salieron de todos los extremos de la plaza. Llevaban puestos trajes de cuero con una gárgola negra grabada en sus petos, otros tenían este mismo símbolo en sus escudos.

—¿Qué pasa? ¿Te comieron la lengua los ratones? —dijo la voz que se escuchó anteriormente.

—Hey chicos, miren a este pobre diablo, se ha quedado tieso del miedo —mencionó otro riéndose.

Ocre: la travesía de un guerrero enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora