Capítulo 4- Te estaré vigilando

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La hora de partida había llegado. El muchacho del abrigo negro se encontraba alistando algunos objetos para el viaje. Este los empacó en un zurrón de mediano tamaño para luego colgarlo de su hombro izquierdo.

Ya con su equipaje terminado, salió de la posada y se encaminó hacia una de las entradas de la cuidad.

La cuidad era otra cosa a las horas del día, aquella plaza desolada pasó a ser una muy tumultuosa. El desborde frenético de las masas desde muy temprano era notable. Carruajes de un lado a otro, y tráfico espantoso se hacían notar, no por nada era la capital del reino.

Llegando hasta la entrada, lo único que lo dividía de la cuidad y el campo abierto era un enorme puente levadizo. Dicha entrada también tenía unas grandes rejas de hierro que bajarían al instante en caso de cualquier ataque, y el puente subiría resguardando así la cuidad.

Pasó sobre el puente, y dio una última mirada a los muros de piedra de unos quince metros que la protegían. Sin decir algo, continúo alejándose de la cuidad.

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Habían pasado unas cuantas horas desde su partida, las murallas de la cuidad ya no eran visibles. Un campo abierto, la pradera a su alrededor. Conejos jugueteaban en ella, y los rayos cálidos del sol daban el efecto síntesis a las plantas.

Su rumbo era al norte, pasaría por unas de las villas principales del reino y otros lugares antes de ir al acantilado de Baltra. Las villas principales estaban posicionadas cada una sobre los cuatro puntos cardinales. La villa del norte, "Zefra", no llegaría hasta ella hasta el día siguiente, por lo que tendría que descansar a campo abierto esa noche.

Estaba casi a menos de la mitad de camino y faltaba poco para el atardecer. Como lo había anticipado, llegó hasta un río cuyo nombre era "Ryu" a su orilla pasaría la noche.

Entonces comenzó los preparativos de su área de descanso. Cerca del río había unos frondosos árboles de abedul, cuyas ramas cortaría con una de las espadas que llevaba escondidas bajo su abrigo negro para más tarde encender una fogata.

Pescando. Así fue como ocupó el resto de su tiempo antes del anochecer. Creó una caña usando una rama de abedul, un cordón, un anzuelo y capturó algunos salmones, pero entonces miró algo en el río que le pareció extraño.

Flotando, atrapado entre unas rocas. Estaba el sombrero que daba por perdido. Se metió al río, el agua llegaba hasta sus rodillas, así que tomó su sombrero enseguida. Se preguntaba. ¿Cómo había llegado hasta ese lugar? 

Ya luego de haber hecho todos los preparativos de la zona de descanso, la noche acontecería en aquel lugar.

2

La oscuridad llegó. Y con la fogata encendida, puso al fuego el salmón. Había creado finas varitas con la madera de abedul las cuales utilizó para empalar el pescado. También, tenía secando a una distancia segura el sombrero. 

La cena ya estaba lista, comería pescado rostizado esa noche. 

Aunque estos estaban algo simples cuando los probó, sacó del zurrón un salero, añadió un poco de sal y se dispuso a comer.

Sentado sobre un tronco de abedul alrededor de la fogata, veía las crepitantes llamas mientras comía, pero una voz interrumpió sus alimentos:

—¿Así qué vas tras ese dragón?

Una esfera oscura de mediano tamaño se mantenía flotando sobre otro tronco alrededor de la fogata. De nuevo se escuchó la voz, aquella parecía provenir de la esfera flotante, esta comentó:

Ocre: la travesía de un guerrero enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora